Asistimos estos días a un casi escatológico debate en la derecha y el PSOE del centro de España (sic) sobre si es Pablo Iglesias quien manda sobre Pedro Sánchez o, por el contrario y como indican los cánones, es el presidente quien gobierna al vicepresidente. Todo ello, porque EH-Bildu ha decidido no poner palos en las ruedas en los primeros presupuestos del Estado después de Cristóbal Montoro (d.CM.) y el líder de Podemos lo ha elogiado y achacado al nuevo rumbo en la dirección del Gobierno progresista para reformar el Estado. Pero fue mencionar al "Estado" y venírsenos encima los cuatro jinetes del Apocalipsis envueltos en la rojigualda.
Iglesias apuesta por que este giro de timón se haga con todos las fuerzas políticas que apoyaron la investidura de Sánchez (y pidieron y avalaron un Gobierno de PSOE y Unidas Podemos al tiempo que censuraban una coalición entre los socialistas y Ciudadanos) y no oculta su satisfacción por que la izquierda abertzale haya accedido finalmente. No se trata únicamente, por tanto, de que el vicepresidente apueste por quienes apoyaron la investidura, sino también por quienes no demonizaron ni trataron de boicotear su presencia y la del partido morado en el Ejecutivo.
De ahí, de los gestos de fuerza (y júbilo indisimulado en redes) de Iglesias, a que el presidente sea una marioneta de Unidas Podemos hay un trecho, y a poco que se haya seguido la trayectoria de Sánchez, con todas sus versiones y todas sus contradicciones (de las que, por cierto, no se salva ni un solo dirigente político en este país, y a las hemerotecas me remito), se desmonta el rasgado de vestiduras de Aznar y sus subordinados.
La última versión del secretario general del PSOE, tras una repetición electoral catastrófica que dio a la ultraderecha de Vox 52 escaños en el Congreso, comenzó al admitir que sin Unidas Podemos, nada. Que su penúltima faceta centrista (alabada por quienes hoy vomitan sobre el pacto con Bildu -sí, "pacto"-), tratando de arrinconar a Iglesias y atraerse al Rivera de Colón (hoy letrado del PP), había fracasado igual que la intención de gobernar del tripartito de la derecha. Culminada entonces la transformación más progresista de Sánchez, la única que le permitiría acceder al poder, solo quedaba encajar a Unidas Podemos en el proyecto (su proyecto) de transformación del país: puesto que el Gobierno sería de izquierdas, muchos de esos dogmas intocables que comparten PSOE y PP de sus añorados tiempos de alternancia en el poder empezarían a ser cuestionados si el PSOE -y sobre todo, su secretario general- pretende una legislatura duradera: la unidad de España, el antinacionalismo disidente, la tradición católica, la monarquía, la tauromaquia o el castellano homogeneizador... Sánchez, no obstante. no contaba con una pandemia que iba a reforzar su estrategia, sobre todo, en lo que respecta a la ley más importante para los gobiernos: los presupuestos generales del Estado.
Que Iglesias, por tanto, celebre con cava catalán (o vasco), mucha espuma y demasiado ruido el contundente apoyo inicial al plan de presupuestos del Gobierno por parte de ERC y Bildu no significa que Sánchez no acaricie sonriente a su gato en el despacho presidencial, ni mucho menos. Lo hace mientras quienes pidieron/imploraron un pacto con Ciudadanos, lo echaron de Ferraz y trataron de torpedear su candidatura (la segunda) a líder del PSOE protestan. "Supongo que rechazarán la parte que les corresponda de los presupuestos si Bildu o ERC culminan su apoyo al plan", concluye un destacado dirigente socialista.
Esta lógica aplastante, que deja en pelotas el pueril debate en la derecha sobre quién manda aquí en medio de una dinámica habitual en todo gobierno de coalición en España y en Europa, no ahuyenta sin embargo el temor que sentimos los demócratas de largo alcance ante el que se ha demostrado estos 40 años el auténtico poder del Estado, ahora ejercido con mayor virulencia por serle más las disidencias y sentarse la mayoría en el Consejo de Ministros.
El Poder Judicial manda más que el Ejecutivo (en las últimas horas, sin ir más lejos, el Tribunal Constitucional avaló una de las leyes más antidemocráticas y antidisidencia de la derecha, la ley mordaza). La Corona manda más que el Ejecutivo, blindada como está en la Constitución para sobrevivir a los desmanes (supuestos) del rey emérito y a la complicidad de su real familia (presuntísima como las amantes de Juan Carlos I, naturalmente). Da lo mismo cuántos partidarios sume un reférendum sobre la forma del Estado. no digamos los/as de la república. ¿Y si Sánchez no se enfrenta a este dogma clásico del bipartidismo y deja hacer a Unidas Podemos contra el rey porque sabe que solo hechos más excepcionales y revolucionarios que los vividos en esta democracia frágil conseguirían tumbar la columna vertebral del régimen del 78, la Corona impuesta?
Sumen al judicial y al monárquico el poder católico, que hará lo imposible desde hoy por frenar una ley educativa pública y laica, entre otros derechos y libertades; añadan el tejido empresarial postfranquista y ya tenemos la tarta completa de la Transición.
Ejecutivo y menos de la mitad del Legislativo frente a Judicial, monárquico y financiero; frente a lo "atado y bien atado".
Y nos dicen que si "Sánchez o Iglesias"... Claro.
Comentarios
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