A puerta cerrada es una célebre obra de teatro de Jean-Paul Sartre en donde tres personajes -dos mujeres y un hombre- permanecen encerrados en un cuarto sin saber muy bien para qué, hasta que poco a poco, mientras se insultan unos a otros, descubren que están en el infierno y que su condena es seguir juntos el resto de la eternidad despellejándose vivos. Una eternidad quizá sea pasarse pero el rato que estuvieron juntos los miembros del Comité Federal del PSOE, expiando sus culpas y pecados, se les debió hacer bastante largo. Algunos se pensaban que estaban en el infierno pero qué va: continuaban en Ferraz.
Unas veces el congreso a puerta cerrada evocaba una sesión de psicoanálisis colectivo; otras veces parecía un exorcismo medieval, con golpes de pecho, jaculatorias y recriminaciones. Hablaron del infierno, sí, preguntándose si harían de la siguiente legislatura uno para Mariano o mejor se abstendrían igual que tienen pensado hacer en la sesión de investidura. Debían escoger entre echarse al monte de la oposición cual feroces charlies vietnamitas o seguir en plan coolie sumiso transportando a los millonarios del Ibex en sus cómodos rickshaws. Hablaron también de lo mal que se habían portado demonizando a algunos compañeros y ahí no les faltaba razón: como que quien hablaba era Susana Díaz que apenas había tenido tiempo de quitarse el disfraz de Torquemada y aún olía a auto de fe.
El principal asunto que debatían era la abstención y, entre eso y la resaca que llevaban encima, el debate se convirtió en una reunión de alcohólicos anónimos. Lo de abstenerse para facilitar la investidura del presidente más corrupto que ha visto este país en medio siglo era lo de menos; no en vano, los líderes del PSOE llevan décadas absteniéndose de cualquier tentación de progreso y justicia social. Se han abstenido del marxismo, del socialismo, de la democracia y hasta del sentido común. Para demostrarlo, Susana Díaz culminó el estriptis intelectual que iniciara allá en los años ochenta su maestro y mentor Felipe González, más conocido en los círculos íntimos como "Dios". "No somos buenos ni malos" dijo Susana, "ni de izquierdas ni de derechas", una afirmación que supone el último de los velos caídos en esta lúbrica danza donde ya no queda nada por enseñar. Es posible que, al oír esta barbaridad, Iglesias, Besteiro y otros grandes nombres del partido se hubieran revuelto en sus tumbas del mismo modo que sus herederos les dan la vuelta a sus retratos cada vez que inician una labor de gobierno.
Afortunadamente para ellos, de Iglesias y de Besteiro no queda ya ni el recuerdo. El problema ahora, como en los anuncios clásicos de detergente, consistirá en convencer al votante irredento de toda la vida en que siga eligiendo la marca blanca PSOE en lugar de elegir al PP. Metido ya en pleno cónclave teológico, Madina dijo que él no era ningún hereje y que no había ninguna contradicción en abstenerse hoy para dejar gobernar cuatro años más al PP, que para eso él había estudiado a fondo a Max Weber en la universidad. No obstante, para lo que están haciendo y para lo que van a hacer, con haberse leído a Paulo Coelho ya tenía de sobra.
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