A Jose Mari Aznar lo tienen encerrado en un sótano de FAES lo mismo que a uno de esos pepinos atómicos de la Guerra Fría o que al sargento de artillería Highway, a quien uno de sus comandantes le decía: "Debería estar en una urna con una etiqueta que advirtiera: abrir sólo en caso de guerra". De vez en cuando, alguno de los fontaneros de Génova se acerca hasta su sarcófago y, santiguándose mucho, abre la caja de los truenos con el mismo temor reverencial con que los griegos consultaban el oráculo. Jose Mari es la versión castiza y sin filtros de ChatGPT, una Inteligencia Artificial nada reflexiva e inconsciente por completo: el Chat Mire Usté, puro instinto natural cien por cien, que suelta lo primero que se le pasa por la cabeza.
Puesto que la guerra es el hábitat ideal de Jose Mari –ya sea en el Golfo Pérsico o en sus abdominales—, si no hay una guerra en marcha, él se la inventa; empieza a hacer declaraciones bélicas a la espera de que sus allegados vayan montando los cañones y buscando los objetivos. Fue precisamente en la Guerra de Irak donde Jose Mari consiguió su momento más alto hasta la fecha, plantando los pies encima de la mesa junto al presidente de los Estados Unidos e impartiendo ruedas de prensa con acento tejano y un chicle en la boca. Entonces no se sabía si hablaba inglés de Getafe o castellano del Oso Yogui, y en Georgetown todavía no lo saben.
"Ustedes pongan las fotos, que ya pondré yo la guerra", ordenaba William Randolph Hearst a sus fotógrafos, y Jose Mari podría ordenar lo mismo a varios directores de prensa de ésos que, igual que Hearst, piensan que las noticias son lo que va en medio de los anuncios en los periódicos. El magnate estadounidense sirvió, al menos, para que Orson Welles debutara con Ciudadano Kane, uno de los grandes monumentos del cine, aunque con Jose Mari tendríamos que conformarnos con algo a mitad de camino entre Abuelo made in Spain y El regreso de la momia.
La ocurrencia genial del Chat Mire Usté ha sido resucitar el lema de la iniciativa ciudadana contra ETA, ¡Basta ya!, para utilizarlo a modo de pedrada preventiva contra una posible amnistía a favor de los líderes independentistas catalanes que ni siquiera está en marcha. Ya sabemos que las amnistías en este país sólo son válidas para defraudadores fiscales en masa, torturadores franquistas o ministros implicados en los GAL, mientras que los indultos a terroristas y el acercamiento de presos etarras fueron firmados por el propio Jose Mari en los tiempos en que hablaba catalán en la intimidad y euskera en sueños. Por otro lado, la equiparación de Puigdemont con un terrorista internacional resulta bastante arriesgada, salvo que se descubra que su peinado está poniendo en peligro otra vez la capa de ozono.
En 1987, Jose Mari se disfrazó del Cid Campeador, con espada, capa, casco y cota de malla, para un reportaje fotográfico de El País Semanal que intentaba arruinar su imagen para siempre y acabó por transformarlo en el adalid de la derecha durante décadas. Con el bigote frondoso que gastaba entonces Jose Mari, más que al Cid se parecía a Superlópez. Muchos años después, Abascal intentó una foto parecida y le salió otro meme: dos poses marciales para dos líderes vírgenes en cuestiones castrenses que ni siquiera hicieron la mili.
Con todo, la transustanciación entre el héroe castellano y el antihéroe madrileño era más fiel a la verdad que a la leyenda, puesto que el Cid fue un mercenario que peleaba al servicio de moros o cristianos según le diera el aire. Tampoco era muy buena idea traer a España a la boca cuando aún faltaban varios siglos para que España echara a andar. Al Cid que realmente se parece Jose Mari es al Cid Cabreador, aquella infame película protagonizada por Ángel Cristo mientras descansaba del circo y les daba un respiro a los leones. Para circo el que le van a montar a Feijóo en Madrid con un acto contra la amnistía antes de que España se rompa un poco más, como siempre.
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