Desde ayer, el País Vasco cuenta con un nuevo lehendakari, el socialista Patxi López. Y por primera vez desde hace tres décadas se quiebra la constante de un jefe del Gobierno autonómico nacionalista y se pone fin a la hegemonía política del PNV desde que entró en vigor el sistema autonómico surgido de la Constitución. Se cumple así en Euskadi una de las virtudes de la democracia, que es la alternancia en el poder, aunque sea esta todavía una asignatura pendiente en algunas comunidades autónomas. No es el cambio, sin embargo, una ley de hierro, sino la soberana decisión de los ciudadanos, que imponen con sus votos la competencia en el ejercicio del poder.
De las pasadas elecciones autonómicas, el PNV salió como el partido más votado, pero incapaz de reunir una mayoría para formar Gobierno. Pero la circunstancia de tener más diputados que el PSE no le da base para sostener que el Gobierno de Patxi López es ilegítimo. Su reivindicación inconsciente del monopolio se estrella con la realidad de que el líder socialista obtuvo el pasado martes la mayoría entre los representantes de la soberanía popular. Olvida, además, el mayor partido de Euskadi que en España rige un sistema parlamentario y que en 1986 ganaron los socialistas pero el lehendakari fue nacionalista.
El Gobierno que preside López, aparte de la novedad, propone una nueva vía que concita muchas esperanzas, pero conviene tener en cuenta que no está exenta de peligros. En primer lugar, los socialistas van a gobernar en minoría. Su estabilidad depende ahora exclusivamente del apoyo parlamentario del PP, lo cual indica que estará sometido a condiciones. El lehendakari socialista se enfrenta a la vez a la oposición declarada de todo el arco nacionalista, lo que no es un buen principio para intentar integrar a una sociedad dividida en dos mitades. El nuevo Parlamento vasco está libre por primera vez de representantes del entorno político de ETA, pero aún está por ver si ello va a favorecer la declarada política antiterrorista y propiciar el definitivo fin de la violencia. Tampoco se puede predecir si el nuevo camino diseñado reducirá las pulsiones soberanistas que tanto ha alimentado Ibarretxe, una vez que este ha anunciado su retirada de la política activa.
Gobernar en el País Vasco es un valor irrenunciable. "Para nosotros hubiera sido más fácil una coalición con el PNV a cambio de un pacto de lesgislatura que garantizara una mayoría estable en el Congreso", afirma un destacado miembro del Gobierno. En esa solución de libro había un escollo difícil, la insoportable continuidad de Ibarretxe, y una apuesta catastrófica para el futuro. Ese descartado pacto hubiera acarreado un castigo electoral para el PSOE no sólo en Euskadi, sino en el resto de España. El País Vasco, más que cualquier otra comunidad, vota en todo el Estado. Y la España plural que formuló José Luis Rodríguez Zapatero antes de su acceso al poder apenas existe en el mapa. Los nacionalistas han perdido el poder, con la reducida excepción de ERC en el tripartito catalán.
La decisión compartida por el presidente Zapatero y por el propio Patxi López es aprovechar el capital político de ese triunfo vasco y los posibles beneficios políticos de una buena gestión en Euskadi. Es una apuesta coherente, porque la renuncia no hubiera sido comprendida, aunque ello acarrea una dificultad añadida para el Gobierno central. Lo que en Vitoria es una boda de conveniencia del PP con los socialistas, en Madrid se convierte en asedio. Mariano Rajoy trabaja en el Congreso con el arma de una oposición dura en la tesis de que la crisis económica será tan larga que devorará al Gobierno socialista. En ningún país europeo se produce una contradicción tan dura sobre la salida de la crisis.
A ese acoso del PP se han unido PNV y CiU, víctimas del despecho, dibujando un panorama que hace prever serias dificultades para aprobar el próximo Presupuesto. Con la decisión vasca, el Gobierno de Madrid se añade otro frente de dificultades. Pero el Partido Popular debería barajar que Zapatero tiene tiempo por delante. Y las dos formaciones nacionalistas tendrían que ponderar el desgaste que se produjo en sus filas cuando prestaron su apoyo al PP en la primera legislatura de Aznar.
FÉLIX MONTEIRA, director de 'Público'.
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