Jorge Alcázar
Miembro del Frente Cívico y del Colectivo Prometeo
Hoy, como en tantos otros ámbitos, la clase trabajadora ha sido despojada de su propia esencia. Así, tal clase, formada por más de 20 millones de personas en nuestro país (a los que debemos sumar su prole), está siendo sistemáticamente hurtada en lo referente al lenguaje, la palabra y los conceptos que estos encierran. Aunque vivamos en tiempos en los que se comprime la palabra, el discurso y hasta el verbo, aunque la clase trabajadora aparezca difusa e inconexa, aunque ya parezca que siquiera nos alcanza para concebir a un trabajador/a, la izquierda activa y latente debe acometer un análisis profundo en estos términos.
Para dirigir lo anterior, nada más claro y nítido que el oscurecimiento progresivo del concepto de salario como forma de pago del trabajo asalariado. Si sumergimos la palabra salario en la segunda mitad del siglo XX en Europa, el vocablo empieza a cobrar vigencia alrededor de una triple concepción del mismo: salario directo, indirecto y diferido. El primero se remonta a la época romana, y es el pago en sal que los soldados romanos recibían por cuidar las rutas usadas para transportar esclavos (curiosa paradoja). En términos actuales, el salario directo es el dinero contante y sonante que a nuestro bolsillo llega. El segundo hace referencia a aquellas otras retribuciones que el trabajador ostenta en forma no monetaria y que se retira de nuestra nómina en forma de impuestos; mientras que el tercero engloba, entre otros conceptos, los pagos a la Seguridad Social o al Sistema de Pensiones. En los albores del siglo XXI, apenas si llegamos ya a percibir, como fantasmas, las otras dos formas de remuneración, mas conviene radicalizar en nuestro pensamiento que ellas son las hijas legítimas de las luchas obreras abanderadas por la clase trabajadora mundial durante los dos últimos siglos.
En los grandes medios de comunicación, en los debates y programas políticos, e incluso dentro de amplios sectores de la izquierda movilizada, el salario parece haberse comprimido y atomizado en una única acepción: la nómina directa y huérfana.
Conviene hacer una reflexión profunda acerca de porqué problemas como el paro o la corrupción copan casi todo el tiempo de debate político a cualquier nivel en nuestro país, mientras las condiciones laborales, sociales, políticas y económicas hoy eliminan de forma abierta salario indirecto y diferido como forma de retribución laboral y derechos de clase.
Sin duda, paro y corrupción son dos de los grandes males que sufrimos como país, mas son consecuencia directa del régimen político y económico en el que vivimos. Las crisis capitalistas arrojan cíclicamente desempleados en forma masiva, a la par que el sistema promueve renovaciones de sí mismo aireando los trapos sucios. Es por ello que hoy la regeneración democrática forme parte del imaginario colectivo y de los programas políticos de los partidos tradicionales y nuevos. Sin embargo, el sistema tiene medios de sobra para recomponerse, como ponen de manifiesto las caras nuevas en viejos partidos o la aparición de nuevas formaciones (Ciudadanos) que vienen a encarnar las mismas políticas con distintos manijeros. De la misma forma, el sistema aprovecha raudo cualquier crisis económica para, a la par que destruye empleos, confeccionar un caldo de cultivo propicio para vender la creación de empleo. De esto en España también tenemos ejemplos claros, como manifiestan las sucesivas reformas laborales y la creación de un empleo precario, elementos estos que han propiciado la eliminación de trabajos con un nivel de dignidad, por otros indignos. De tal forma que, en situaciones como las actuales, nadie mejor que un gobierno de corte conservador para generar aquello que hoy se llama empleo: jornadas cada vez más largas por salarios cada vez más exiguos.
La izquierda española y europea debe abordar las dos cuestiones anteriormente mencionadas de forma contundente, pero es la cuestión del salario en sus tres dimensiones aquello que debe ser objeto de nuestros discursos, nuestra práctica y nuestras luchas. Ahí es donde el capital realmente aparece como el lobo que es.
La crisis que asola el sur de Europa, entendiendo sur como clase trabajadora, se está llevando por delante gran parte de los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Así, hoy nuestros impuestos indirectos son más altos (IVA, etc.), los impuestos a las rentas del trabajo crecen a la misma velocidad que menguan aquellos aplicados a las rentas del capital. Los servicios sociales se desarticulan y privatizan, y las pensiones se agotan a la par que el régimen se provee de un argumentario falaz para justificar la imposibilidad del sistema. Es decir, salario directo, indirecto y diferido merman progresivamente, llevándose hasta el mínimo dos de las tres componentes primarias del salario. El sistema, abanderado por las políticas neoliberales y financiado por la patronal, usa los más de 5 millones de trabajadores parados en nuestro país como ejercito industrial de reserva, para ofrecer salarios cada vez más miserables e imponer un modelo anglosajón de relaciones laborales, y como si de un juego de trileros se tratara, nos hace desviar la atención para no observar dónde tiene lugar el acontecimiento trascendente. Se atomiza la concepción obrera del salario hasta hacerla saltar en pedazos, mientras la izquierda acude a tapar las múltiples vías que se abren en la sociedad.
Europa y Estados Unidos, o mejor dicho los capitales internacionales, pues el capital no entiende de patriotismo, negocian en estos momentos el golpe mortal para la clase trabajadora europea: el TTIP. Este acuerdo comercial, plagado de bondades (entiéndaseme la ironía) y caballo de Troya anhelado por el capital, consiste en la aniquilación total de los derechos de la clase trabajadora. Las experiencias neocons que hoy padecemos en este sur dolido de Europa no son sino la pista de aterrizaje de este nuevo paradigma de sociedad que puede venir y que "ellos" promueven. El TTIP nos hace recordar con K. Marx, que el capital sólo tiene un objetivo: acumular más riqueza; y si para ello debe y puede reducir las retribuciones y derechos del trabajador, a aquellas que sólo garanticen su supervivencia y la de su prole para perpetuar el juego, lo hará.
Mientras desde la izquierda no seamos capaces de poner en el centro del debate estas cuestiones, mientras no reconstruyamos el sentimiento de clase trabajadora, mientras el trabajador/a no tome consciencia de su clase y esté alerta a estos riesgos, mientras todos aquellos que dependemos de un trabajo asalariado, de un pequeño negocio o de cualquier otra forma de sometimiento laboral, no dominemos el lenguaje y sus conceptos, el enemigo de clase ganará la batalla y tendrá el camino expedito para alcanzar sus intereses. Dirigir las instituciones, luchar y desterrar la corrupción, exigir trabajo y techo, nos es necesario, pero hoy todavía, no nos es suficiente.
Comentarios
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