En lo que va de día ya he tenido ocasión de leer dos artículos que vienen a evidenciar el fortalecimiento del machismo en las redes sociales. Quienes sienten amenazada su posición de privilegio durante décadas se revuelven como animales malheridos, recurriendo a lo que imaginan que son sesudas reflexiones y que no hacen más que banalizar un problema estructural como la violencia de género.
Mire a su alrededor, abra el tema y descubrirá que tiene machistas al lado. Quizás y sin ir más lejos, usted se descubra machista. No me refiero a esos micromachismos que nos atraviesan y que tanto cuesta sacudirse por la educación recibida, sino de algo mucho más profundo, de esa narrativa que, por ejemplo, trata de justificar que la ley de violencia de género es nociva y discriminatoria, de esos discursos que se aferran a excepciones para hacerlas generalidad.
Abrir el melón del machismo en cualquier reunión informal descubre a enemigos de la igualdad que jamás admitirán ser tal cosa. Son aquellas personas que consideran, por ejemplo, que la ley de violencia de género criminaliza a un colectivo -los hombres- en lugar de ver que lo que hace es proteger a un colectivo convertido en víctima -las mujeres- por el mero hecho de ser mujer.
El mantra de las denuncias falsas y la mentira de que no se publican sus estadísticas es otro de los más habitualmente empleados, a pesar de que la Memoria Anual de la Fiscalía General del Estado correspondiente al año 2021, presentada hace menos de un mes, revela que el porcentaje medio de sentencias condenatorias por denuncia falsa por violencia de género fue del 0,0084% entre 2009 y 2021.
Las redes sociales, donde los bulos campan a sus anchas, se convierten en fuente de (des)información del machismo, incluido ese camuflado que, en el fondo, se siente intimidado por el avance en la igualdad más que estimulado por cuanto tenemos que aprender de la mujer liberada. Se idolatra a personajes tan nocivos como Macarena Olona, la defensora del hombre blanco maltratador, como apunta mi colega Elizabeth Duval.
Recientemente participaba en una mesa redonda y otro de los ponentes compartió su convencimiento de que la gran revolución del siglo XXI será el feminismo y, más concretamente, el feminismo en los países árabes. Ojalá ese feminismo conquiste la sinrazón que ha imperado durante tantas décadas, pero no pensemos que la igualdad en España se ha conquistado. No es así. La oleada de terrorismo machismo que hemos vivido estas últimas semanas es una prueba de ello, pero no es la única. Esas conversaciones de bar, durante un paseo o camino del trabajo en el transporte público constatan que todavía resta mucho camino por recorrer.
El feminismo es una carrera de fondo en la que se dan continuos relevos. No replicar, no rebatir a esos compañeros de barra que nos descubren a un machista a nuestro lado es renunciar a tomar ese relevo, es perder metros en la carrera hacia el objetivo final. El feminismo, como parte intrínseca de la democracia, se construye en todos y todas y se ha convertido en una corresponsabilidad irrenunciable.