A finales del pasado mes de julio, la Consejería de Agricultura, Pesca, Agua y Desarrollo Rural de la Junta de Andalucía anunciaba una nueva convocatoria de ayudas para la modernización de maquinaria y equipamiento. De los 100 millones de euros contemplados, la mitad irán a parar al sector olivarero "para dar respuesta a los graves efectos que está suponiendo la sequía especialmente en estas explotaciones". Si en lugar de haberlo convertido en un cultivo de regadío lo hubieran mantenido de secano, como era originalmente, no se hubieran producido efectos tan graves.
¿Hay que activar este tipo de ayudas? Claro, pero no deja de ser doloroso tener que inyectar estas enormes sumas de dinero que debieran encontrar otro destino social por culpa de una ambición desmedida, en cierto modo codicia. Los antiguos romanos, pobladores de Andalucía, eran perfectamente conocedores del uso del regadío y jamás lo utilizaron con el olivar. ¿Por qué? Porque no es necesario salvo, claro está, que quieras convertirlo en un cultivo superintensivo para ampliar las ganancias con vistas a la exportación.
Atrás han quedado esos años 90 en los que hubo agricultores cordobeses o jienenses que, como ha sucedido en Málaga con los naranjos en favor del mango y aguacate, arrancaron olivos en busca de un cultivo más rentable. Allá por 1986, cuando España entró en el Mercado Común, la superficie nacional de olivar de regadío ni siquiera alcanzaba las 100.000 hectáreas; hoy ya ronda las 875.000 hectáreas. Se dieron cuenta entonces del efecto beneficioso de convertir el olivar en un cultivo de regadío, a pesar de que Andalucía no se caracteriza precisamente por ser una de las regiones con más precipitaciones. Las cosechas podían duplicarse o, incluso, triplicarse pero ¿a qué coste hídrico para las cuencas hidrográficas y los acuíferos?
Así las cosas, Andalucía es hoy la primera comunidad autónoma en superficie irrigada con cerca 1 millón de hectáreas, lo que supone casi el 30% del total de la superficie nacional regada. Según los resultados de la Encuesta sobre Superficies y Rendimiento de Cultivos (ESYRCE) 2023 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, frente al millón de hectáreas de olivar de secano, el olivar de regadío supera las 647.000 hectáreas en Andalucía, lo que supone el acaparamiento del 65% del total de superficie de regadío en toda la comunidad.
Detrás de la explotación superintensiva del olivar de regadío no se encuentra el agricultor medio, sino las aves carroñeras del capitalismo. Tal y como relataron en un impagable reportaje Ana Tudela y Antonio Delgado, en los últimos años se han multiplicado por 15 los fondos de inversión que han metido sus zarpas en el campo. Como en tantas otras cuestiones en Andalucía –el turismo, sin ir más lejos- se ha tenido una visión cortoplacista que nos ha llevado a una situación crítica por falta de recursos hídricos.
La fórmula ideal sería volver a reconvertir esos olivares a su naturaleza original, esto es, cultivo de secano, pero una vez que se han llenado las bolsas de dinero es complicado dejar escapar una sola moneda. Del mismo modo que España se ha de plantear dejar de ser el criadero porcino del mundo por los efectos perniciosos que ello tiene para nuestro ecosistema, también ha de asumir que liderar las exportaciones mundiales de aceite de oliva es cavar nuestra propia tumba.
Debemos aceptar lo prioritario de un incremento cero de del regadío así como la urgencia de la modernización de los sistemas de regadío existentes para lograr una mayor eficiencia. No parece lógico en modo alguno que para el enriquecimiento mayoritario de unos pocos sometamos a nuestros recursos naturales a un agotamiento tal que, al cabo de unos pocos años, no es que no se vislumbre un futuro, ni siquiera habrá presente.
Tal y como nos cuenta el antropólogo económico Jason Hickel en su último libro Menos es más (Capitán Swing), la tiranía del PIB, ese que en realidad mide el bienestar del capitalismo, está acabando con el planeta. En el caso andaluz, es posible adoptar medidas. Habrá consecuencias, se quedará gente atrás, sí, pero lo que hemos de intentar es que quienes lo hagan sea quienes más fortuna han amasado hasta ahora a costa del medio ambiente, de nuestro futuro, en definitiva.