Dominio público

Corbyn o cómo la izquierda británica se suicidó ante el brexit

Timothy Appleton

Profesor en la Universidad Camilo José Cela y autor del libro ‘Escupir en la iglesia: un sí de izquierdas al brexit’ (Lengua de Trapo).

El líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, en el Parlamento. EFE/EPA/JESSICA TAYLOR/UK PARLIAMENT
El líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, en el Parlamento. EFE/EPA/JESSICA TAYLOR/UK PARLIAMENT

Las elecciones generales del mes pasado en Gran Bretaña fueron uno de los golpes más duros que ha recibido la izquierda radical británica en los últimos tiempos.  Cuando se publicó la encuesta a pie de urna –191 escaños para los Laboristas frente a 368 de los Conservadores– el electorado progresista se sumió en una depresión de la que aún no se ha  recuperado. De nada sirvió que finalmente consiguieran 202 escaños. La conservadores habían dado la campanada, desafiando además las leyes de gravedad política: después de nueve años en el poder, con un cambio de líder incluido –Theresa May por Boris Johnson–, lograban hacer tabula rasa.

Lo  que hizo que el resultado pareciera tan malo para la izquierda fue que dos años antes el Partido Laborista, con el programa más transformador de los últimos cuarenta años, le había arrebatado a los tories la mayoría. Jeremy Corbyn tuvo fugazmente la oportunidad de formar un gobierno de coalición, pero el Gobierno conservador sobrevivió gracias una coalición con los protestantes ultraconservadores de Irlanda del Norte. Esto les dio una mayoría ínfima, pero suficiente para sostenerse durante dos largos años.

¿Qué ha cambiado, entonces, entre 2017 y 2019? ¿Por qué los laboristas se han hundido y los conservadores han salido a flote? Las explicaciones de muchos analistas progresistas me parecen demasiado complejas y dispersas; quizás pretenden así difuminar su propia responsabilidad en la situación. Entre otros factores apuntan: el problema del carácter de Corbyn, la campaña mediática brutal contra su partido, la influencia negativa de los medios y las redes sociales, o –y esta es mi justificación favorita– la propaganda rusa. Incluso aluden al mal tiempo que hizo el día de las elecciones. Lo que parecen olvidar es que los mismos factores estuvieron presentes en 2017 (menos, quizás, el mal tiempo). Ya que estamos hablando de Gran Bretaña, ¿no sería mejor apelar a un principio filosófico-científico clásico de la filosofía inglesa? Me refiero a la navaja de Ockham, a saber, que la explicación más sencilla probablemente sea la correcta. De acuerdo con este principio, podemos identificar una causa decisiva de la derrota de la izquierda en 2019: el brexit. ¿Por qué?

Lo único que de verdad había cambiado entre las campañas laboristas de 2017 y 2019 ha sido su posición sobre la salida de la Unión Europea. En 2017, habían prometido aceptar el resultado del referéndum sobre este asunto y negociar un brexit suave con Europa. En 2019, en cambio, la izquierda en su conjunto –desde su sector más liberal-centrista hasta los trotskistas, que siempre sobrevuelan el Partido Laborista– había obligado al partido a cambiar su posición y prometer un segundo referéndum.

Admiro mucho a Jeremy Corbyn. Creo que es muy recto y tiene una inteligencia política poco común. No obstante, esta vez traicionó sus principios y su instinto. Y es evidente que le dolió hacerlo. A duras penas pronunció las palabras "segundo referéndum" durante su discurso en la conferencia del Partido Laborista de 2018, donde se adoptó este compromiso.

Corbyn se vio casi forzado a dar este paso, ya que su secretario responsable del brexit, Keir Starmer (que en la actualidad, ¡oh sorpresa!, pretende ser el nuevo líder del Partido Laborista) había anunciado un cambio de política antes del discurso, sin –según los rumores– discutirlo por adelantado con su líder. Aun así, hay que reconocer que era Corbyn el responsable último de dicha decisión. Pero ¿por qué fue tan decisivo este momento?

