Posos de anarquía

Bolsonaro y sus crímenes con la 'gripinha' COVID

Bolsonaro y sus crímenes con la 'gripinha' COVID
Durante el mayor azote de la pandemia hubo que improvisar fosas para enterrar a los muertos. - ATLAS

Brasil ha registrado 600.000 muertes por coronavirus. Este nivel de devastación ha tenido mucho que ver con las decisiones que se han tomado desde el Gobierno, apuntando directamente a la figura de Jair Bolsonaro. Este negacionista, referente político de partidos de extrema-derecha como Vox, acaba de ser acusado de "crímenes contra la humanidad" por una comisión investigadora del Senado brasileño.

Epidemia con resultado de muerte, infracción de medidas sanitarias, charlatanería médica e incitación al delito, prevaricación, falsificación de documentos públicos, uso irregular de dinero público y atentados contra la dignidad del cargo... son delitos imputados al presidente, que se ha erigido como uno de los grandes negacionistas de la pandemia.

El rastro de titulares que ha dejado son pruebas de sus crímenes de lesa humanidad. Desde su atalaya de gobernante, no es que cometiera errores de criterio a la hora de afrontar los contagios, es que sencillamente minimizó la enfermedad, llegando a calificarla de "gripecita o pequeño resfriado".

Durante los meses en los que más azotaba el coronavirus y muchos países permanecíamos en estrictas cuarentenas y confinamientos que ahorraron muchas vidas, Bolsonaro convocaba mítines en los que repartía besos y abrazos sin respetar ninguna medida sanitaria. Manaos, Río de Janeiro o Sao Paulo fuero algunas de las ciudades más golpeadas por la COVID-19 y, a pesar de ello, durante el domingo de Pascua en la última de ellas más del 40% de la población no respetó las restricciones. La falsa sensación de seguridad que transmitió derivó en playas abarrotadas sin distancia de seguridad mientras las muertes diarias en el país se cifraban en 4.000.

Los gobernadores de la mayor parte de los Estados se vieron solos a la hora de intentar endurecer las restricciones, abandonados por Bolsonaro. Brasil llegó a tener hasta tres ministros de Salud en poco más de 30 días, cesados o dimitidos por sus diferencias con el presidente. Como consecuencia de esta dejación de funciones por parte del Gobierno nacional, que en todo momento primó la economía a la salud, la gestión de la pandemia fue una misión abocada al fracaso, especialmente en lugares de hacinamiento y pobreza como las favelas. Cuando más se endurecían las restricciones en el resto del mundo, en Brasil se iniciaba la desescalada de las pocas impuestas.

El informe de la comisión del Senado es demoledor... y eso que se retiraron a última horas las acusaciones de "homicidio" y "genocidio". Sin embargo, la estrategia de inmunización de rebaño a través del contagio o el deliberado retraso a la hora de adquirir las vacunas, priorizando remedios sin aval científico -él mismo presumió de tratar su contario con hidroxicloroquina-, son elementos que sustentan la culpabilidad de Bolsonaro en las 600.000 muertes con que se mancha su mandato.

Las medidas adoptadas e ignoradas por Bolsonaro bien podrían constituir el manual del buen negacionista y debería pagar por ello con algo más que responsabilidad política. Su gestión de  la "gripinha" nada tiene que ver con los errores que hayan podido cometer otros gobiernos o, incluso, la OMS (Organización Mundial de la Salud).

Los seguidores de Bolsonaro van a intentar ligar este informe a las necesarias auditorías de la gestión de la pandemia, en España sin ir más lejos. Es más que evidente que en nuestro país se cometieron errores de cálculo, que se dieron demasiados bandazos y se entró en contradicción a la hora de establecer restricciones, pero fueron fruto del mero desconocimiento de un virus nuevo, del difícil equilibrio entre dos pandemias, la sanitaria y la de pobreza, en el que se buscó que la salud tuviera mayor peso, aunque no siempre fue así.

Pocas gestiones de la pandemia en el mundo han sido tan deliberadamente deficientes como la de Bolsonaro y toca ahora afrontar las consencuencias. El modo en que ha sumido al país, que florecía en tiempos de Lula da Silva o Dilma Rousseff, en la pobreza y la muerte, no debería quedar impune.

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