Dicen que si vives lo suficiente y esperas algún tiempo, tarde o temprano verás la resurrección de casi cualquier moda que hiciera furor en tu juventud, de los pantalones campana al patinete, pasando por cualquier cosa que se te ocurra. La moda que está arrasando este último decenio es la apocalíptica, que empezó con una nueva versión de la peste negra, siguió con el revival del fascismo y culminó con el retorno de la amenaza nuclear, algo casi tan peligroso como el patinete. Al apocalipsis, como es natural, lo acompañan signos y manifestaciones milenaristas de todo tipo, incluidos volcanes, terremotos y sectas neomedievales que propagan teorías obsoletas del estilo de "las vacunas son para controlar a la población" o "la Tierra es plana". Para ser consecuentes, estas sectas de chichinabo tendrían que haber brotado hace más de veinte años, pero es que el milenarismo en la era de internet lleva mucho retraso.
Era casi fatal que, entre tanto renacimiento apocalíptico, volviera la moda de los ovnis, que los chavales de mi quinta disfrutamos entre lecturas de Erich von Däniken, documentales sobre el Triángulo de las Bermudas y una foto de un vecino que aseguraba que lo que se veía flotando sobre la alberca no era un plato de su vajilla lanzado a mala leche. Sin embargo, lo más curioso es que antes las autoridades militares negaban cualquier supuesto contacto alienígena mientras que ahora los ovnis vienen patrocinados desde el Pentágono. Esto menoscaba mucho la credibilidad de los avistamientos, ya que basta que un general de la Fuerza Aérea estadounidense diga que unos objetos volantes no identificados pudieran ser de origen extraterrestre para que el común de los mortales piense que aquí hay gato encerrado.
Puesto que un señor muy condecorado no habla por hablar, era evidente que el general Glen D. VanHerck o bien se había leído dos veces las obras completas del doctor Jiménez del Oso o bien estaba ocultando algo. Las primeras sospechas recayeron sobre el accidente ferroviario de Ohio, un descarrilamiento no demasiado comentado en la prensa que ocurrió el 3 de febrero pasado, liberó en grandes cantidades productos químicos carcinógenos y obligó a las autoridades a declarar el estado de emergencia y evacuar la zona de los vertidos. Un periodista fue detenido cuando informaba del accidente aunque, por lo visto, fue puesto en libertad el mismo día. La verdad, no parece haber mucha relación entre una posible catástrofe medioambiental y una oleada de ovnis aparte de la conocida maniobra de "mira el pajarito". Cuando un general de la Fuerza Aérea estadounidense señala el cielo, normalmente miramos el cielo.
En el cielo de Estados Unidos lo que pulula estas últimas semanas son unos artefactos esféricos que no se sabe si son globos espía chinos u ovnis made in China. Mucho ha tenido que degenerar la tecnología extraterrestre desde aquellos supersónicos platillos volantes que vacilaban a los aviones de los setenta hasta estos lamentables globos de feria. Al fin y al cabo, el incidente Roswell también empezó con un globo meteorológico.
En los supermercados chinos de mi barrio te puedes encontrar cualquier cosa, así que no me extrañaría nada tropezar con una nave alienígena de veinte euros entre los calcetines de lana y las pilas recargables. Lo sé porque, tal y como va mi economía, cada vez los visito más a menudo. Hace muchos años, en una corrida en la Maestranza, se oyó a un aficionado criticar la endeble anatomía del segundo de la tarde: "¿Dónde habéis comprado el toro? ¿En los chinos?" Ante el ridículo general, la NASA y el gobierno estadounidense han reculado: ahora confirman que los objetos derribados ni son ovnis del Ahorramás ni globos espía enemigos, aunque lo cierto es que los dos últimos presidentes parecen comprados en un chino.
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