José Maria Aznar abandonó La Moncloa un 13 de abril, justo un día antes del aniversario de la República. Esta casi coincidencia probablemente tenga un significado especial y sobre ella podrían escribirse muchas cosas, pero ahora mismo no se me ocurre ninguna. Quizá sea porque todo lo relacionado con este hombrecillo perpetuamente enfurruñado se me aparece barnizado de una mediocridad aplastante, tremebunda, casi diría descomunal, si no fuese porque con Jose Mari hasta el gris está a su altura.
Dice que no quiere tumba ni lápida ni inscripciones ni panteón ni nada de nada, pero, más que por modestia, pensamos que lo dice por lo mismo que aquel personaje de El Padrino II, Hyman Roth, que se creía inmortal tras haber sobrevivido a varios infartos y pensaba enterrar a todos sus enemigos. Por eso se dedica a un régimen exclusivo de ejercicios enloquecidos que trae a sus escoltas por la calle de la amargura. El abdomen de Jose Mari es una obra maestra de la escultura griega, sobre todo teniendo en cuenta que está encajado en la cintura más rígida que se recuerda.
La humildad no es su fuerte, aunque él opina lo contrario. Como algún gurú que yo me sé, Jose Mari podría ponerse a gritar que a humildad no le gana nadie, que él es el hombre más humilde del mundo. Por humildad casó a su hija en El Escorial, pudiéndola casar en la Casa Blanca con varios presidentes de testigos. Y cuando piensa en su retirada definitiva de la política, se compara con Churchill, que regresó en un mandato de más únicamente para pegar gatillazo. Sin embargo, de haberlo conocido alguna vez, aunque fuese en una esquina, Churchill podía haber dicho de él lo mismo que dijo de Clement Attlee, el adversario laborista que lo venció tras la Segunda Guerra Mundial: "Es un hombre modesto. Y no le faltan motivos para serlo". Aunque Jose Mari piensa que son clavados, el gran estadista británico y él tienen pocas cosas en común, aparte de la bipedestación y el acento de Oxford. Churchill aborrecía los gimnasios y las dietas de lechuga, fumaba habanos inmensos, bebía ginebra hasta la inconsciencia y además escribía en una prosa que le prestó al idioma inglés tonos ciceronianos. En cambio, de los varios tomos de memorias que Jose Mari nos ha inflingido hasta el día de hoy, la única frase que va a quedar para la historia de la literatura es el pito pito gorgorito de su cuaderno azul entre tres sucesores a cuál más inútil.
Que no sólo haya llegado a publicarlos, sino que además haya gente que los compra y los lea, es una de las marcas de fábrica de un país donde Belén Esteban, Risto Mejide, Ana Rosa Quintana o Christian Gálvez han sido encuadernados. Una de sus grandes pasiones confesas, junto con el estudio del catalán, es la lectura de poesía, actividades ambas que realiza en la más estricta intimidad y probablemente a la par que el pádel. La única persona que ha impresionado a Esperanza Aguirre y el único hombre de Ana Botella. Sísifo con bigote. Diez años de abdominales nos contemplan.
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