DANIEL MÚGICA
Angela Merkel ha formado Gobierno con los liberales, la otra derecha alemana. Contemplamos el enésimo retroceso de los partidos socialistas europeos. Klaus Wowereit, alcalde socialista de Berlín, ha pedido que caiga el viejo tabú y que se forje una coalición nacional con La Izquierda. Wowereit se ancla en el antecedente del batacazo, el adelgazamiento de la identidad, aunque sin el abrazo de Merkel, que obligó al SPD a renunciar a la acción socialdemócrata promoviendo, por ejemplo, la proliferación de los contratos temporales.
El SPD teme seguir perdiendo los votos que le han restado los ex comunistas de la RDA, los verdes y los socialistas escindidos. De hecho, también ha habido abstención entre los votantes del SPD, hartos de la indefinición ideológica. Wowereit se equivoca. En las próximas elecciones, el SPD debería salir a ganar el encuentro solo, sin ayuda de segundos, y volver a cosechar el voto del progresismo moderado, viable. De alinearse con La Izquierda, el SPD podría extraviar el voto de centro, que da y quita gobiernos. En España tenemos un antecedente. Cuando los socialistas, antes de las elecciones de 2000, quisimos coaligarnos con IU, los votantes de centro nos lo censuraron otorgando su confianza al PP, que Aznar había, en la forma aunque no el fondo, conducido al centro político. Es una práctica habitual de los partidos conservadores europeos ofrecer un modelo similar al socialdemócrata, una copia a la baja.
El primer problema de los socialistas europeos es la transversalidad de la derecha en las políticas sociales. El segundo problema, la calidad de la comunicación a los ciudadanos. El tercero, del que discrepo, es carecer de lo que D’Alema llama una nueva narración y, en consecuencia, la revisión de la ideología, de la identidad.
D’Alema precisó de una nueva narración de la izquierda; pretendía transformar a los eurocomunistas italianos en un partido de Gobierno. Lo logró. Los socialistas europeos no lo necesitamos. Tenemos una ideología férrea que, al diluirse, nos lleva a la quiebra, como al SPD. Hay que mantener y afilar el discurso. No se trata de enrocarse, sino de avanzar. Conocemos la narración: unos pocos intentan y consiguen apropiarse de los esfuerzos y ahorros de muchos. Nuestra narración se basa en que nuestra receta es nuestro patrimonio: la justicia social es el patrimonio del socialismo europeo. Arranca en las antiguas consignas de libertad, igualdad, fraternidad. Dirigentes conservadores apuntan como una de las raíces de la crisis a la anorexia de esos valores. La derecha, con la falsa afirmación del fin de la historia, mercados autorregulados y riqueza para todos, ha extendido la idea de que el dinero es más importante que la solidaridad. Han infectado a la sociedad, que, aceptándolo, se ha vuelto egoísta y ha buscado el dinero fácil: especulación de vivienda a pequeña escala, petición de bonus, etc. Es la derecha la que intenta enterrar los viejos valores. A los socialistas europeos, como primer paso de recuperación, nos corresponde desenmascararlos.
La señora Cospedal declara: somos los representantes de todos los trabajadores españoles. ¿Qué protección ofrece el PP a los trabajadores españoles? ¿Aplicar con racanería la Ley de Dependencia en las CCAA donde gobierna? ¿Vulnerar la ley de Igualdad, negando a las mujeres de las clases trabajadoras y medias sueldos equitativos? ¿Externalizar servicios de los hospitales, privatizando la gestión de lo público para que lo privado siga enriqueciéndose a costa de los trabajadores? Las respuestas son claras, contundentes. Pero ¿cómo las comunicamos?
El instrumento pasa por la militancia y los cuadros del PSOE. Se utilizan con acierto las nuevas tecnologías, Internet y las redes sociales para explicar la acción de Gobierno. Los ciudadanos, sin embargo, agradecen el contacto directo. Algunas agrupaciones y sedes del PSOE mantienen una actividad reducida, falta de asistencia, de iniciativa, de debate, de captación de militantes. El debate y la discrepancia en los órganos internos de los partidos, con pasión y con razón, los mejora, los engrandece. El PSOE tiene una magnífica herramienta, los vocales vecinales, que cobran un sueldo por servir a la comunidad. Como la conocen, a ellos les corresponde, entre muchos, lo que se denomina hacer partido.
Los partidos socialistas europeos están en declive, los de la oposición y, salvo el caso español, los de Gobierno (véase el laborismo inglés), lanzan propuestas nacidas en la celeridad de las noticias, la globalización o bien con la intención de frenar la presunta alarma social que genera un titular. Ni se puede ni se debe opositar o gobernar, aprobar leyes, en base a la supuesta alarma social, pues se resquebraja el Estado de Derecho. Y menos opositar o gobernar atendiendo a los medios y, por desgracia, fijándose en las intenciones de voto. Un partido que decide su acción en y por las encuestas, está condenado al fracaso. El sentido común dicta trabajar desde la anticipación, lo cual significa hacer mucha cocina, prever con mesura la catástrofe a la que nos empuja la complejidad del siglo XXI y, por tanto, atajarla antes de que se desencadene. Pero también, cuando es imprescindible, improvisar; la realidad, tozuda y mudable, ataca a contrapelo. Tampoco es de recibo realizar políticas que contenten a todos los estratos y grupos sociales. Incluso habrá que ejecutar acciones que sean del desagrado de la mayoría, pero que en cambio mejoren la salud de la nación. González lo hizo con la OTAN, Zapatero lo está haciendo con la Ley de Plazos, incluido que las mujeres jóvenes no informen a los padres.
El problema de los partidos socialistas europeos se reduce y multiplica en la pérdida, en la decadencia de la identidad, peligro que hoy no acecha al PSOE. En España, el PSOE construye desde el socialismo, desde, a fin de cuentas, el pablismo.
Daniel Múgica es escritor
Ilustración de Gallardo
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