El bipartidismo ha vuelto a pervertir la democracia, poniendo la política nacional por encima de lo que realmente se vota el próximo 28 de mayo, es decir, el gobierno autonómico y local. PP y PSOE lo hacen de diferente manera, con aproximaciones rellenas de contenido en mayor o menor medida pero que en ningún caso abordan las cuestiones de proximidad que implica esta cita con las urnas. Juntos, han creado el escenario ideal para desviar la atención de lo que realmente importa en estas elecciones, tendiendo la alfombra roja para las hinchadas partidistas, la misma bajo la cual se ocultan intenciones espurias.
Quien piense que el PP ha marcado la agenda nacional de estas elecciones autonómicas y municipales está equivocado, porque al PSOE no le ha hecho falta ningún empujón para caer en la tentación de aprovechar que manda en el Consejo de Ministros. Bien es cierto que Alberto Núñez Feijóo siempre ha buscado la recuperación del bipartidismo, su enfrentamiento en el tablero nacional, llegando a reclamar el adelanto de las elecciones generales para hacer del 28 de mayo el 'gran domingo' electoral.
Feijóo quería cortar la senda de recuperación económica que está haciendo que las previsiones de crecimiento de España, según los organismos independientes nacionales e internacionales, superen las previsiones iniciales, muy por encima de la media europea. Ante el rechazo de ese adelanto electoral, la única ocurrencia que han tenido en Génova es resucitar una vez más a ETA, instrumentalizar a sus víctimas -con el consecuente desprecio de éstas- y mercantilizar su dolor como capitaliza los servicios públicos cuando llega al poder.
El PSOE podría haberse desmarcado de este proceder, pero lejos de hacerlo, ha optado por utilizar la plataforma que le proporciona La Moncloa para hacer campaña. Tiene razón Pedro Sánchez cuando se sacude la etiqueta de 'hombre anuncio', precisando que el PSOE no anuncia, lleva al BOE. La pena es que cuando más medidas lleva al BOE es en campaña electoral, cuando ésta ni siquiera es para elegir al gobierno de España.
Habría que ser muy necio para negar el electoralismo de los anuncios con que Sánchez está trufando la campaña. Lo peor no es que no todos ellos sean acertados -algunos rozan la tomadura de pelo, cómo los martes de cine para jubilados y jubiladas-, sino que se enmascaren dentro de una cotidianidad que no es tal. Aun siendo bien recibidas buena parte de ellas, concentrar tantas medidas en la recta final de legislatura, haciéndolas coincidir con la campaña electoral, es zafio, grosero y adultera las elecciones autonómicas y municipales.
El problema, sin embargo, es doble, porque esta perversión democrática del bipartidismo no se produciría si no funcionara. La nacionalidad de una campaña que no es nacional tiene calado, contagia a una parte de los votantes dormidos, cómodamente instalados en ese enfrentamiento de líderes nacionales que nada tienen que ver con la recogida de basura en su municipios, el arbolado de la localidad o cómo se entrega la ciudad a un turismo depredador e insostenible. Pasado el 28 de mayo, ni Feijóo ni Sánchez pondrán oídos a las demandas vecinales, tirando balones fuera alegando a que esas cuestiones son competencia autonómica o municipal. ¿Y entonces? Entonces no habrá marcha atrás, la ciudadanía tendrá que encajar una legislatura de cuatro años, quizás arrepintiéndose de su voto irreflexivo, viciado por los cantos de sirenas nacionales que nada tienen que ver con su día a día.
Haber convertido una campaña de ámbito local y regional en una nacional es un error, una catástrofe que, sin embargo, la misma ciudadanía puede revertir. El electorado puede aprovechar esta perversión del bipartidismo para tomar recados de cara a las elecciones de fin de año, pero se haría un flaco favor si con ello guiara su decisión el próximo 28 de mayo. El error puede no ser compartido, dejándoselo a esa clase política que se mueve a golpe de sondeo en una época reciente, precisamente, en la que, con excepciones muy puntuales, los sondeos no han estado acertados. El sistema es imperfecto, muy mejorable pero, al menos una vez cada cuatro años, las riendas de su pueblo, de su ciudad, de su Comunidad Autónoma, están en sus manos: no dejen que el carro siga la inercia de los caballos sin mirar siquiera qué hay delante en el camino.