"... Es como que te pones rápidamente en acción, aprendiéndote los protocolos y tal... Pero hay un montón de cosas que tienes ahí por dentro, como atragantadas, y te sale como enfado, o mucha tristeza..., de esto no se habla, o se explota... Pero haría falta...".
Es clara la necesidad de los equipos de protección, pero ¿qué pasa con la protección emocional? Ya están surgiendo iniciativas y preocupaciones por la salud mental de los trabajadores y trabajadoras de la salud. Jornadas extenuantes, estrés sostenido frente a situaciones cambiantes, gran exigencia en la toma de decisiones difíciles e implicación en el dolor de las personas, repercuten sin duda en la estabilidad emocional.
Estabilidad tanto más necesaria para enfrentar lo que hoy se está nombrando como una "medicina de guerra". Ello, en el marco de la contradicción interna entre el sentirse mal y lo asignado socialmente de vocación y entrega.
En estos momentos, los y las trabajadoras del sistema sanitario son el rompeolas del afrontamiento social de esta pandemia.
Primero fue la sorpresa; después la incertidumbre al ver "lo rápido que cambian las cosas" y estar esperando "a ver qué dicen los de arriba". Enseguida se toma conciencia de la gravedad. Se comprende que hay que cambiar la organización, los procedimientos y las prioridades de los equipos y centros sanitarios; se visualiza que se afronta un número altísimo de personas contagiadas, de pacientes enfermos en sus casas, de ingresos hospitalarios, de pacientes críticos, de bajas de profesionales, de fallecidos...
Se comprende que ya no se puede hacer "la misma medicina", ni seguir prestando la misma atención sanitaria, cuyas rutinas daban seguridad y percepción de eficacia, tanto a profesionales como a pacientes. Tener que prestar una asistencia sanitaria propia de una catástrofe, con recursos limitados de forma extrema, golpea las certidumbres en que se asienta la estima profesional.
También afecta a múltiples trabajadores y trabajadoras que realizan tareas auxiliares, sanitarias y no sanitarias Celadoras, limpiadores, personal técnico de diversa especificidad, tienen un contacto íntimo con la actividad y los pacientes, e indudablemente les llegan también sus dolores. La angustia se alimenta de conversaciones pilladas al vuelo, y discurre por canales informales y rumores con muy alto estrés emocional.
No estamos acostumbrados a esto. Nadie lo está.
El personal sanitario es un recurso humano cualificado y entrenado para afrontar incertidumbres y tensiones en su hacer profesional, pero es humano y le pasan cosas.
"Verlos ingresados allí, todo tubos, nosotros vestidos, y tener que pasarles el teléfono para que se pudieran despedir del familiar...".
"Se cierra el Centro de Salud, pero ¿quién seguirá haciendo todo lo que veníamos haciendo aquí? Yo no lo veo...".
"Tengo un amigo neumólogo del hospital... ingresado en la UCI... Y aquí, en el centro ya se han contagiado más de la mitad de las compañeras, menos mal que todas leves... No quieres ni pensarlo...".
"Esto es agotador. Quién sabe lo que durará todavía... Me gusta mi trabajo, pero estoy agotada física y emocionalmente. Tienes que aguantarte... es tu profesión...".
Las necesidades de la esfera emocional suelen quedar más invisibilizadas y es necesario darles entidad. Apenas hay canales de contención y elaboración. Es importante contar con algunos recursos.
El proceso de duelo es el mecanismo psicológico que permite al ser humano adaptarse al cambio. Implica una primera fase de incredulidad y negación; posteriormente se vivencia una tormenta de sentimientos, intensos, cambiantes y contradictorios que no deben interpretarse como defectos o debilidades personales. De hecho, identificarlos es absolutamente necesario para alcanzar la fase siguiente, de reorganización.
Es fundamental contar con el conocimiento de este proceso para identificar cada uno de estos tres momentos anímicos, y operar con ellos, legalizando y canalizando las emociones. No es lo mismo avalar la negación que ayudar a percibir la realidad. No es lo mismo tomar como negativos un cúmulo de sentimientos contradictorios promoviendo su silenciamiento, que ayudar a su expresión no catártica como algo necesario. No es lo mismo la resignación que la reorganización aceptando la nueva situación.
La urgencia con que se trabaja hoy no permite parar, sin embargo, es necesario ir encontrando espacios de contención emocional, "momentitos" y personas que proporcionen escucha para elaborar y no tragar lo que se vive. Es preciso no guardarlo para sí, silenciándolo, ni tampoco sacarlo en forma de catarsis. Es una medida básica de autocuidado en trabajos y situaciones de alto impacto emocional, que permite aligerar la carga sin negar ni disociar. Solo así se puede integrar la entrega y el compromiso profesional con los sentires propios de la catástrofe que socialmente compartimos.
Comprender el mecanismo de los procesos de elaboración, percibir los propios duelos y entender la dimensión social del duelo en una situación de catástrofe, facilita la distancia operativa, herramienta imprescindible para una intervención eficaz que, a su vez, protege la salud mental de los trabajadores.
Comunidad, participación y responsabilidad colectiva, claves necesarias para avanzar.
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