Ciudadanos (Cs) lucha contra la irrelevancia, pero ésta continúa pasándole por encima. Se percibe, incluso, en la pobre cobertura que ha tenido su convención, la de la supervivencia, la que su lideresa Inés Arrimadas ha querido mostrar como la de la "convicción en lo que somos" y, en realidad, se ha aparecido como la del clavo ardiendo, la respiración asistida, el partido zombi.
El partido naranja pasa sus horas más bajas con un electorado dándole la espalda, escaso peso político en el Congreso y una mayor estampida de cargos públicos... porque la estampida se viene produciendo desde sus inicios, aunque el hecho de que se produjeran en escenarios más locales propició que mediáticamente fuera más sencilla de contener la crisis. Sin embargo, el número de bajas y/o expulsiones del partido ha sido una tónica general desde tiempos de Albert Rivera, el que fuera ídolo de Arrimadas y hoy es su innombrable.
Fueron precisamente los continuos vaivenes de Rivera, ese afán por convertirse en el perejil de cualquier salsa, de pactar si escrúpulos a un tiempo con PSOE y PP, lo que precipitó al partido por el barranco electoral. Para cuando Arrimadas tomó las riendas del partido, éste ya estaba herido de muerte y ella tenía las manos manchadas de sangre, no sólo porque siempre dio su bendición y aplauso público a las erráticas políticas de Rivera, sino por su inacción en Catalunya pese a haber ganado las elecciones.
A la remontanda que intenta protagonizar Arrimadas no han contribuido ni la frustrada 'Operación Murcia' y todo lo que desencadenó en Castilla y León y Madrid, ni la pérdida del Ayuntamiento de Granada, ni el efecto Cantó-Hervías con su salto al PP, restándoles toda credibilidad con una hemeroteca repleta de furibundas críticas al partido de Pablo Casado.
En este contexto, el deseo de Arrimadas de pescar votos en PSOE y PP parece más una ilusión que algo factible, un espejismo que se le aparece en su travesía por el desierto. Sin agua, sin propuestas concretas detrás sus grandes pactos de estado, la sed se hace más insoportable, cayendo entre las dunas esperando ser enterrada por el siroco del PP.
Son escasos los analistas que ven alguna posibilidad de supervivencia para Cs y, si lo hace, que consiga salir de la actual irrelevancia pero en el remoto caso que lo consiguiera, ¿es Arrimadas la persona más adecuada para liderar esa proeza? Diría que no, que trae consigo demasiada mochila, no sólo por su complicidad en las políticas de Rivera que iniciaron la debacle, sino también por una larga sucesión de decisiones equivocadas que han terminado por arrinconar el partido.
Quizás la figura de un revulsivo o de una revulsiva sea la única posibilidad de volver a la vida, antes de que las próximas elecciones andaluzas terminen por borrar del mapa a la formación naranja. Una cara nueva que ilusione a ese electorado neoliberal que un día pensó que había una alternativa al PP sin historial de corrupción... una nueva persona que tome las riendas y le dé la vuelta al partido, haciendo olvidar o, al menos, mitigar sus fiascos, los dedazos internos maquillados como primarias, el subasteo de poder...
Ahora mismo, esa no es una opción encima de la mesa y, salvo sorpresas, no parece que la estrategia de Arrimadas de cerrar los ojos, apretar los puños y desear muy fuerte que vuelva a ser un partido de peso vaya a funcionar.