Punto de Fisión

Lladós: el 'influencer' evolucionado

 

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Podría decir que estoy viejo y que ya no entiendo el mundo, pero la verdad es que el mundo yo no lo he entendido en mi puta vida. No me entran en la mollera cosas como que miles y miles de personas mueran de hambre diariamente mientras un puñado de multimillonarios se limpian el culo con billetes de cien dólares. Aun así, no me cabe duda de que los enigmas se multiplican y de que el mundo y yo cada vez andamos más lejos. Por ejemplo, el auge actual de los influencers, que nunca he sabido muy bien lo que son pese a que pululan por todas partes. Parece una profesión muy novedosa, pero en mis tiempos también había influencers, sólo que los llamábamos "tontos de pueblo".

Al influencer de antaño no le hacía caso ni Dios, salvo para echarse unas risas, pegarle una colleja o invitarle a unas cañas. Daba más lástima que otra cosa y a nadie con dos dedos de frente se le ocurría hacerle caso, menos aun imitarlo si le daba por esnifar pegamento o tirarse por un barranco. Muy de vez en cuando alguno, más espabilado que el resto, triunfaba sin tener ni puñetera idea de nada, como el doctor Rosado, por ejemplo, un tipo con pinta de mosquetero en paro que triunfó en televisión allá por los ochenta improvisando consejos médicos estrafalarios. Rosado se hizo famoso un buen día en que aseguró que se podía reanimar a un ahogado apagándole cigarrillos en el entrecejo, aunque lo mismo podía haber dicho que le pegaran un martillazo en el fémur.

He de reconocer que yo sentía una fascinación inexplicable por el doctor Rosado y que cada vez que lo veía por televisión me sentaba a ver qué nueva parida se le habría ocurrido a la hora de estafar al personal. Me parecía asombroso que alguien pudiera tomarlo en serio y tiempo después supe que, después de que lo echaran de televisión, el tipo se había forrado montando primero una clínica de depilación y luego otra de adelgazamiento, lo que llevó a una considerable proliferación de mujeres barbudas y diarreas crónicas. Probablemente, el secreto del doctor Rosado residía en el bigote y en el título, dos pertrechos que en la actualidad habrían sido un fardo. Hoy día lo que triunfan son los dientes de castor, la musculatura ubicua, el rubio de bote y los ojos como huevos cocidos. En dos palabras: Amadeo Lladós.

Uno puede achacar el éxito de estos buhoneros a la ignorancia, a la desesperación o al aburrimiento, pero nunca hay que subestimar la gilipollez como móvil profundo de la psicología humana. Es difícil entender el fenómeno Lladós si uno lo ve de lejos, deambulando con ese físico en perpetua ebullición y esa piñata deslumbrante en la boca. Sin embargo, cuando lo oyes hablar riéndose de los perdedores, los gordos y los "fucking panza", aleccionando a sus acólitos para que abandonen a sus familias y lo adoren, la dificultad entra directamente en el terreno de lo paranormal y los misterios sobrenaturales. Al igual que el terraplanismo, la religión misógina de Lladós pone en tela de juicio la teoría de la evolución de Darwin, la ley de la gravitación universal de Newton y el funcionamiento de la petanca. Al oírlo impartir sus lecciones de sabiduría neoliberal y ver a sus seguidores arrojándose uno a uno de cabeza por un barranco, está claro que el hombre desciende del mono. Algunos han descendido pero mucho.

La única explicación lógica que se me ocurre es que algún pobre hombre, agobiado de deudas, inmerso en un matrimonio infeliz y una vida de mierda, contemple a este espécimen con abdominales hasta en los sesos y se diga: "Dios mío, si un botarate así ha llegado a millonario, conduce deportivos de lujo y vive rodeado de macizas hinchables, yo también puedo hacerlo; sólo tengo que dejar de pensar". Dudo mucho que la demanda colectiva contra Lladós, presentada por más de mil personas, vaya a ir muy lejos, ya que la justicia española suele ser muy folklórica. En 2018 un tribunal madrileño desestimó la querella contra Rocío Monasterio por falsedad documental debido a que la falsificación era tan burda que sólo podía tragársela un idiota. Detrás de la demanda se encuentra Dani Esteve, el líder de Desokupa, quien ha amenazado a Lladós y a su secta de ex rechonchos con una lucha campal de influencers al estilo de Alien contra Predator, Drácula contra Frankenstein o Esteso contra Pajares. Cuánto echo de menos al doctor Rosado.

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