Parece un chiste y puede que lo sea, pero Vox ha convocado una huelga general para el 24 de noviembre. La fecha está muy bien escogida, ya que diez u once días antes tendrá lugar la investidura de Pedro Sánchez y cuatro días antes el facherío en bloque celebra el aniversario de la muerte de Franco. Para entonces, España tal vez se haya roto del todo, así que la convocatoria de huelga indefinida tampoco va a notarse mucho. Además, los estrategas de Vox han elegido un viernes con el objeto de poder empalmar un fin de semana largo e irse a esquiar a cualquier sitio, excepto Baqueira Beret, que estará lleno de catalanes. Para remate, es Black Friday: una huelga de oferta convocada en pleno delirio consumista, así que los comerciantes estarán encantados.
No puede decirse que Santiago Abascal esté escatimando esfuerzos a la hora de torpedear la conjunción de fuerzas políticas que llevará a una nueva coalición de gobierno. Está trabajando como no se le ha visto jamás en la vida, probablemente desde que salía por las calles con un megáfono emulando al afilador y al tapicero, nobles oficios casi extinguidos que van a hundirse en el olvido muy pronto si alguien no lo remedia, del mismo modo que se hunde la España rancia de los borjamaris y los cayetanos, la España de los patriotas de cartón-piedra.
El propio Abascal se ha convertido en el afilador de la moto, el tapicero de urgencia de una nación hecha de tópicos y caspa que se cae a cachos. Es lógico que, después de tanto partirse el lomo por su país, necesite una huelga indefinida. Lo extraño es que Abascal en particular y Vox en general parecían en huelga indefinida desde su fundación, excepto a la hora de decir gilipolleces.
En su desesperado intento por evitar lo inevitable, los cerebros grises de la oposición han utilizado todo el arsenal de medidas y tácticas de resistencia callejera a su disposición, ya sean de la izquierda, de la derecha, de la caverna, del fútbol, del búnker o de la línea Sigfrido. Hemos visto a neonazis haciendo el saludo hitleriano a pecho descubierto. Hemos visto a niños bien pidiendo respeto a la Constitución al tiempo que esgrimían una bandera franquista. Hemos visto a un pobre cayetano lloriqueando por culpa de los gases lacrimógenos mientras se quejaba de que habían ido contra él por "putodefender" España, un neologismo que los académicos deberían incluir en la próxima edición de la RAE y que define bastante bien la estupidez general. Hemos visto a borjamaris más pijos que Snoopy en una vespa portando carteles con frases tomadas de Fidel Castro y de Emiliano Zapata. En sus mejores momentos, las manifestaciones en Ferraz han mostrado al mundo una fauna insólita: el cocodrilo de Lacoste y el caballito de Ralph Lauren llevando a hombros al Che Gabana.
Hemos visto también a una anciana que parecía sacada de una película de terror con una bandera española atada a modo de capa y chillando como si le estuvieran arrancando las muelas desde Barcelona. Esta última es una imagen que resume muy bien la impotencia, la imbecilidad y la cólera de una gente más carca que los rodapiés de las cuevas de Altamira, una gente que no admite otras ideas que las suyas. Faltaba apropiarse únicamente del derecho a huelga y Abascal ha movido ficha movilizando a un sindicato de chiste, Solidaridad, bautizado así en recuerdo del sindicato polaco de Lech Walesa y en solidaridad con el impuesto a las grandes fortunas. No importa que una huelga convocada por motivos políticos sea ilegal porque la legalidad a esta peña le importa tres cojones. Por si fuera poco, Abascal acaba de presentar una querella contra Pedro Sánchez en el Tribunal Supremo en la que pide la suspensión cautelar del debate de investidura. Hay días que estaba tuiteando a las siete de la mañana, joder, que al final le van a hacer madrugar.