De Walt Disney se dice que en realidad no murió, que su cuerpo sigue criogenizado en los sótanos de una clínica a la espera de una cura imposible, una leyenda que de algún modo lo iguala a Blancanieves envenenada, tendida bocarriba, soñando con el beso de un príncipe –sólo que Disney gastaba bigote. La verdad es que Walt Disney sí murió, en diciembre de 1966, y que sus cenizas reposan en una urna en el Forest Lawn Memorial Park, Glendale, California, bajo una escultura de Campanilla, aunque el auténtico milagro sucedió en la resurrección de una compañía de medios de comunicación que no deja de crecer como las habichuelas mágicas. Hoy por hoy, Disney es el único cineasta que continúa haciendo películas después de muerto.
Grandes películas quizá ya no, pero en Disney saben cómo crear polémicas de manera que el proyecto coja velocidad mucho antes de la fecha del estreno y así la gente haga cola ante los cines, aunque sólo sea para abuchearlo. Con varios meses de antelación, se han filtrado varios detalles de Blancanieves, un remake en carne y hueso del clásico de 1937, en el que a los picajosos de siempre les han molestado dos detalles: primero, que Blancanieves sea interpretada por Rachel Zegler, una actriz de padres colombianos, con lo que la blancura racial va a disiparse entre rasgos latinos; y segundo, que la Madrastra sea interpretada por Gal Gadot, la actriz israelí, objetivamente más guapa que la protagonista.
Woody Allen señaló que, en la versión canónica de Disney, la Madrastra era mucho más atractiva que Blancanieves, una opinión que estoy dispuesto a suscribir junto con casi todos mis amigos. Es significativo que los actuales picajosos no protestaran una década atrás, cuando en la versión de 2012, Blancanieves y el cazador, Kristen Stewart tenía que hacer frente a la hermosura sobrenatural de Charlize Theron en el papel de la reina. Sospecho que la mayoría de ellos no acaba de pillar la moraleja del cuento, que no va exactamente de un concurso de belleza sino de la demostración de que la belleza física no vale un pimiento sin la bondad, la generosidad y la modestia. El hecho de que Gal Gadot apoye abiertamente a Israel y Rachel Zegler a Palestina imprime a la película un paradójico eco en la realidad ante el genocidio de Gaza.
Sin embargo, el arreglo que me parece verdaderamente imperdonable es que, para no ofender a los enanos, la producción ha decidido prescindir de actores enanos, optando por generarlos por ordenador. Peter Dinklage, que interpreta a Tyrion Lannister en Juego de tronos, protestó por lo retrógrado de esa historia sobre siete enanos que viven juntos en una cueva, con el resultado de que siete colegas suyos se han quedado sin trabajo. Un luchador de wrestling que no llega al metro y medio, Dylan Postl, respondió a Dinklage diciéndole que él no puede aspirar a los papeles de Harrison Ford o George Clooney, pero que sí puede aparecer perfectamente en el elenco de Blancanieves.
"Estos son papeles hechos para actores de mi estatura", se quejó Postl en una entrevista del programa Uncesored, presentado por Piers Morgan, que llegó al colmo del absurdo cuando un contertulio gay y políticamente correcto dijo que ni siquiera deberían llamarlos "enanos" sino "personas con enanismo". Podía haber elegido la denominación de James Finn Garner en Cuentos infantiles políticamente incorrectos, que titulaba su historia "Blancanieves y las siete personas verticalmente limitadas". Para terminar de rematar la parida, el tipo añadió que en la película original los enanos ya eran dibujos animados, como si la historia de Blancanieves no existiera antes de Walt Disney, en el cuento de los hermanos Grimm, sin ir más lejos. Con esa lógica de molinero, imagínense quiénes iban a interpretar a los superhéroes de la Marvel -que sí tuvieron su origen en un tebeo-, a Spiderman, a Hulk, a Thor, al Capitán América. Lo más cercano a Hulk que se me ocurre soy yo mismo cuando se me pegan en la sartén las croquetas.
Hay algo que va directamente contra la esencia del teatro cuando se pide que un personaje homosexual sea interpretado por un actor homosexual o un personaje gitano por un actor gitano, lo que nos llevaría tan lejos como para exigir que una prostituta sea encarnada por una prostituta de la vida real o de que un muerto acabe muerto en escena. Hace años, John Leguizamo reclamaba que los roles latinos fuesen exclusivamente para actores latinos, olvidando que en su día él mismo había hecho el papel de Tolouse-Lautrec sin ser francés, sin ser pintor y sin ser enano, aunque una vez hizo de zombi sin necesidad de que lo mataran primero. En la entrevista, Piers Morgan atacó la hipocresía woke a la hora de recrear digitalmente a los enanos, porque lo que viene a decir, en última instancia, es que lo mejor sería que no existieran.
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