Si pretendían insultarlo, lanzar un plátano a Dani Alves cuando iba a sacar un corner no fue una idea muy brillante: es la fruta que se zampa Rafa Nadal entre juego y juego para reponer fuerzas y evitar tirones musculares. Si querían ridiculizarlo, mejor que le hubiesen tirado cacahuetes, como hacen con algunos escritores en la Feria del Libro, o directamente un melón, que en versión proyectil hace más daño. Confundir la etnia con la especie mediante la metáfora del plátano es un anacronismo racista que ya sólo se utiliza en las canchas deportivas y en el trastero mental de ciertos políticos de derechas.
No es que el racismo haya vuelto, sino que nunca se fue, al igual que otros ismos de infausta memoria. A Darwin, que muy negro no era, también lo caricaturizaron poniendo su cara en la etiqueta de Anís del Mono, lo cual de paso también servía de símbolo nacionalista para reclamar Gibraltar. Darwin, inglés de pura cepa, advirtió que el hombre desciende del mono y que algunos, en los campos de fútbol, iban a descender mucho más incluso.
La teoría de la evolución, probablemente la hipótesis científica más importante de los últimos siglos, terminó de demoler la absurda idea de que éramos el ombligo del mundo. Primero fuimos desterrados del centro del universo, luego exiliados a una barriada del sistema solar y por último nos colocaron en el supermercado de la naturaleza, en el estante de los primates, al lado de los chimpancés y los gorilas. Los testimonios fósiles demuestran que la historia de la evolución está llena de proyectos fallidos y de callejones sin salida. Lo único en lo que no andaba equivocado el Génesis era en el orden de manufactura del producto: Dios fabricó a Adán y Eva los últimos, cuando ya le había cogido el tranquillo a a la creación, del mismo modo que la selección natural nos ha ido dejando para el final, como un experimento poco convincente y al que no parece quedarle mucho futuro tal y como anda el mundo.
Todos somos monos, en efecto, aunque, como ya advirtiera Orwell, algunos más que otros. El macaco albino que le lanzó el plátano a Alves es sólo uno más de esa tribu que anda por ahí fanfarroneando igual que los homínidos de Kubrick antes de la llegada del monolito. Donald Sterling, el dueño de los Clippers, le recriminó a su novia que se hiciese fotos junto a Magic Johnson, el legendario alero de los Lakers: "Puedes dormir con negros, puedes hacer lo que quieras con ellos, pero no te los traigas a mis partidos", una afirmación tremendamente temeraria para un empresario de la NBA, donde el negro siempre ha sido el color de moda. Un poco más y repite la frase de Joe Pesci en Uno de los nuestros, cuando se entera de que a su novia le parece que Sammy Davis Jr. tiene mucho talento: "Oye, oye, sólo quiero saber si me estoy tirando a Nat King Cole". A ver si un día a estos fanáticos del plátano se bajan del árbol, les cae encima el monolito y se enteran de que siempre han estado viviendo en el planeta de los simios.
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