Dominio público

Jóvenes, árabes y orgullosos

Säid El Kadaoui Moussaoui

SAID EL KADAOUI

Jóvenes, árabes y orgullososLa revolución popular que se ha iniciado en el mundo árabe, desprovista de proclamas religiosas y de ataques furibundos al imperialismo estadounidense es un golpe de aire fresco que nos permite soñar. Al fin una buena noticia desde la orilla sur del Mediterráneo. Lo mejor, lo más emocionante y esperanzador es ver a la juventud
–hombres y mujeres– reclamando codo con codo el fin de la dictadura y la instauración de un Gobierno democrático.
Algunos orientalistas recurren a la especificidad árabe y nos advierten de los peligros del islamismo radical. Pero lo cierto es que ahora ya nada tienen que decir o hacer. Por fin, la juventud árabe ha optado por decidir ella misma su futuro. Y yo lo celebro. Hasta el momento, el balance de lo que han conseguido es admirable. Primero, echaron del poder a un dinosaurio como Ben Alí, el hasta ahora presidente de Túnez, y ahora a otro dinosaurio, Hosni Mubarak, que llevaba 30 gobernando Egipto con mano de hierro.

No hay que olvidar que hace solamente unos meses todo el mundo asumía con resignación que su hijo Gamal iba a ser el próximo presidente de Egipto. Está claro, entonces, que estamos viviendo un momento histórico.
Esta buena noticia contrasta con un sentimiento pesimista que me invade desde hace un tiempo. Los problemas que acucian a una parte importante de la juventud magrebí en Europa empiezan a enquistarse y no auguran un futuro muy esperanzador. La exclusión, explícita o implícita, que esta sociedad les depara se complica aún más con una autoexclusión reactiva, muy extendida entre las clases marginales. Igual que ha sucedido con una parte importante de la población de etnia gitana, los magrebíes se defienden del odio exterior separándose de la sociedad y refugiándose en un gueto que los protege a la vez que les exige una fidelidad enfermiza.
El orgullo de ser magrebí o árabe que algunos jóvenes muestran en Europa los lleva a exaltar algunos valores que los de la otra orilla están luchando por erradicar. No es otra cosa que la construcción de una identidad defensiva, reaccionaria y empobrecida. En definitiva, una identidad prisionera de los estereotipos con los que buena parte de esta sociedad los etiqueta. A saber, musulmanes poco dispuestos a la mezcla, poco dotados para el estudio y muy refractarios a la integración en un país democrático.

Antes de continuar, permítanme recordar las observaciones del historiador marroquí Abdellha Laroui. En su libro El Islam árabe y sus problemas decía que existe un discurso europeo sobre los árabes y otro árabe sobre los europeos, y que ambos no emplean el mismo lenguaje, resultando así que cada una de las sociedades se hace una idea falsa de la otra. Se trata de la necesidad de creer en un contratipo para la toma de conciencia de la identidad cultural de un grupo dado. Concluía entonces que árabes y europeos no verán el comienzo de una nueva era en sus relaciones mutuas hasta que unos no dejen de representar el contratipo de los otros.
Lo jóvenes de los que hoy estoy hablando no pueden ser el contratipo de ellos mismos. Lo árabe y lo europeo forma parte de su identidad y solamente una capacidad crítica muy aguda puede salvarles de no sucumbir a la presión antagónica que sus dos pertenencias ejercen sobre ellos. Sería especialmente liberador para ellos que las dos sociedades se conocieran más.

Leer en la prensa, escuchar en la radio, ver en directo por la televisión y en los ordenadores a jóvenes árabes orgullosos de serlo y de participar en una auténtica revolución democrática me vuelve a infundir algo de ánimo.
¿Servirá también para abrir los ojos a estos jóvenes y sus familias atrapados en una identidad-prisión? ¿Dejarán por fin de creer que solamente existe una forma de ser árabe y musulmán? ¿Sabrán entender que los valores que promueve la democracia son universales? ¿Dejarán las familias que sus hijos tengan la suficiente autonomía como para decidir aquello que quieran ser? ¿Dejará la sociedad de reducir a cuatro estereotipos denigrantes sus países de origen? ¿Entenderá nuestra sociedad, sus políticos los primeros, la importancia que tiene para un desarrollo sano de nuestra juventud su no exclusión? En definitiva, ¿aprenderemos algo de esta sed de libertad y de autonomía que de forma tan ejemplar nos está mostrando una parte muy importante de las sociedades árabes?
En un reciente artículo publicado en Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet afirma que esta sublevación de los pueblos árabes es una formidable lección para esta Europa que los define en términos maniqueos. Es decir, como masas dóciles sometidas a corruptos sátrapas orientales, o como muchedumbres histéricas poseídas por el fanatismo religioso.

Mi esperanza es que esta revuelta sirva, primero, para deshacerse de estos sátrapas y empezar una nueva etapa de la historia en la que un país árabe no sea sinónimo de dictadura, y en segundo lugar para que los jóvenes de esta otra orilla del Mediterráneo dejen de identificarse con esta descripción maniquea y se centren en luchar contra esta exclusión denigrante. A diferencia de los jóvenes que hoy contemplamos con admiración en nuestras televisiones y ordenadores luchando por deshacerse de los dictadores, aquí, a pesar de algunas deficiencias, vivimos en estados democráticos que permiten la participación ciudadana. Bueno sería que lo aprovecháramos para llevar a cabo más acción participativa, más propuestas, más debate crítico y menos reacción maniquea contra la exclusión.

Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor

Ilustración de Diego Mir

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