Este martes comenzamos las excavaciones arqueológicas en el principal lugar de memoria del franquismo. El objetivo: investigar los espacios donde vivieron los presos y sus familiares durante la construcción del monumento. Sabemos que los reclusos vivieron en barracones en tres poblados, cada uno asociado a una de las empresas constructoras del Valle de los Caídos (Banús, Molan y San Román). Sabemos, también, que sus familiares comenzaron a acompañarlos de forma eventual o permanente. Y que vivían en chabolas que construían los presos, con ramas y piedras, en su tiempo libre. Sabemos que en las chabolas se celebraron reuniones políticas, nacieron niños y niñas y se velaron cadáveres—lo cuenta el periodista Fernando Olmeda.
La excavación arqueológica de las chabolas y barracones es parte de un programa más amplio de resignificación del Valle de los Caídos emprendido por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática y del que forman parte el traslado de los restos de Franco (llevado a cabo en octubre de 2019), la próxima exhumación de víctimas enterradas en las criptas a petición de sus familiares, y el cambio en el régimen jurídico del monumento contenido en el Anteproyecto de ley de Memoria democrática que pronto llegará la parlamento para su debate, entre otros.
El objetivo es transformar un espacio de memoria franquista en un espacio de memoria democrática que desborde el discurso de la dictadura, que aún domina su percepción pública, y construya un nuevo relato que explique por qué fue concebido y construido, y por qué es indispensable su transformación en una herramienta pedagógica sobre la guerra y el franquismo en clave democrática.
Pero, ¿excavar el Valle? ¿Por qué? La pregunta es lícita y viene de diversos puntos del espectro político. Para muchos conservadores y para toda la ultraderecha, el Valle—como el franquismo en general—no hay que tocarlo. Para una parte de la izquierda, sí, pero solo para dinamitarlo. El riesgo de no tocarlo es claro: equivale a dejar vigente el relato franquista. Porque el Valle de los Caídos es, entre muchas otras cosas, un relato. Y un relato particularmente efectivo, porque es monumental y sobrecogedor, porque apela a la emoción y no a la razón, porque deja en suspenso la historia y construye en su lugar un mito—que sublima la guerra y la dictadura. Pero el riesgo de borrarlo de la faz de la tierra es también grande, porque borrar y olvidar suelen ir de la mano.
Excavar es una forma de hacer memoria. De sacar a la luz y hacer público lo que ha permanecido oculto, bien porque resulta incómodo, bien porque no se considera importante. La vida de quienes construyeron el Valle y de los familiares que les acompañaron se encuentra a medio camino entre la categoría de lo incómodo y lo carente de importancia. Desde hace décadas la arqueología estudia la vida de la gente que no importa. Lo hace para demostrar que sí importa, porque en una democracia importamos todos. Y quienes han sufrido explotación y olvido merecen un recuerdo especial.
Excavar es una forma de conocer. Nos dicen que hay mucha información sobre el Valle, para qué excavar. Y yo les respondo: no hay tanta. Hemos escudriñado los archivos. No hay apenas datos sobre las chabolas, sobre los poblados de chozas que emergieron junto a los barracones, sobre las mujeres y niños y ancianos. No hay tanta información sobre lo que no importa. Y mi experiencia en arqueología contemporánea me dice que suele existir una enorme diferencia entre lo que afirman los documentos, cuando los hay, y la realidad sobre el terreno. Más en el caso de las dictaduras, que tergiversan por sistema la realidad.
Excavar es un acto transformativo. Porque el Valle lleva 80 años siendo un espacio sacro y sublime, intocable. No hay ningún lugar tan complicado en España. En democracia no debería haber nada intocable y menos que nada el legado de una dictadura. Excavar el Valle es un acto transformativo porque pone en jaque su carácter intocable. También lo es porque subvierte las prioridades: enfrentaremos la arquitectura totalitaria, que es lo único que ahora se visita, con la realidad humilde de las chabolas y los barracones que el régimen se encargó de demoler y enterrar.
Transformar la arquitectura de la dictadura —la física, la ideológica y la jurídica—es una labor compleja pero imprescindible en una democracia. Los obstáculos a los que se enfrenta cualquier iniciativa que trata de deconstruir el Valle son tan colosales como el propio monumento. Nosotros empezaremos en breve nuestra particular labor de desmontaje. Con pico y pala. Como los presos que lo construyeron.
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