La Comunitat Valenciana siempre ha sido propensa a la aparición de fenómenos extraños -Camps, Las Fallas, la lotería de Fabra, Rita Barberá-, pero en los últimos días amenaza con transformarse en una maqueta de lo que puede ocurrir tras las elecciones del 23-J. En efecto, muchos ingenuos esperaban que Feijóo no se atrevería a pactar descaradamente con Vox ante el temor de perder la baza de la moderación, pero los ingenuos no habían caído en la cuenta de que, para ser moderado, no hay mejor estrategia que ponerse al lado de Vox.
Al igual que en los acuerdos de gobierno de Andalucía o de Castilla y León, en València PP y Vox han terminado por asumir un travestismo ideológico en el que no se trata tanto de decirle a Abascal que se corte un poco con el machismo, el racismo y la homofobia, sino más bien de convencer a Feijóo para que salga de una vez del armario. De este modo, pacto a pacto, la derechita cobarde y la ultraderechita holgazana bailan cada día más juntos hasta el punto de que ya parecen un matrimonio no gay. Prácticamente no hay quien los distinga (si es que alguien fue capaz de distinguirlos alguna vez) y en las próximas elecciones deberían llevar un logo conjunto, pintar la gaviota de verde o mejor pintar directamente un quebrantahuesos.
Con el fin de disipar dudas, estos días se ha publicado un acuerdo conjunto de gobierno entre PP y Vox en la Comunitat Valenciana que sale clavado a la fórmula de un medicamento homeopático (un 99,9% agua y el resto, agua de València) y que parece redactado a pachas entre ChatGPT y el tonto del pueblo. Son 50 puntos, pero lo mismo podían haber sido 18, 20 o un folio en blanco. De momento, la vicepresidencia y la consellería de Cultura ha ido a parar a manos de Vicente Barrera, un torero retirado que figuraba en el séptimo puesto en la lista de Vox, y todavía han tenido suerte, que para el caso bien podían haber nombrado conseller a un toro bravo. Sí, al final son 50 puntos de sutura.
Por emplear un término taurino, se advierte una querencia histórica de Vox por los cuadrúpedos irracionales, un cariño que lo mismo los lleva a indultar vacas tuberculosas que a poner a cargo de la cultura a un matador de toros. Es cierto que en España los toros y la cultura están intrínsecamente unidos desde los poemas de Lorca a la pintura de Picasso: un poeta al que los abuelos ideológicos de Vox asesinaron a tiros y un pintor al que exiliaron a boinazos. Ahora bien, por esa misma regla de tres también podrían considerarse cultura las violaciones, degüellos, fusilamientos y matanzas que decoran las paredes del Museo del Prado.
De una formación que tiene como número uno a Carlos Flores, ilustre doctorado en violencia machista, no podía esperarse otra cosa que colocara de conseller de Cultura a un experto en maltrato animal y especialista en descabellos. Sin embargo, quienes se asombran de la exitosa evolución de Vicente Barrera deberían atender la respuesta de Juan Belmonte cuando un subalterno le preguntó cómo es que uno de los viejos banderilleros de su cuadrilla había llegado a Gobernador Civil: "Ya ve usted: degenerando".
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