Los empresarios no hacen porque se les quiera. Uno lo intenta cada vez que les escucha entonar con cara de cordero degollado que son ellos quienes generan riqueza o cuando donan equipos médicos que desgravan... Pero cuesta, no lo ponen fácil. El imperio Inditex es un ejemplo de que adorar a los Ortega no es tarea fácil. El mismo año que sus empleadas de tienda han tenido que ir a huelga en toda España para tener un salario digno es cuando el grupo ha ganado más de 4.000 millones de euros.
Siempre he mantenido que, por norma general, nadie es multimillonario de manera honesta. Inditex lo ilustra a la perfección. El acuerdo histórico en materia de condiciones laborales que se alcanzó este año -que tampoco es precisamente la panacea- no surgió de manera proactiva por parte de la compañía que preside ahora Marta Ortega. Fue necesario acudir a una huelga, tensar la cuerda, acudir al conflicto social para arañar esas mejoras, aun cuando Ortega sabía que rompería por primera vez la barrera de los 4.000 millones de beneficio... y ello a pesar de perder por el camino alrededor de 250 millones de euros del negocio ruso.
Ese detalle dice mucho de cómo gestiona la compañía quien tiene de sueldo un millón de euros al año y de su progenitor y mentor, que sólo en dividendos se embolsa más de 2.200 millones. ¿De verdad es elogiable que la explotación y precariedad por defecto sea el modelo de gestión de la compañía? Yo creo que no y mejor harían mucho medios de comunicación recordando esa huelga por todo el país al tiempo que anuncian los resultados de la firma de moda, en lugar de volver a sacar a paseo la despreciable 'Marca España' que acuñó en su día el pagado de sí mismo José Manuel García-Margallo cuando era titular de Exteriores con Mariano Rajoy.
Es complicado querer a ese tipo de empresariado, aunque se intente. Un día, uno ve desubicado el ataque directo y personal de una ministra a Juan Roig, incluso puede empatizar con él, y al otro alucina cuando el presidente de Mercadona se erige como salvador de la cadena de suministro al tiempo que incrementa su beneficio un 5,6%. Chirría escuchar a Roig asegurar que si no suben los precios, la cadena productiva se viene abajo, cuando los agentes de ésta afirman que no soportan la presión de precios y la compañía aumenta su beneficio en casi 40 millones de euros más, rondando los 720 millones limpios de polvo y paja...
Uno quiere dar a esos grandes empresarios la confianza que reclamaba el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, cuando Ferrovial anunció su marcha de España, pero claro, vienen los 25 años de amaños de las licitaciones públicas por parte de la multinacional de Rafael del Pino y por mucha voluntad que se le ponga, se hace bola al tragar.
Por mucho que cualquiera pretenda recomponer su empatía hacia ese empresariado de élite, es una misión harto complicada cuando se observa cómo en 2022 esas compañías registraron unos resultados récord, pese a sus encendidas críticas a la reforma laboral o la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) y continúan sin retractarse y poniendo cuantos palos pueden en las ruedas para entorpecer las mejoras laborales.
La empatía se genera, el respeto y el cariño se ganan. En sus balances empresariales, cualquiera de ellas está en números rojos y, lo que es peor, parece importarles poco. Daños colaterales, pensarán que son, pese a que están carcomiendo sus propios pilares como una suerte de aluminosis social.