Estos días ando muy atento a los listados de los Papeles de Panamá por si aparece mi nombre en ellos. No hay muchas probabilidades de que salga, pero quién sabe, en peores borracheras me he metido. A lo mejor mi asesor fiscal me abrió una cuenta opaca sin advertirme y me hizo firmar la autorización sin yo saberlo, al tiempo que preparaba la declaración trimestral y la de la renta. Estas cosas pasan, a un tío mío una vez le tocó una quiniela de catorce sin rellenarla siquiera, pero luego le salió a devolver. En cuestiones de dinero mi familia tiene tan mala suerte que nuestra única posibilidad de acertar la lotería sería que quemásemos el décimo.
Todo es posible en Panamá, incluso que mi nombre se materialice en la junta directiva de unos cuantas compañías al lado del de Leticia Montoya, oficinista de Mossack Fonseca y testaferro de más de diez mil empresas panameñas. Cuando le preguntaron en la calle si conocía a Leticia Montoya, Leticia Montoya respondió que era su cuñada, pero debía de haber por lo menos nueve mil cuñadas más, porque ese ritmo de trabajo no hay quien lo aguante. Suena un poco a ciencia-ficción, como aquella película de Cómo ser John Malkovich protagonizada por una señora llamada Leticia Montoya que no para de firmar y firmar. Debe de ser una mujer muy ocupada.
Messi, Almodóvar, Pilar de Borbón, Macri, los bisnietos de Franco, el padre de Cameron, el círculo de Putin, Imanol Arias, Vargas Llosa, el rey de Arabia Saudí, el ex emir de Qatar, Stanley Kubrick, Simon Cowell, el presidente de Islandia... Está visto que si no sales en los Papeles de Panamá no eres nadie, ni lo has sido, ni lo vas a ser. Detrás de cada empresa ficticia había una cuñada de Leticia Montoya, una por lo menos, un testaferro secreto, como los ancianitos y jubilados de Chinatown, que eran dueños de miles de hectáreas de terreno y de toda el agua de California, pero sólo sobre el papel. No tenían ni idea de que eran millonarios, igual que aquel amigo mío que se despertó en una celda y descubrió un tatuaje escociéndole el bajo vientre, la historia en viñetas de la semana loca que había vivido en Las Vegas después de hacer saltar un casino y fugarse con una bailarina para que Elvis los casara en una capilla. Despertó sin un duro y sin acordarse de nada, ni de la boda, ni de la noche de bodas, ni siquiera de la bailarina. Fue como Resacón en Las Vegas pero sin final feliz.
Es la misma resaca con que se han levantado muchos de estos patriotas repentinamente ubicados en Panamá y aquejados de amnesia generalizada. Estaban en la isla de Perdidos, un paraíso fiscal al que nadie tiene ni la menor idea de cómo ha llegado, y un desenlace que se va a resolver igual que en la teleserie: de ninguna manera. Montoro dirá la frase clásica del gendarme en Casablanca ("¡Qué vergüenza, qué vergüenza, he descubierto que aquí se juega!") y a otra cosa. Disculpen el exceso de referencias cinematográficas pero es que este follón de Panamá es el remake de una película que ya hemos visto muchas veces -en Suiza, en Andorra, en Singapur- y todos nos sabemos el final.
Comentarios
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