Punto de Fisión

La vuelta al cole de Ayuso

Ayuso ha regresado a Madrid después de las vacaciones, quizá porque los madrileños amamos tanto la capital que lo primero que hacemos durante un período de descanso es marcharnos de aquí lo más lejos posible. Irse a otra ciudad, otro país o a otro continente es la mejor manera de probar el cariño, como bien sabían los amantes románticos escribiéndose cartas desde la distancia y esperando a leerlas con varios meses de retraso. La presidenta ha aterrizado con fuerzas renovadas, dispuesta a dar el callo y acaparar portadas, sin miedo al síndrome posvacacional, puesto que el trabajo de Ayuso consiste básicamente en ser Ayuso.

Al volver a verla en los periódicos, concediendo entrevistas de bidé y protagonizando escándalos en tercera persona, uno se pregunta cómo es posible que la prensa nacional haya sobrevivido tres o cuatro semanas sin noticias de Ayuso. En estos casos deberían sustituirla, no en el cargo de presidenta de Comunidad de Madrid sino en el de Ayuso, aunque, la verdad, parece imposible que alguien, incluso una actriz profesional, pudiera manejar las declaraciones estrambóticas, las miradas al más allá y el reguero de corrupción que la acompaña por donde pisa. A Feijóo podrían reemplazarlo con Moreno Bonilla, con un tentetieso o con la propia Ayuso -de hecho, llevan tiempo pensándolo-, pero Ayuso no tiene recambio posible.

 

Aprovechando las últimas polémicas sobre inmigración, Ayuso se declara partidaria de migrantes hispanos, preferiblemente aquellos que huyen del comunismo, es decir, millonarios rebotados después del último fiasco electoral en Venezuela. "No es lo mismo un tipo de inmigración que otra", dijo, añadiendo que con los hispanos ella comparte idioma, religión, raíces y cultura, aunque lo de las raíces y la cultura sea bastante dudoso, sobre todo en cuanto un venezolano abra un libro. En cualquier caso, suena mucho mejor que decir, por ejemplo, que no queremos ver ni en pintura musulmanes ni chinos ni negros. Un chino negro y musulmán, ni te cuento.

 

Ha sido poner un pie en Madrid y descubrir que le ha salido otra almorrana de corrupción, una más en una larga epidemia de hemorroides que incluyen al novio, al ex novio, al hermano, al padre y a la madre. Esta vez la lotería judicial ha recaído en Ana Millán, número tres del PP madrileño, quien fue aupada por el dedo sacrosanto de Ayuso a la vicepresidencia de la Asamblea para evitar que la imputaran por diversos delitos de fraude, cohecho, prevaricación y tráfico de influencias, sin conseguir otra cosa que sea el Tribunal Superior de Justicia de Madrid el que tome cartas en el asunto. Por supuesto, al igual que ocurre con su nutrido círculo de delincuentes familiares, vecinales y sentimentales, Ayuso no sabe, no contesta.

 

La buena noticia es que la magistrada que instruye (es un decir) la causa contra Alberto González Amador, ha decidido quitarle la venda de los ojos a la estatua de la justicia y colocársela ella misma, rechazando ampliar la investigación sobre un señor al que le cayeron del cielo dos millones de euros en comisiones y que confesó haber falsificado facturas para defraudar a Hacienda. Debe de ser porque, al afeitarse y cortarse el pelo, el novio de Ayuso ahora parece otro suplente del ejecutivo de Aznar, uno más de los tantos comisionistas intocables que desfilan por Génova. Ayuso, en cambio, cada día que pasa se parece más a Ayuso, algo lógico teniendo en cuenta que, según Spinoza, cada cosa se esfuerza en perseverar en su ser. Necesitamos más vacaciones de Ayuso.

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