En uno de sus primeros fracasos comerciales, Stardust Memories, Woody Allen se reía de sí mismo interpretando a un cineasta harto de hacer comedias que pretendía que su público lo tomara más en serio. Después de una premonitoria película fallida -un coñazo de mucho cuidado-, un periodista le preguntaba si no era un poco narcisista y el director respondía: "No creo. Si tuviera que identificarme con un personaje de la mitología griega no sería con Narciso". "¿Con quién entonces?" "Con Zeus". Para terminar de arreglarlo, más adelante se veía al mismo director (Woody Allen) con sus gafas filosóficas, muy concentrado, la boca apretada, los ojos mirando al infinito bajo un cielo tormentoso, el pelo de fregona revuelto a bofetadas por un viento apocalíptico. Estaba interpretando a Dios, su papel definitivo.
Mucho más modesto, Djokovic ha preferido identificarse con Jesucristo. En sus tiempos de gloria, allá por los setenta o los ochenta, Allen podría haber filmado una obra maestra mediante el sencillo procedimiento de leer los periódicos estampados con el culebrón del Open australiano y difícilmente el guión habría superado las tonterías que estamos oyendo desde hace una semana. Un campeón de tenis que aterriza en Australia -el país con la aduana más puñetera y tocapelotas del mundo- pasándose por el forro todas las ordenanzas legales y las especificaciones sanitarias. En el control aeroportuario de Melbourne un funcionario le pega un repaso a las tres de la mañana, una entrevista donde sólo faltaba un examen rectal, digna de figurar en uno de esos realities maravillosos dedicados a la aduana de Australia.
Para ponerse en perspectiva, hay que tener en cuenta que en Australia andan muy mosqueados con lo que entra y lo que sale del país (un país que es una isla que es un continente que está tan abajo en el mapa que hubo que descubrirlo a posta). Empezó como colonia penitenciaria, destino turístico de los presidiarios más chungos que había en Gran Bretaña, hasta que uno de esos avispados aristócratas ingleses quiso practicar la caza del zorro y al hombre no se le ocurrió otra cosa que llevar unos cuantos conejos y soltarlos por ahí. En cuestión de unos meses, sin competencia ni depredadores naturales que pudieran mermar la población, había como dos millones de conejos pululando entre una costa y otra, así que hubo que inventar la mixomatosis.
Ya sé que ustedes saben todo esto de carrerilla, pero era preciso recordarlo para comprender que, hasta la llegada de Djokovic, en Australia no se habían visto nunca con un problema tan gordo como el de la superpoblación de conejos. Hay que tener en cuenta que Australia no ha aparecido jamás con tanta persistencia en las noticias de primera plana -ni siquiera cuando medio continente era pasto de las llamas- como ahora que tienen a un tenista atrapado en un limbo burocrático que parece una trampa para conejos. De hecho, han salido más defensores y más fans de Djokovic en el planeta Tierra que conejos con mixomatosis.
El lunes un juez dictaminó que, por un defecto de forma, Djokovic podía quedarse en el país y competir en el torneo, pero al día siguiente se supo que las respuestas del jugador serbio en la aduana tenían un serio problema de discrepancia con la realidad. Dicho en castellano: que a la hora de comentar sus excitantes relaciones con el coronavirus y sus paseos por el extranjero, Djokovic o había mentido como un bellaco o no sabía dónde estaba su propio culo. A todo esto, su padre, su esposa, sus compatriotas, sus seguidores y algún que otro conejo se rasgaban las vestiduras ante la injusticia planetaria por la que se impedía jugar al mejor tenista del mundo al que además se torturaba mediante su reclusión forzosa en un hotel con no todas las estrellas pertinentes.
Dividida entre el poder judicial y el ejecutivo, Australia ha hecho el ridículo internacional con su indecisión (sobre todo, después de deportar a una tenista por motivos parecidos y probablemente por carecer de testículos) mientras Djokovic, más allá de su maestría con la raqueta y su apostolado antivacunas, está demostrando un talento cómico inconmensurable. Ahora está afligido porque los demás tenistas se apartan de él cuando va a entrenar al Melbourne Park y no se le acercan ni con un palo. "Jesucristo ya sabía que podía confiar en pocos hombres" ha dicho Djokovic, quien no sólo no tiene abuela sino que, después de ver el video en que los dos se parten de risa con sus gilipolleces, está pensando en darle el papel de Judas a Nadal y el de Pedro a Federer.
Nota: ningún conejo ha sufrido daños durante la escritura de este artículo.
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