Dominio público

Ponga un corrupto en su mesa

Ana Pardo de Vera

Hubo un tiempo en que Nicolas Sarkozy era el líder indiscutible de la Unión Europea. Durante su Presidencia en Francia (2007-2012), su personalidad carismática, agrandada por la autoestima innata de cualquier político de la República Francesa, se la disputaban en todos los países miembros. Es imposible olvidar la pompa de la visita de Estado de Sarkozy y su mujer Carla Bruni a España en 2009, con José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa, Juan Carlos I en La Zarzuela y Felipe VI, aún príncipe. Visita a unos, a otros, recepción de las Cortes, comidas, cenas, aplausos institucionales por todos los lados... Sarkozy, autor junto al docto George Bush Jr. del concepto más vacío del siglo XX, la "refundación del capitalismo", era -y es- nuestro Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro francés, por obra y gracia de Juan Carlos I en 2011. El emérito y el exalcalde, exministro y expresidente de Francia se entendían a la perfección, por razones que tal vez se nos escaparon entonces.

Hoy, Sarkozy es un expresidente de la República Francesa condenado por corrupción, en concreto, a tres años de cárcel, de dos que se librará y uno que tendrá que cumplir, probablemente, fuera de la prisión y con control telemático. Además, el brillante político -que lo es y no abundan- tiene otras causas abiertas: por un lado, el llamado caso Bygmalion de presunta financiación ilegal de su campaña para la reelección en las presidenciales de 2012, que perdió frente al socialista François Hollande, la antítesis de Sarkozy. Por otro lado, al exmandatario galo se le acusa de haber recibido varios millones de euros del régimen libio de Muamar el Gadafi para pagarse la campaña de 2007.

La derecha francesa lo sigue defendiendo, lo consideran un referente, aunque el entusiasmo se va apagando cada vez más a la vista del negro futuro de Sarkozy, al que los jueces no dan tregua, a mayores, con duras palabras hacia quien, según la sentencia condenatoria, chantajeó a uno de los suyos con un cargo -que aceptó pero no ocupó-  para conseguir favores en sus otras causas judiciales. Lo que se dice corrupción de la buena o "un pacto de corrupción", como lo denominó la Justicia gala.

Parecería que no hay brillantez ni carisma que libre a Sarkozy del olvido forzoso entre los políticos de Europa, pero en el Partido Popular de España han decidido que al expresidente francés hay que admirarlo como es, corrupto y todo. Total, lo que se valora es su gestión, que esté condenado es lo de menos, han argumentado este jueves en la calle Génova -que el PP sigue habitando- cuando se presentó la Convención Nacional que el partido de Pablo Casado celebrará en octubre en un lugar tan emblemático para el PP como Valencia.


El exjefe del Estado francés es uno de los invitados estrella para este cónclave, y hay que reconocer que el cuatrinomio "PP-Valencia-Sarkozy-corrupción" es difícil de mejorar. La cuestión, sin embargo, no es anecdótica y revela un poso de pensamiento muy preocupante. Cierto que muchas ya lo sospechábamos con el pasado judicial del PP, pero tanto descaro resulta incluso desconcertante: da igual lo que robe usted mientras su gestión -hablaremos de las políticas antimigratorias xenófobas de Sarkozy otro día- y su discurso nos parezcan óptimos. El Partido Popular argumenta que desconocían la condena de Sarkozy cuando lo invitaron a la Convención y cómo van a darle el disgusto ahora de rechazarlo en tan elevado acontecimiento. Rodrigo Rato aún debe de estar esperando la invitación al plenario popular: él fue presidente del FMI con rango de jefe de Estado, el "milagro económico español" y muchas cosas más, entre otras, un corrupto de pedigrí. Sería una grosería hacerle ese feo.

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