Puede que las ciencias adelanten que es una barbaridad, pero la política prefiere quedarse como estaba. Es fantástico comprobar que mientras la medicina, la astronomía o la informática viajan camino del tercer milenio a la velocidad de la luz, la democracia continúa anclada al siglo XIX a paso de percebe. Por un lado están el internet, la estación espacial y la microcirugía, y por otro lado el debate electoral y el cartel pegado a una valla. Si será perfecta la democracia que en dos siglos no hemos inventado nada mejor que ver discutir a dos candidatos igual que a un par de borrachos en una taberna. Los cartagineses, los romanos y los visigodos estuvieron muy cerca de llevar la controversia alcohólica a la arena política, pero aun les faltaba mucho para comprender el funcionamiento de la papeleta, la urna y el mitin.
En Estados Unidos -donde, en principio, mejoraron visiblemente la rudimentaria democracia ateniense mediante el procedimiento de no dejar votar tampoco a los esclavos ni a las mujeres- descubrieron hace mucho que el dos es el número perfecto para un debate político, ya que con más candidatos la gente se hace un lío tremendo. No hay más que ver cómo andamos en Europa, con la socialdemocracia fracturada en distintos partidos y el neofascismo repartido en porciones. En el país de las barras y estrellas, los mandamases decidieron que no hay por qué ofrecer al público más opciones que las estrictamente necesarias. O sea, la ultraderecha pura y dura y la ultraderecha disfrazada de derecha.
De ahí que el debate entre Donald Trump y Kamala Harris haya producido titulares tan vistosos al tiempo que una asombrosa penuria de ideas políticas. Trump llamó a Harris "marxista", aunque sin especificar si era marxista de la rama Groucho, la rama Chico o la rama Harpo. En el tema del aborto, dijo que lo apoya en casos de violación, incesto o cuando peligra la vida de la madre, y aseguró que los demócratas estaban permitiendo abortos una vez nacido el niño. La infancia es una de las grandes preocupaciones de Trump, quizá porque él mismo no es más que un crío de 78 años. Días atrás, el líder republicano comentó que hay niños que regresan del colegio con un sexo diferente al que llevaban por la mañana, lo cual no sólo era tergiversar completamente la cuestión trans sino también llevar la ciencia-ficción demasiado lejos.
El momento álgido de la confrontación tuvo lugar cuando Trump afirmó que los migrantes tienen por costumbre comerse las mascotas de sus vecinos, aprovechando un bulo difundido en las redes sociales que decía que, en Springfield, se había visto a migrantes de origen haitiano robando gatos y perros que luego cocinaban a la brasa. Es curioso que Trump eligiera Springfield, la patria de los Simpson, para soltar semejante sandez, aunque hay que alabar su mesura: lo mismo podía haber dicho que los haitianos devoraban estadounidenses crudos. No se descarta que, en un próximo debate, el candidato republicano asegure que los migrantes son en realidad caníbales y que lo esencial es defenderse de una plaga zombi.
Ante tal sarta de mentiras, Kamala Harris poco podía hacer, además de reírse, pero ella misma soltó una digna de su rival al comentar que la OTAN es prácticamente una organización humanitaria. Por mi parte, lamento que en España no haya más combates cara a cara de esta guisa, porque cuanto más tiempo dejaran a Feijóo con la boca abierta, más íbamos a descojonarnos todos. Hace poco, en una entrevista con Alsina, el líder del PP se metió él solito en un berenjenal dialéctico al comentar que necesitábamos más inmigrantes, igual que decía Pedro Sánchez, aunque al decirlo Pedro Sánchez provocaba un efecto llamada y al decirlo Feijóo, no. Era como aquella pelea de los Teleñecos en la que Gonzo se peleaba contra un ladrillo y el ladrillo lo derrotaba por K.O. La verdad es que a Gonzo sólo le faltaban las gafas.
Comentarios
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