Durante mucho tiempo hemos oído hablar de los desencantados del comunismo, de los rebotados de Podemos o de los cabreados con Izquierda Unida, esa gente que, por lo visto, está harta de ver cómo la utopía nunca acaba de aparcar en la puerta de su casa y entonces deciden irse al otro extremo de la calle, a la caverna de Vox mayormente, del mismo modo que un señor abandonado por una novia no buscase otra novia, ni siquiera se pasase al otro sexo en busca de emociones fuertes, sino que directamente se cortase los huevos con unas tijeras de podar. Al fin y al cabo, la derecha nunca decepciona, está claro. Esto parecía una leyenda urbana o un meme de esos que circulan con una cita falsa hasta que la leyenda se ha visto corroborada por la noticia de que Ramón Tamames podría ser el candidato de la próxima moción de censura para salvar España.
Tamames, un histórico del comunismo español, hace mucho que fue girando sucesivamente a posiciones cada vez más reaccionarias, del mismo modo que tantos otros intelectuales que luchaban contra el franquismo cuando Franco estaba vivo, ahora que está prácticamente muerto luchan a favor. Tarde o temprano te hartas de matar zombis y dejas que te arrastre la corriente. En una de las últimas películas de George A. Romero a un tipo le muerde un muerto en un brazo y el amigo va a pegarle el tiro de gracia para evitar que empiece a deambular por ahí, haciendo el gilipollas y el caníbal. "No" dice el recién infectado. "Déjalo. Siempre he querido saber qué se siente".
Esta rotación hacia la derecha pura y dura puede contemplarse bien como signo de madurez, bien como síntoma de arteriosclerosis, aunque yo creo que tiene bastante que ver con la nostalgia del ímpetu juvenil y las ganas de joder la marrana. Casi todos los progresistas de la marcha atrás caminan por los aledaños de esa sentencia atribuida a Churchill, la cual reza que quien no es de izquierdas a los veinte años no tiene corazón y quien no es de derechas a los cuarenta no tiene cabeza. La verdad, cuesta creer que Churchill dijera alguna vez eso, cuando no fue de izquierdas ni a los veinte ni a los quince ni a los cinco años, a lo mejor por eso se instaló en esa jeta de bebé gigantesco fumando puros enormes toda la vida.
Al intentar explicar su notable metamorfosis ideológica, Tamames dice que en realidad él nunca fue comunista -que ni siquiera Carrillo era comunista-, sino únicamente una persona que luchaba por las libertades en la época de Franco y que nunca llevó en las alforjas ni el marxismo-leninismo ni la dictadura del proletariado. Dice que en el primer congreso en libertad que hubo en el PCE se despojaron de todo esos dogmas y se replegaron hacia la democracia, prometiendo el respeto a la bandera, la monarquía parlamentaria y toda la pesca. No es una explicación muy distinta a la que daba Charlton Heston -quien había evolucionado desde las marchas por los derechos civiles de los sesenta a presidir la Asociación Nacional del Rifle con un fusil de bandera- cuando le preguntaban por qué había abandonado el Partido Demócrata: "Oiga, que no he cambiado yo, el que ha cambiado es el Partido Demócrata".
Por lo que cuenta Tamames da la impresión de que los líderes y afiliados del PCE de los setenta fuesen un poco los punkis o los heavys ideológicos de la época, una panda de chavales de barrio rebeldes y disconformes que, según van madurando, se alisan los pinchos o se cortan la melena, porque el folklore capilar no combina muy bien con los altos cargos en una empresa o un banco. Puede ser, pero Julio Anguita o Gerardo Iglesias (y con ellos muchos otros) jamás se cortaron la melena y fueron comunistas toda la vida, consecuentes con sus ideas hasta el punto de que uno volvió a la docencia y el otro a la mina. Puede que Tamames adoptara el comunismo cuando estaba de moda (vete a saber para qué, a lo mejor para ligar en las reuniones del partido), lo mismo que se hubiese comprado una chupa, pero las ganas se le pasaron en seguida, más o menos al tiempo que se extinguían los pantalones de campana, y entonces se fue a pegar la hebra hacia el centro y después hacia la derecha hasta terminar en el neofranquismo de Vox, que es lo que está de moda ahora. De punki a Tamames ya sólo le quedan las gafas.
Tamames todavía no está muy seguro de aceptar la invitación de Abascal para salvar la patria, ya que una cosa es hacer el ridículo en sordina y otra con luz y taquígrafos. No ve que su avanzada edad pueda ser un obstáculo a la hora de salir a los ruedos y en una entrevista reciente ponía de ejemplo a su maestro, Juan Velarde, de 95 años, que estaba como una rosa. Efectivamente, estaba, porque dos horas después de la entrevista el pobre hombre falleció. Feijóo también aludió a la edad cuando en una reunión con Tamames intentó disuadirle de que se meta en semejante marrón, teniendo en cuenta que, con quince portavoces dando la brasa, la historia puede alargarse durante horas y horas: "Si fuese mi padre, no le dejaría hacer esto". Abascal está encantado de que un antiguo comunista se sume a sus filas para encabezar lo que denomina "una moción de censura histórica", aunque, al paso que va, lo mismo se les queda en prehistórica.
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