Ayer sucedió otra vez. No será la última. Una persona, a punto de ser desahuciada, encontró su única salida en el suicidio, precipitándose desde un cuarto piso. José Luis, que así se llamaba, estaba enfermo, recibiendo tratamiento oncológico y psicológico. Ninguna de esas circunstancias impidieron que las autoridades le dejaran de patitas en la calle sin alternativa habitacional. Una vez más, el derecho a la propiedad privada por encima del derecho a una vida digna. ¿Es esa la sociedad que realmente deseamos?
Vaya al buscador de internet que utilice habitualmente, teclee "suicidio + desahucio" y prepárese a ver una larga lista de casos. No se trata de un episodio aislado. Pisotear un derecho constitucional como el de la vivienda tiene estas trágicas consecuencias. La vida se derrumba para quienes tienen encima la espada de Damocles del desahucio. Termina por no verse salida alguna, pese a la encomiable labor de organizaciones como la PAH (Plataforma de Afectadas por la Hipoteca).
Hace ya seis años que la Universidad de Granada publicó los resultados de un estudio que revelaba que el 88% de las personas desahuciadas presentan ansiedad y nueve de cada diez sufren depresión. El número de suicidios asociados a la pobreza se ha disparado en España en los últimos años y, a pesar de ello, una parte de la sociedad continúa sin mostrar la más mínima empatía. ¿Cuántas personas más han de quitarse la vida para entender que la vivienda es un derecho?
La izquierda ha reaccionado tarde y mal. Haber apurado al final de la legislatura para siquiera anunciar medidas que intenten resolver la emergencia habitacional de España es uno de los grandes borrones de esta legislatura. En lugar de sacar pecho en cada anuncio por goteo que protagoniza Pedro Sánchez, éste debiera pedir disculpas por haber agotado su gobierno sin haber reaccionado antes. La Ley de la Vivienda es un gran avance, pero tardaremos en ver sus frutos; ya estaríamos recogiendo los primeros de haberla priorizado al principio de la legislatura. No es el caso.
Por su parte, la derecha se erige como la gran abanderada de la propiedad privada, a la que superpone al derecho a la vivienda. Así lo ha manifestado ya la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que ha avanzado su insumisión a la Ley de la Vivienda por querer priorizar la especulación de la vivienda sobre el derecho a un techo digno.
Ojalá la derecha, en lugar de falsear las cifras de okupación y generar alarmas sin fundamento, destinara esa energía a lamentar los suicidios provocados para que un gran tenedor pueda tener una casa cerrada o se enriquezca. Tampoco es el caso. La derecha tiende a criminalizar a las personas desahuciadas, a estigmatizarlas acusándolas de "vivir del cuento" a costa de "paguitas".
La realidad es bien distinta. Buena parte de las personas desahuciadas ni siquiera partieron de una situación de exclusión social. Sin embargo, la vida a veces es tan cruel que da giros inesperados y uno siente la soga al cuello; una soga, además, que se encarga de ajustar un banco, un fondo buitre o un casero especulador. Cuanta más ayuda precisa una persona, más privada de ella se halla. Me viene a la memoria -y busco- los extractos de algunas de las cartas de suicidio que hace años publicó la PAH para concienciar de estos hechos: "Nos recuerdo en la playa hace 4 años. Tan felices, tan ajenos a todo. Mamen, no entiendo nada de lo que ha pasado estos cuatro años. Todo se ha derrumbado en tan poco tiempo...".
En los márgenes, la película dirigida por Juan Diego Botto, plasma muy bien el drama que existe detrás de cada desahucio. El guion escrito por el propio Botto y la periodista Olga Rodríguez es un fiel reflejo de cómo la trituradora capitalista nos termina convirtiendo en carne picada, en material de desecho. El día que salí del cine recuerdo que en un momento me pregunté cómo sería una película paralela que fuera mostrando de manera coral la otra cara de la moneda, cómo se iría desarrollando la vida del casero, del directivo de banca, del ejecutivo del fondo buitre detrás de cada una de las historias de desahucio que se relatan en la cinta.
Al instante reparé en que sería un largometraje aburrido, anodino, como uno de esos programas de televisión que muestran casas de lujo fuera del alcance para el 99% de la población. Y lo sería porque cada uno de esos personajes es ajeno al sufrimiento de esas personas que nombres y apellidos privadas de su derecho constitucional de una vivienda digna; no les importa, su prioridad es su patrimonio y las posibilidades de incrementarlo. Ayer, cuando el cuerpo de José Luis se estampó contra el suelo y se dio a conocer la noticia, muchas personas seguramente se sobrecogieron, aunque hoy hayan olvidado ya la noticia; otras, en cambio, no vieron un problema, vieron una solución, una vía para seguir lucrándose, aunque para ello se lleven vidas por delante.