El asalto a la delegación de la Junta de Castilla y León que protagonizaron ayer algunos ganaderos tiene mucha más relevancia de la que en términos generales se le ha dado en los medios de comunicación. En primer lugar, porque supone un acto violento injustificable en modo alguno en el marco de una institución oficial; en segundo, porque no se trata de un hecho aislado. Tanto en éste como en los episodios existen varios elementos comunes, destacando por encima de todos la relación con la derecha.
Los populismos que destila la derecha tienen corto recorrido y terminan por devenir en violencia. Eso es, precisamente, lo que ha sucedido en Castilla y León, después de que en campaña electoral el gobierno autonómico de PP y Vox ignoraran la ley, tanto a nivel nacional como europeo, y relajaran las medidas sanitarias para el control de los brotes de tuberculosis bovina.
Es temerario alimentar esa imprudente esperanza a un colectivo como el ganadero, que lo está pasando mal por el alza de los precios y la inoperancia del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca a la hora de hacer cumplir la Ley de la Cadena Alimentaria para impedir la venta a pérdidas. Ese tipo de populismo, de soluciones fáciles -que no son tales- para problemas complejos termina por generar un nuevo problema, todavía mayor que el original.
Como está sucediendo en Doñana, detrás de estas conductas de la derecha se encuentra la deslealtad institucional, la desobediencia a las leyes y una narrativa de impunidad al hacerlo que se contagia. No es la primera vez que sucede: ya asistimos a fenómenos similares cuando también un grupo de ganaderos asaltó violentamente el pleno municipal de Lorca (Murcia) o cuando los transportistas protagonizaron un paro patronal ilegal salpicado de incendios, agresiones a compañeros que no lo secundaban y desperfectos a camiones con los que éstos se ganan la vida. En todos los casos, la relación directa o indirecta de la derecha es evidente.
La tendencia que se está fraguando es peligrosa; no se trata únicamente de un populismo ramplón que cala con facilidad y la izquierda no sabe combatir, sino que, además, cuestiona la misma democracia. Tal y como avanzaba en la columna de ayer, se ha perdido la confrontación de ideas y la derecha ha optado por confrontar nuestros pilares de convivencia, las mismas leyes, ya sean de rango nacional o europeo.
Esta estrategia de la derecha no es de choque, sino por goteo: PP y Vox van trufando nuestro día a día con manifestaciones contra el Gobierno y nuestro Estado de Derecho, creando una ilusión en una parte de la sociedad que termina por pensar que asaltar violentamente un organismo oficial está justificado, puede solucionar algún problema y, además, no recibirá sanción alguna. El hecho de que, como ya sucediera en las protestas previas, el número de detenidos sea de auténtica risa, aún les alienta más a estos actos violentos: en el asalto de ayer, a pesar de producirse hasta doce heridos, solo se detuvo a una persona. ¿Cómo es posible que haya más detenidos e identificaciones en cualquier movilización estudiantil pacífica que en estas acciones con agresiones?
El rechazo, la condena y el freno en seco a estos populismos ha de producirse desde todos los frentes, incluidos los medios de comunicación. Esa suerte de golpe de Estado por cuentagotas que representantes como Isabel Díaz Ayuso o Elías Bendodo protagonizan llegando a cuestionar, incluso, nuestro sistema electoral -el mismo que después les otorga una victoria aplastante- ha de combatirse, dejando en evidencia su insana intención, su ponzoña democrática. No hacerlo puede desencadenar efectos absolutamente indeseados por cualquier demócrata, con asaltos como los del Capitolio en EEUU o aun peor. Lo que ha venido a denominarse 'trumpismo', que tanto PP como Vox han tomado como manual de conducta en España, tan sólo conduce al desastre, el caos y una desigualdad forzada por políticas autoritarias.