Punto de Fisión

El novio de Ayuso es muy particular

El novio de Ayuso es muy particular
Decenas de personas durante una manifestación contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, desde la Plaza de Chamberí hasta la calle Génova. Alejandro Martínez Vélez / Europa Press.

Hacienda somos todos, sí, pero algunos más que otros. Hasta la infanta Cristina tuvo un pequeño problema fiscal que se resolvió con la estancia de su marido en una suite en la cárcel de mujeres de Brieva que contaba con dormitorio, salón y biblioteca y que fue elegida personalmente por Urgandarín entre un amplio surtido penitenciario. No sé si se acordarán ustedes, pero en su intento de aclarar el escándalo del Instituto Nóos, el juez Castro tuvo que luchar contra la Casa Real, contra la Agencia Tributaria, contra la Abogacía del Estado, contra la Fiscalía Anticorrupción, contra la Audiencia Provincial de Palma, contra las revistas del corazón e incluso contra el propio abogado de la infanta. La primera línea de defensa sostenía que la infanta Cristina estaba enamorada y la segunda línea de defensa sostenía que no se enteraba ni del NODO, dos argumentos sumamente feministas que también eran monárquicos.

Tarde o temprano, como dijo la propia infanta Cristina, todos tenemos algún tropiezo con Hacienda. "¿Quién no hace cosas de ésas?" preguntó con una ingenuidad que revelaba a todas luces su inocencia. Hace unos quince años, una inspección fiscal quería meterme un puro por haber intentado ocultar el monto de un premio literario que había declarado el año anterior, y me costó no poco deshacer el equívoco. Delante de mi asesor, que se frotaba incrédulo los oídos, un funcionario kafkiano me hizo una pregunta digna de la defensa kilométrica de la infanta Cristina: "¿Y cómo sé yo que este año usted no ha ganado también el mismo premio literario?" Hombre, para empezar, porque todavía no se ha convocado, y, para terminar, porque todavía no se ha fallado. Nunca hay que subestimar a los funcionarios puntillosos, en especial si van a la caza de ciudadanos particulares.

De ahí que la cacería contra Alberto Rodríguez Amador haya adquirido visos de purga estalinista, puesto que se trata no sólo de un ciudadano particular sino de un ciudadano libre de toda sospecha. Los más cinéfilos ya habrán captado la referencia a la obra maestra de Elio Petri, Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, en la que un jefe de policía -interpretado magistralmente por Gian Maria Volontè- mata a su amante y luego va insinuando su propia implicación en el asesinato, a ver si sus colegas son capaces de atar cabos y resolver el misterio. Por momentos, parece que el novio de Ayuso estuviera copiando el guion de la película de Petri, sembrando pistas de lo más estrafalario para que a los inspectores de Hacienda no les quepa la menor duda de hacia dónde tienen que dirigir sus pesquisas.

Mucho tiempo atrás, Fernando Fernán Gómez se quejaba de que no le habían permitido incluir los gastos de whisky y de tabaco, tan necesarios a la hora de escribir, en su declaración de Hacienda, mientras que el novio de Ayuso metió un dentífrico, unas pelotas de pádel, un desodorante, hilo dental, una bolsa de plástico de un supermercado, un saxofón y un Rolex. Resulta difícil adjudicar únicamente a la chulería o a la estupidez este abigarrado inventario: más bien evidencia un perfil psicológico. Es evidente que algunos escritores -entre los que me cuento- funcionamos a base de alcohol y puros, productos fundamentales en tantos éxitos y fracasos literarios, pero Rodríguez Amador necesitaba todo lo anterior, más una peluca, para la consecución de sus deslumbrantes malabarismos económicos.

La lista es tan heterogénea que merecería figurar en El Aleph, de Borges, aunque la inclusión de un Rolex junto al hilo dental, o de unas pelotas de pádel y una bolsa de plástico en un Maserati Diesel, hablan más bien de un personaje de Balzac, uno de esos ricos horteras, sin criterio ni gusto, que no saben muy bien qué hacer con sus millones. El saxofón, en cambio, supone la nota artística, el toque de distinción, una reminiscencia a John Coltrane o Sonny Rollins, de no ser porque la peluca y Ayuso lo hacen sonar más bien a Gaby, Fofó, Miliki y Fofito. En cualquier caso, a falta de una línea de defensa estatal como la que protegía a la infanta Cristina, a Rodríguez Amador lo defienden la Comunidad de Madrid, la caverna mediática al completo, unos cuantos espontáneos y por supuesto, Isabel Díaz Ayuso, pero ella únicamente a título particular, por amor y sin enterarse de nada. Como si fuesen borbones.

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