Este pasado domingo 7 de junio, como en cientos de ciudades de Norteamérica y de otros países, decenas de miles de personas nos manifestamos en Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbo y otras localidades del Estado español contra la brutal violencia policial racista que la comunidad afroamericana sufre cotidianamente en los EEUU.
El asesinato de George Floyd ha desatado un levantamiento social imparable, que ha colocado al Gobierno reaccionario y supremacista blanco de Donald Trump contra las cuerdas. Sus criminales llamamientos a disparar a los manifestantes y a sacar el ejército a las calles, han sido derrotados gracias a la determinación y la valentía de la juventud, de la comunidad afroamericana y latina, de decenas de miles de trabajadores negros, blancos, asiáticos que, en medio de la catástrofe sanitaria y económica, han desafiado el toque de queda luchando por sus derechos.
La obligación moral de quienes peleamos por la justicia social, contra el racismo y el fascismo es no dejar solos a nuestros hermanos y hermanas de EEUU. Lamentablemente, a los que pensamos así y hemos actuado en consecuencia se nos ha insultado y calumniado desde algunos círculos políticos y mediáticos de la izquierda más progubernamental, equiparando nuestra solidaridad activa hacia la juventud y la comunidad afroamericana estadounidense, con las algaradas de los fascistas y privilegiados que semanas atrás llenaron de banderas de España la llamada milla de oro de Madrid. Un grave error que no debería repetirse jamás.
La derecha en su papel
Tras la manifestación celebrada en Madrid, con más de 50.000 personas, los voceros del PP y Vox no han tardado un minuto en cargar contra esta expresión de dignidad antirracista y antifascista, en la misma medida que lo hacen desde hace meses utilizando las manifestaciones del 8M, y recurriendo a sus numerosos puntos de apoyo en el aparato del Estado y en los medios de comunicación para atacar al Gobierno y al conjunto de la izquierda.
Estas dos organizaciones hace pocas semanas sacaron a su base social a manifestarse en el barrio de Salamanca —esos privilegiados nostálgicos del franquismo—, exigiendo eliminar cualquier restricción para poner en marcha sus negocios y seguir explotando a muchos de esos inmigrantes que este domingo protestaban contra el racismo.
El cinismo de la derecha y la extrema derecha no tiene límites. Los mismos que justifican y se benefician de las condiciones de miseria y hacinamiento en que viven miles de jornaleras y jornaleros inmigrantes; los mismos que han impulsado durante años la privatización de la sanidad o de las residencias de mayores, cuyo resultado ha sido la muerte de miles de nuestros familiares desamparados y desatendidos frente a la Covid; y los mismos que piden excluir de la sanidad pública a miles de inmigrantes sin papeles y expulsarlos de manera fulminante, nos hablan ahora de los "peligros" de una manifestación.
No, el problema no es una manifestación antirracista, sino la xenofobia y el profundo clasismo de la derecha y la extrema derecha. Que miles de jóvenes y trabajadores negros, latinos, blancos o asiáticos nos manifestáramos por las calles del barrio de Salamanca, coreando consignas contra Trump y el fascismo, contra la violencia policial y, en definitiva, contra este sistema capitalista, racista y corrupto les saca de sus casillas.
Los llamamientos a la paz social nos encadenan y fortalecen a la reacción
Pero a lo anterior hay que añadir el razonamiento y la actitud lamentable de determinados sectores, intelectuales y medios de comunicación de izquierdas que no han perdido el tiempo en denunciar nuestra supuesta "irresponsabilidad" por impulsar esa manifestación y poner en peligro la "distancia social".
Tenemos que decir que todas y todos los que asistimos a esta movilización tuvimos muy presente la seguridad, y en todo momento fuimos con nuestras mascarillas. Intentar denunciarnos por no haber mantenido la distancia social, cuando las terrazas de los bares están abarrotadas, el transporte público masificado, las empresas funcionando sin que la patronal respete las normas de seguridad sanitaria de sus trabajadores, los inmigrantes en Huelva amontonados por miles en chabolas, mientras son explotados por la patronal agraria en la recogida de la fresa, o cuando miles de nuestros hermanos y hermanas siguen muriendo al tratar de cruzar el mediterráneo o el desierto del Sahara para llegar a Europa, es también de un cinismo y una hipocresía enorme.
Pretender equiparar una manifestación antirracista y antifascista con las demostraciones de la ultraderecha, además de un despropósito lleno de mala fe, supone una llamada a la sumisión ante nuestros opresores. Con esos mismos argumentos, lo que han hecho millones de jóvenes afroamericanos, latinos y blancos en EEUU es un crimen: tenían que haber aceptado el toque de queda de Trump y quedarse en casa, no fueran a poner en riesgo la "distancia social". Lo mismo se podría decir de los cientos de miles que se han manifestado en París, en Londres, en Bruselas, en Viena o en Melbourne.
Este domingo no solo nos movilizamos contra el racismo, también lo hicimos contra la pobreza, las colas del hambre en los barrios obreros, la falta de medidas de seguridad cuando trabajamos, el tener que malvivir en pisos minúsculos, o contra la destrucción de una sanidad pública que no ha podido enfrentar la pandemia por falta de personal y recursos. Salimos contra una miseria que se está extendiendo día a día.
Al tiempo que estas manifestaciones antirracistas se producen en nuestro país y en todo el mundo, los trabajadores de Nissan y los de Alcoa luchan por sus empleos. Serán muchos más en los próximos meses. ¿Deberían también quedarse en casa de brazos cruzados esperando a que cierren las fábricas y les despidan, para no poner en riesgo "la distancia social"? Los problemas reales que padecemos millones de trabajadores y trabajadoras no nos permiten esperar.
Los compañeros y compañeras del Sindicato de Estudiantes e Izquierda Revolucionaria, que junto al Sindicato de Manteros impulsamos la salida en manifestación desde la embajada americana hasta la puerta del Sol, estamos plenamente convencidos de haber cumplido con nuestra obligación: facilitar que una protesta masiva, llena de indignación contra la violencia policial racista en los EEUU, contra el racismo institucional que existe en el Estado español y en toda Europa, sirva también para exigir a este Gobierno la regularización inmediata de los trabajadores inmigrantes, la derogación de la ley de extranjería, y la demolición de esos campos de internamiento que son los CIEs.
Aquellos que tanto se lamentan de los avances de la extrema derecha deberían alegrarse de esta demostración de fuerza que ha obligado a Trump a esconderse en el bunker de la casa Blanca, y que ha recorrido masivamente las principales ciudades de Europa y el barrio de Salamanca en Madrid. ¿O acaso está muy bien manifestarse por el mundo, y elogiar estas demostraciones en Twitter, Facebook y en las columnas periodísticas, pero cuando se producen en nuestro país no hay otra opción que condenarlas o descalificarlas?
A un sector de la izquierda que aboga por la paz social y la colaboración de clases no le gusta este tipo de movilizaciones. Bien. Pero eso no le da ningún derecho a criminalizar nuestra protesta y hacer el juego a la reacción con argumentos malintencionados. Por nuestra parte seguiremos luchando y gritando: ¡Basta ya de violencia policial! ¡Nativa o extranjera, la misma clase obrera!
Comentarios
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