El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ha cargado duramente contra el Gobierno y contra Pedro Sánchez por la reforma del delito de malversación, llegando a sonreír socarronamente, dar una palmadita imaginaria en la espalda al líder del PSOE y advertir "que no se esfuerce en explicar lo inexplicable". Ni es la primera vez, ni será la última, que el toledano visibiliza públicamente su malestar con las medidas adoptadas por el Ejecutivo y respaldadas por su propio partido... pero ahí sigue, que fuera hace mucho frío.
Discrepar dentro de una formación política es sano, enriquece y, adecuadamente canalizado, fortalece al partido. No es el caso del PSOE ni de García-Page. Lo del presidente de Castilla-La Mancha no es simple disentimiento, trasciende a esa discrepancia y deviene en oposición cuasi frontal. Tan vehemente es en sus protestas y críticas que pareciera que el aire dentro del PSOE se le hace irrespirable. El episodio del pasado martes no es una excepción y mucho menos un arrebato, algo que ha querido dejar patente mostrando sus notas de la intervención.
Su malestar con Pedro Sánchez es sobradamente conocido. García-Page se posicionó abiertamente del lado de Susana Díaz y llegó a ligar su propio futuro a que ganara la sevillana en las elecciones primarias del PSOE. Perdió, se impuso Sánchez y García-Page agachó cabeza y continuó en el partido, a pesar de que antes de conocer el resultado y cuando se las prometía muy felices llegó a afirmar que "estas primarias van a determinar, y mucho, las perspectivas y seguramente la agenda personal de muchos, también la mía".
Y es que el presidente castellano-manchego no parece hombre de acción, más de gruñidos que, al sacar la patita fuera del PSOE, percibe el frío que hace fuera y vuelve al redil. Más aún con la que está cayendo, con unos sondeos electorales que no le son propicios en Castilla-La Mancha y que pronostican un posible sorpaso del PP. Este es uno de los motivos por los que la estrategia que se ha marcado García-Page es la del violín: cogerlo con la izquierda pero tocarlo con la derecha. Ya defendió la solvencia de Alberto Núñez Feijóo -de nuevo en contra de Sánchez-, a pesar de los notorios patinazos de éste.
Su continuo posicionamiento del lado de los conservadores, arremetiendo contra partidos como EH Bildu o Unidas Podemos, le hace compartir con ellos más espacios comunes que con el propio PSOE. Cuando en 2017 no tuvo los apoyos necesarios para aprobar sus presupuestos, llegó a ofrecer un pacto al PP, que éste rechazo. Y, de nuevo, su inconsistencia le llevó a aceptar la entrada en su gobierno de Podemos, después de haberlo demonizado.
En cuanto García-Page siente entrar el frío, se acerca a la primera fuente de calor que encuentra. El PSOE, claro está, es la lumbre que no se apaga -por ahora- y tiene más próxima. Por este motivo, a pesar de hablar de que decisiones como la adoptada por Pedro Sánchez son "intolerables", García-Page continuará aferrado a la rosa del partido, agitándola cuanto sea necesario en campaña electoral mientras desliza discursos escritos con letra de Feijóo. La coherencia, si me apuran la integridad, no son cualidades de las que pueda presumir el toledano, que el día en que sus hechos vayan en línea con sus palabras, sin duda, sorprenderá a propios y extraños.