Punto de Fisión

Meridiano de sangre

Meridiano de sangre
El escritor Cormac McCarthy el 1 de febrero de 2011 en la ciudad de Nueva York.- AFP

La semana pasada murió Cormac McCarthy, uno de los indiscutibles pesos pesados de la literatura estadounidense, un escritor al que Harold Bloom comparó nada menos que con Melville y con Faulkner. Hay un eco evidente de ambos maestros en la desnudez de sus planteamientos narrativos, en el tono bíblico de sus parlamentos, en la fe insobornable en el poder de la prosa para dar cuenta del mundo, de la maldad y la oscuridad del mundo. Al igual que Melville, McCarthy intentó conjurar el universo en una novela inmensa, aparentemente banal pero plagada de símbolos indescifrables; al igual que Faulkner, apenas se dejaba ver en público, apenas concedía entrevistas, como obedeciendo ese comentario del gran novelista sureño que quería dejar atrás únicamente dos fechas en una lápida y unos cuantos libros.

La biografía de McCarthy cabe en unos pocos párrafos que tampoco explican gran cosa: tres matrimonios, dos divorcios, unas cuantas becas que le ayudaron en la lenta escritura de sus novelas, y un tardío reconocimiento que floreció en 1992 con la concesión del National Book Award por Todos los hermosos caballos, que fue llevada al cine ocho años después por Billy Bob Thornton sin demasiado éxito. La fama mundial acabaría por llegar en 2007 con la adaptación que hicieron los hermanos Coen de No es país para viejos, publicada dos años antes, y que les valió el Oscar, y se confirmaría en 2009 con el estreno de La carretera, dirigida por John Hillcoat, que traducía a imágenes la novela homónima en la que un padre y un hijo caminan entre las ruinas de la civilización.

Al igual que Jim Thompson, un escritor con el que comparte el pesimismo existencial, la afición por la violencia y el gusto por explorar la literatura de género (la novela negra en el caso de Thompson, el western y la ciencia-ficción en el de McCarthy), intentó escribir varias veces para la gran pantalla y aunque tuvo más suerte que el genio de Oklahoma, ninguno de los cineastas que se acercaron a su obra acertaron a expresar su visión desoladora de la naturaleza humana. Tampoco lo consiguió Ridley Scott en El consejero, de 2013, una tenebrosa fábula sobre cárteles mexicanos con un reparto plagado de estrellas y guion original del propio McCarthy.

Es una verdadera lástima que la obra maestra de McCarthy, Meridiano de sangre (1985), aunque parecía destinada a una gran adaptación cinematográfica, todavía no haya sido llevada al cine. Las últimas noticias apuntan a que, después de las diversas tentativas llevadas a cabo por Clint Eastwood, Ridley Scott, Terrence Malick, Todd Fields, James Franco y Tommy Lee Jones, John Hillcoat intentará repetir el éxito obtenido con La carretera. Sin embargo, parece muy difícil trasladar al medio audiovisual no ya el incontenible flujo de bestialidades que contiene la novela sino su alucinante acento de salmodia. Por ejemplo, esta arenga del juez Holden:

Da igual lo que los hombres opinen de la guerra, dijo el juez. Es como preguntar lo que opinan de la piedra. La guerra siempre ha estado ahí. Antes de que el hombre existiera, la guerra ya lo esperaba. El oficio supremo a la espera de su supremo artífice. Así era entonces y así era siempre. Así y de ninguna otra manera.

Meridiano de sangre está basada en un hecho histórico, las correrías del grupo dirigido por Joel Glanton hacia 1850, una banda de filibusteros contratada por las autoridades mexicanas y encargada de limpiar de tribus indias en la zona de Arizona. Muy pronto esta misión genocida se extiende hacia los propios colonos mexicanos y estadounidenses, asesinados sin piedad por los mercenarios de Glanton quienes acaban subyugados por la verborrea demoníaca del juez Holden, quizá el villano definitivo de la literatura estadounidense, un gigante calvo y albino que viola y asesina niños y toca el violín. Frente a esa efigie sobrehumana -un epítome del mal en estado puro, mezcla imposible de Ahab y Moby Dick- se alza la figura del Chico, un joven huérfano que contempla fascinado y aterrado las atrocidades de la banda e intenta mantener su humanidad intacta en medio del caos y la devastación. No es difícil advertir, bajo las guerras de frontera y el ropaje del western, el aterrador bajo continuo de la historia humana, ese choque entre civilización y barbarie donde la civilización no es más que la barbarie con otros medios, la barbarie desposeída de cualquier vínculo moral. Así es cómo se forja el progreso, viene a decirnos el juez Holden, así es cómo se fundaron los Estados Unidos, a sangre y fuego, así es cómo prevalecerán. Así y de ninguna otra manera.

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