JOSÉ MARÍA BENEGAS
Las recientes declaraciones de Jesús Eguiguren planteando la necesidad de diseñar un nuevo escenario en el que se contemple la legalización de Batasuna y medidas relacionadas con los presos de ETA, han reabierto la polémica sobre el final de la banda terrorista.
El atentado de la T-4 tuvo consecuencias que no se pueden ignorar cuando se trata de diseñar la estrategia antiterrorista y el horizonte del final de la violencia. Una fue la constatación, una vez más, de que ETA rompe de modo abrupto y unilateral las treguas que declara, burlando la buena fe de los gobiernos que intentan un final negociado. Así fue en Argel, en Lizarra, y en la última ocasión perpetrando el atentado de Barajas. Hoy sabemos que durante el transcurso de las treguas se van imponiendo las posiciones más duras que propician la ruptura y la vuelta a la violencia. Conocedores de esta circunstancia y de la experiencia acumulada, ningún gobierno democrático va a volver a intentar el final del terrorismo por esta vía.
La segunda consecuencia del atentado de la T-4 fue que produjo indignación en el seno de Batasuna por resultar incompresible. Y actuó como revulsivo, reforzando las posiciones de quienes piensan que, en las actuales circunstancias, el uso de la violencia para conseguir objetivos políticos instrumentalmente no sólo es inútil, sino que tiene elementos y consecuencias negativas para sus propósitos, como lo son la ilegalización de Batasuna, el encarcelamiento de sus dirigentes y el amplio rechazo social que hoy tiene el terrorismo en la sociedad vasca. Desde esta perspectiva, dirigentes de la llamada izquierda abertzale han dado pasos, desde luego tímidos, en la dirección de señalar que apuestan por vías exclusivamente democráticas para defender sus objetivos. Sin embargo, no se da el paso de la definitiva desvinculación de ETA y la condena rotunda de sus acciones y del terrorismo.
Los dirigentes de Batasuna no han considerado la paz como una estrategia en sí misma, tal y como hizo Gerry Adams, sino como una circunstancia en la que pueden alcanzarse logros políticos que resuelvan "el conflicto" o medidas de gracia para los presos. Este es el planteamiento que se ha hecho siempre que ETA ha declarado una tregua. Teórico final a cambio de logros políticos que no se han conseguido democráticamente. Este planteamiento no ha sido aceptado por los diferentes gobiernos del Estado puesto que, de haberlo hecho, hubiera supuesto la legitimación de la violencia para alcanzar objetivos políticos en un sistema democrático.
Desde el punto de vista de la estrategia antiterrorista desarrollada por el Gobierno, se trata de que Batasuna y ETA entiendan que no va a producirse un final negociado en ninguna circunstancia porque, entre otras razones, la oportunidad que se brindó en su día se repudió dramáticamente con un brutal atentado que causó dos muertos. Tienen que convencerse de que esto va a ser así y que sólo caben las vías políticas sin violencia y, en caso de no aceptarse, la cárcel. He aquí el error de Eguiguren. Su planteamiento reabre la posibilidad de que pudiera haber un final negociado y genera nuevas esperanzas de logros políticos, aunque sean mínimos. El error se acrecienta cuando ni el PSE ni el Gobierno del Estado están de acuerdo con estos planteamientos. Se puede nadar a contracorriente, pero contra tanta corriente no es posible.
Soy menos optimista en cuanto a la disolución unilateral de ETA. Ojala esté equivocado y no sea así. El sistema de sustituciones que tiene ETA ante la detención de sus dirigentes y el papel nulo de estos cuando entran en prisión en cuanto a la dirección de la organización –a diferencia de lo que ocurría en el IRA, que tenía una estructura verdaderamente militar y los generales lo seguían siendo en la cárcel y con mando– no facilita la autodisolución. En general, los sustitutos no tienen historia, ni autoridad, y en muchas ocasiones son muy jóvenes. Es muy difícil que, concurriendo estas circunstancias, se atrevan a asumir la responsabilidad de dar el paso hacia una disolución unilateral de la banda. Podrían declarar una nueva tregua indefinida, ante la cual el Gobierno no debe variar un ápice su estrategia, pero es difícil que proclamen el cese definitivo de la violencia y su autodisolución.
En estas circunstancias, no debe descartarse una dilución de la organización terrorista. Un final sin final explícito. Una de-
sintegración con coletazos. Incluso una escisión sin futuro o un atentado que obligue a Batasuna a pronunciarse. En todo caso, debemos todos ser muy prudentes. Mantener la unidad democrática y la eficacia policial siendo conscientes de que la batalla que estamos librando es por la libertad y la convivencia democrática. Y la podemos ganar definitivamente.
José María Benegas es diputado del PSOE por Vizcaya
Ilustración de Iker Ayestaran
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