La decadencia de la prensa en papel es un hecho corroborado a diario: antes los periódicos servían para envolver las raspas y tripas de pescado y ahora ya traen la podre incorporada con las noticias referentes al PP. La gente ya ni se las lee, o se las lee y le da igual, porque hace tiempo que en Génova han conseguido el prodigio culinario de resucitar el garum, la fabulosa salmuera hecha a base de vísceras de boquerones pasados de fecha que era el plato fuerte en los banquetes de la antigua Roma. Es un hecho comprobado que en la mantequería del PP los quesos más exitosos son esos ejemplares casi inverosímiles cubiertos de moho y gusanos, una costra donde crecen narcotraficantes tomando el sol y hermanos favorecidos por contratos a dedo. Hace poco más de un año Pablo Casado intentó limpiar la quesería y lo mandaron a freír espárragos.
A principios de enero, Feijóo llamaba a García Albiol para integrarlo en la dirección de la campaña autonómica y municipal de mayo y ayer mismo la Fiscalía decidía pedir dos años y diez de prisión para García Albiol por los delitos de prevaricación urbanística y medioambiental. Se trata de una novedad en la curiosa relación del PP con la ley, ya que por lo general la justicia española suele demorarse meses o años antes de imputar a los sospechosos, pero se ve que esta vez prefieren adelantarse a las elecciones, quizá para ir ganando tiempo. Gracias a esa demora judicial hoy podemos comprobar que buena parte de los ejecutivos de Aznar y de Aguirre, ministros y presidentes autonómicos incluidos, estaba formado por delincuentes a punto de ingresar en prisión. Debemos reconocer que un candidato entre rejas da mucho mejor en cámara.
Con la famosa técnica de la cortina de humo -una de las favoritas de la derecha española- ya no basta con dirigir el ventilador hacia los escándalos del adversario, sino que hay que esparcir el chorro también hacia los propios. En ese feroz vendaval de desperdicios cada porquería encubre a la anterior y todos contentos. Así, la condena de tres años de prisión al ex presidente de la Comunidad de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, pasó bastante desapercibida entre las cariñosas fotografías del tito Berni abrazando a unas cuantas putas. Al mismo tiempo, había que encubrir la aparatosa acusación de quince años de cárcel para el ex ministro del Monólogo Interior, Fernández Díaz (una inmundicia que habría paralizado la vida política en cualquier país civilizado), y en un santiamén aparece Francisco Camps, el ex presidente de la Generalitat Valenciana, comentando ante la Audiencia Nacional que había ido a la boda del Bigotes porque creía que se trataba de un acto del partido. Es verdad que el PP es una formación política donde resulta prácticamente imposible distinguir una boda de una reunión de la mafia, igual que en la trilogía de El padrino, pero también lo es que Camps consideraba al Bigotes un "amiguito del alma" que le hacía regalos cada dos por tres y a que una vez llegó a decirle: "Te quiero un huevo". Hay amores que matan y cariños que dan asco.
Mucho más práctica resulta la estrategia del alcalde de Madrid, Martínez Almeida, quien suele distraer la atención del personal mediante patochadas deportivas, lanzando pelotazos a la jeta de los periodistas que cometen la temeridad de acudir a sus inauguraciones. Almeida no necesita cortina de humo porque ya va disfrazado de Almeida. Esta semana hizo el ridículo en un centro de gimnasia artística, poniéndose a pegar botes en una cama elástica y aterrizando de cabeza en un montón de cubos de gomaespuma, una pirueta circense con la que anunciaba el déficit de 357 millones en las cuentas municipales, la primera vez en doce años que el Ayuntamiento de Madrid presenta números rojos. "Seremos fascistas" decía Almeida, orgulloso de su filiación política, "pero sabemos gobernar". Ahora ni eso. Entre el pescado podre de Albiol, el queso mutante de Fernández Díaz, el zarangollo de Pedro Antonio Sánchez, la paella revenida de Camps y el marisco saltarín de Almeida, esta semana el escaparate del PP viene calentito. Hay mierda para todos los gustos.
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