El asunto tuvo varias implicaciones negativas. Primero, supuso una campaña ideológica contra un sector importante de los votantes del propio partido, a los que muchos activistas progresistas ya estaban tachando de racistas y tontos. Es cierto que, en el referéndum, una mayoría de los votantes laboristas votaron permanecer en la Unión Europea (aunque fuera con niveles inconsistentes de entusiasmo); por otro lado, un 70% de las circunscripciones tradicionalmente laboristas –las partes menos prósperas del país– votaron brexit y, en el modelo Westminster, donde los partidos se ven obligados a jugar con márgenes mínimos de votantes en zonas clave, ignorar la opinión general de sus circunscripciones convencionales fue un error fatal.

Esta decisión convirtió una crisis dentro del movimiento laborista en una auténtica tragedia. Por primera vez en la historia moderna del país, el principal partido de izquierdas –que había sido creado y financiado por los sindicatos británicos– había dejado de representar políticamente a la clase obrera.

En realidad, el fracaso de los laboristas no solo tenía que ver con una cuestión democrática (¿cómo se le puede pedir al electorado que vote dos veces lo mismo?). Todos estamos viviendo tiempos convulsos y está claro que, en términos generales, los ciudadanos hoy prefieren partidos y figuras políticas que perciben como radicales: los que hablan el lenguaje del cambio. En la Gran Bretaña de 2017, el partido que se percibió como insurgente fue el Laborista. Por eso experimentó la subida de votos más grande entre dos elecciones desde 1945. En 2019, en cambio, parecía haberse convertido en un partido del establishment: unos fetichistas de los procesos parlamentarios que solo estaban tramando para frustrar la voluntad popular (llevar a cabo el brexit). En una palabra, el partido se había vuelto aburrido. Y antipopular, que es lo mismo. En tales circunstancias era casi imposible ganar. Quizás tampoco lo merecían. Al final, Boris Johnson sólo necesitó un lema para triunfar: "Get brexit done!" ("¡Cumplid el brexit!").

¿Era necesario que la izquierda británica se suicidara de esta manera? ¿Valía tanto la UE como para adoptar esta posición, ya estaba meridianamente claro que, en 2019, ganaría las elecciones el partido que abrazara el brexit?

Aquí encontramos una enorme ironía: Corbyn había sido el político más anti-UE del Parlamento británico. Comparado con él, Boris Johnson, era un novato. En sus más de treinta años como parlamentario, Corbyn había votado casi siempre contra de su propio partido para frenar la expansión europea. ¿Qué es lo que el antiguo Corbyn sabía del proceso de integración en Europa que el resto del movimiento laborista no había captado, o había olvidado?

Esta cuestión estaba determinada en parte por la edad de los militantes. Corbyn viene de aquella generación de izquierdistas radicales en Gran Bretaña que pensaban que la UE era poco más que un club capitalista, organizado por una clase de banqueros poderosos, y que la izquierda debía entregarse a una campaña constante para separarse de ella. Esta facción solía citar los inalterables Tratados de Roma, señalando así que la UE había sido un proyecto "neoliberal" desde sus inicios, imposible de reformar.

Si revisamos los últimos dos años de la política británica, es difícil no concluir que la izquierda radical nunca debería haber abandonado su posición crítica con la UE. Y no solo por razones estratégicas, sino porque convicción ideológica. Después del caso empírico de la crisis griega, los únicos "radicales" que no lo aceptan son los que no están prestando suficiente atención.

¿Cuál es la razón para que la izquierda haya cambiado de idea sobre Europa en los últimos años? Una explicación obvia sería que, al terminar lo que Eric Hobsbawm denominó la "Edad de Oro" de las sociedades occidentales –la época del estado de bienestar–, la izquierda europea pensó que sería mejor incorporarse a la UE para así institucionalizar las mínimas protecciones que se habían conquistado y protegerse de la abrumadora ola neoliberal. Al hacerlo, sin embargo, ha acabado creando una cárcel neoliberal aún más fuerte, de la que ahora le cuesta distanciarse ideológicamente.

En este sentido, creo que Corbyn, en vez de encarnar un fracaso, es en realidad el último líder laborista capaz de mostrar que es necesario resistir a unas instituciones capitalistas que generan problemas sociales cada vez más preocupantes por todo el continente. Es difícil evitar esta conclusión si uno observa los candidatos tibios que pretenden ocupar su puesto al frente del Partido Laborista.

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