La Tomatina de Buñol (València) vuelve tras dos ediciones sin haberse celebrado por la pandemia y celebra su 75º aniversario. Ha llovido mucho desde que en 1983 el periodista Javier Basilio diera un espaldarazo espectacular a esta celebración con su reportaje en Informe Semanal, pero su sinsentido continúa siendo el mismo. Al desperdicio de 130.000 kilos de tomates se suma este año el malgasto de una cantidad ingente de metros cúbicos de agua para limpiar el estropicio. Una auténtica vergüenza internacional disfrazada de fiesta turística.
Los dos millones de euros de ingresos que afirman los responsables políticos que aportará la Tomatina a la provincia parecen ser la única gran justificación para un espectáculo que, si se analiza fríamente, es tan ridículo como vergonzoso. Las teorías sobre el origen de esta espantosa tradición son variopintas, pero una de las más aceptadas es la referida a una batalla campal fortuita a base de tomates en 1945 durante un desfile de gigantes y cabezudos, que los jóvenes del pueblo decidieron replicar en años posteriores. Esa es la gran tradición de la que ahora los lugareños presumen sin percatarse de que si el mayor atractivo turístico de una localidad y su reivindicación de identidad es coserse a tomatazos es para hacérselo mirar.
Desperdiciar de este modo 130 toneladas de tomates es una auténtica aberración. Con una inflación desbocada, el precio de los tomates se ha disparado un 45% aproximadamente, dificultando su acceso a las cada vez más numerosas familias en riesgo de exclusión en España. Este encarecimiento de la verdura -aunque botánicamente es una fruta- no es el único problema al que nos enfrentamos. La sequía extrema ha provocado que muchas hectáreas que se venían dedicando al tomate no hayan podido ser cultivadas este año. Dicho de otro modo, menos tomates, más caros y con más personas desempleadas sin poder dedicarse a esta actividad.
La sequía que ha provocado este desplome de la producción es otro motivo para desaconsejar la Tomatina. La cantidad de agua que será necesaria para los trabajos de limpieza tras la batalla a tomatazos resulta obscena considerando que el suministro de agua en algunos pueblos de España ya se ha cortado. No hablamos de restricciones, sino de cortes totales, con agua apenas unas horas cada dos días. El hecho de que desde el Ayuntamiento de Buñol se jacten del acuífero con que cuentan y que lo aprovecharán para esta limpieza escala al nivel de desfachatez.
Culminando el despropósito, en 2002 la Tomatina fue declarada como Fiesta de Interés Turístico Internacional. Tras esta decisión, poco más argumentos existen más que el turismo generalizado de borrachera que se genera alrededor de la batalla tomatera, pues el número de fiestas post-tomatina son ingentes, vendiéndose por anticipado sus entradas que pueden alcanzar los 30 euros -a los que hay que sumar los 12 euros que cuesta ser uno de los 20.000 participantes en la Tomatina-.
Criticar una fiesta que reporta tanto dinero siempre es polémico, pero este cuestionamiento debería ser la norma para cualquiera con un mínimo de empatía con quienes peor lo están pasando en el actual contexto económico. No hacerlo nos sitúa en el mal camino, enfilando un horizonte oscuro que no ilumina en absoluto ampararnos en costumbres de imposible justificación. Ni todas las costumbres son buenas ni todo vale para hacer caja. Es así de simple.