Una imagen de Carlos Saura con una cámara fotográfica presidió el homenaje al cineasta que siguió inmediatamente a la ceremonia de apertura de los Premios Goya, un homenaje que por desgracia llegaba demasiado tarde. ¿Cómo es posible que la Academia esperase a que Saura cumpliese más de noventa años para conceder un Goya de Honor al último patriarca vivo del cine español? Que haya muerto apenas un día antes de la gala en que iban a agasajarlo es, sin embargo, una paradoja muy española, una escena que parece sacada no de una película de Saura, sino de Berlanga. Por lo demás, la Academia no fue la única en llegar con retraso: la principal autoridad invitada a la gala, el presidente Pedro Sánchez, anunció que el gobierno iba a concederle la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio en el Consejo de Ministros del próximo martes.
Tal vez la demora se debió a que Carlos Saura, pese a su avanzada edad, parecía eternamente joven. No paraba quieto, acababa de estrenar un documental sobre la historia del arte (Las paredes hablan, del que Público ofreció una primicia en exclusiva) y un espectáculo teatral, Lorca enamorado, que funde algunas de las grandes pasiones de su vida (la música, la poesía, la danza, la fotografía y el cine) y en el que la cantante India Martínez encarna al gran poeta granadino.
La gigantesca sombra del cineasta aragonés (más de medio centenar de largometrajes a sus espaldas, algunos de ellos cumbres de la cinematografía mundial) cubrió toda la gala de los Goya de un aura de luto. El casi improvisado requiem que le dedicó una emocionada Carmen Maura, al que se sumaron dos de sus hijos y su viuda, Eulalia Ramón, fue con diferencia el momento más conmovedor de una ceremonia en la que, a lo largo de la entrega de premios, se sucedieron también una serie de proclamas sociales y políticas.
Antonio de la Torre, tras un guiño casi cariñoso a la metedura de pata de Feijóo con los Oscar en Sevilla, recordó a las víctimas del terremoto en Siria y Turquía y citó la célebre frase de Julio Anguita: "Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen". La invasión rusa de Ucrania ocupó buena parte de las menciones de los agraciados, del mismo modo que la defensa del ecologismo y la reivindicación del papel de las mujeres en nuestro cine. Las estatuillas de este año tenían un color diferente, al estar fabricadas con bronce reciclado en aras de la sostenibilidad, y Susi Sánchez, ganadora del premio a la mejor actriz de reparto apeló a la igualdad del género al pedir a los hombres echaran una mano para cambiar la sociedad: "Las puertas no las podemos abrir solas, sólo somos la mitad".
Cuando Telmo Irureta -sobrino de la actriz Elena Irureta, que apenas podía contener las lágrimas- subió en su silla de ruedas a recoger el Goya al mejor actor revelación, la fiesta del cine español iluminó otra zona en tinieblas de nuestra sociedad: los discapacitados, para quienes la película que protagoniza, La consagración de la primavera, reclama la dignidad que merecen a la hora de vivir su sexualidad. "Porque nosotros también vivimos y nosotros también follamos" dijo Telmo después de atravesar la rampa que le había permitido subir hasta el estrado.
Hubo también varios recuerdos emocionados al recientemente fallecido Agustí Villaronga, y un homenaje a Lola Flores que su hija, Lolita, remató con una referencia a la querencia de Carlos Saura por el flamenco: "Desde el cielo mi madre ya le está bailando sevillanas". En la entrega al premio a la mejor dirección, Mitra Farahani evocó la lucha del pueblo iraní contra el fascismo religioso, mientras que Bayona fue el único que recordó la ironía de que Pacifiction, la película de Albert Serra que opta a varios premios César en Francia, hubiese sido completamente ignorada por la Academia del Cine Español.
Más allá del éxito de As Bestas, de Rodrigo Sorogoyen -la gran triunfadora de la noche con nueve estatuillas- la defensa de la sanidad pública fue el bajo continuo de toda la ceremonia, desde el momento en que Eulalia Ramón agradeció con el Goya en la mano la labor de los médicos del Hospital de Villalba y de las especialistas en cuidados paliativos que ayudaron a su marido en sus últimos momentos. Fue el hijo del cineasta, Antonio Saura Medrano, quien recordó que su padre no hubiese podido llevar a cabo su carrera sin la presencia de las cuatro mujeres que lo acompañaron a lo largo de su existencia: Adela Medrano, que estuvo a su lado en sus inicios hasta el esplendor salvaje de La caza, su primera obra maestra; Geraldine Chaplin, su musa en las grandes películas de los sesenta y los setenta; Mercedes Pérez, la calma después de la tempestad; y Eulalia Ramón, que lo escoltó en las últimas tres décadas de vida. Cada una de ellas, ciertamente, marca un cambio de estilo y de enfoque en su espléndida trayectoria artística. "Quiero reivindicar a las mujeres que han estado y han hecho a mi padre la persona que es".
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