El paso del expresidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, por la Audiencia Nacional (AN) fue, sencillamente, hilarante. Moviéndose entre las arenas movedizas del jeta en su máxima expresión o de la más supina estupidez, Camps entró en una sucesión de contradicciones que en ambos casos lo delatan como un mentiroso de tomo y lomo. Librarse esta vez de una condena parece misión imposible, pero en este país nunca se sabe y el fantasma de la ingenuidad catártica de la infanta Cristina sobrevuela la AN.
¿Quién no ha confundido alguna vez una boda con un acto de partido? Le puede pasar a cualquiera, hay demasiados elementos comunes con los gritos de "¡Viva los novios!" encabezando la lista. Es lo que le pasó a Camps con el enlace de Álvaro Pérez, el Bigotes, el cual además le dedicó un brindis ensalzando la amistad de la que ahora el expresidente valenciano reniega.
¿Cómo vamos a pensar que Camps miente acerca de su confusión con la boda del Bigotes después de haber pasado por otras bodas como la mítica de la hija de Aznar? Quizás la equivocación de Camps comenzó entonces, cuando disfrutó de la compañía de 1.100 invitados. Y quizás ahora, después de la sentencia de la AN, tarde aún unas semanas en darse cuenta de que el centro penitenciario en el que recale tampoco es un acto de partido, aunque se tope allí con algunos con los que compartió perdiz estofada.
Y es que el amor desmedido que siente Camps por la Humanidad en conjunto seguramente está detrás de todas estas confusiones y de buena parte de sus males. No todo el mundo está dotado para llamar "amiguito del alma" a prácticamente un desconocido, como afirma Camps del Bigotes, y decirle "te quiero un huevo". El presidente del Tribunal debería tener en cuenta ese nivel de bondad de Camps, que incluso concibiendo a Álvaro Pérez como un mero proveedor más del PP, aceptaba regalos de Navidad para su hija de los que hasta su esposa decía "te has pasado cien pueblos".
Catorce años lleva el pobre en dique seco, según confesó a la Fiscalía el propio Camps, que aún sueña con ser candidato. A su favor de cara a una campaña electoral, seguramente ya puede presumir de saber distinguir entre una boda y un mitin, algo que pudiera parecer una obviedad pero que en su caso sin duda es un alarde de intelectualidad y le ahorrará muchos cócteles de gambas.
Quizás y sólo quizás, Camps termine tras el juicio en otro acto de partido, confundiendo una prisión con un resort de 'todo incluido' en el que pueda participar de actividades de animación como talleres con antiguos compañeros de partido, a los que es probable que también "quiera un huevo". Y es que el amor lo puede todo; bien lo sabe Cristina de Borbón, a la que ese sentimiento por el que fuera su marido le llevó a firmar papeles que le procurarían una vida aún más lujosa y, posteriormente, salir de rositas del juicio. ¿Le sucederá lo mismo a Camps, el santurrón?