El triunfo de los socialdemócratas en Alemania o la izquierda en Noruega dibujan un cambio de ciclo en el viejo continente. La calificada como eterna crisis de la socialdemocracia choca contra una nueva realidad en Europa que deja atrás las viejas recetas de austeridad y reducción del gasto público.
Tras ocho años en la oposición, el bloque de centro-izquierda en Noruega logró el triunfo en las elecciones del 13 de septiembre. La victoria del laborista Jonas Gahr Store ha puesto fin al Gobierno de centro-derecha en Oslo y, sumada al resultado electoral en Islandia el pasado sábado 25 de septiembre, dibuja un mapa de Gobiernos progresistas en los cinco países nórdicos por primera vez en sesenta años.
El triunfo del SPD en Alemania, en un contexto pospandémico y con el fin del hiperliderazgo de Angela Merkel, explica en buena parte el éxito de un candidato como Olaf Scholz, que ha sabido captar votantes moderados ofreciendo continuidad —es el actual Vicecanciller y Ministro de Finanzas—, gestión y un proyecto socialdemócrata reconocible. Esto le ha servido para protagonizar una remontada inimaginable hace escasos meses, cuando el SPD era tercero en las encuestas y rozaba el 15% de los votos. Aunque no ha sido capaz de conectar con los votantes más jóvenes, entre quienes los Verdes son primera fuerza. Si el líder del SPD logra convertirse en canciller —necesita pactar con Verdes y Liberales o liderar una nueva Gran Coalición—, supondrá la vuelta de un socialdemócrata a la Cancillería alemana desde 2005.
La gestión de la Gran Recesión de 2008 estuvo marcada por las medidas austericidas y por una impotencia sobrevenida de una socialdemocracia incapaz de ofrecer un modelo de gestión alternativo con tintes transformadores. Esto cambió tras la respuesta a la pandemia y sus consecuencias económicas. En este contexto, el laissez faire y el individualismo promulgado por la derecha han perdido empuje.
La crisis sanitaria evidenció la necesidad de un Estado con capacidad suficiente para intervenir y hacer frente a la vulnerabilidad de sus ciudadanos a la vez que proporcionaba servicios públicos de calidad. A esto se suma una importante presencia en la agenda política de temas como la renta mínima, la transición ecológica, una fiscalidad justa o la lucha feminista, aunque los nacionalismos y los repliegues estatales ante el mundo globalizado sigan presentes.
La vuelta a la idea clásica de articular alianzas entre miembros de distintos grupos sociales con el fin de evitar la coacción de tipo económica en las acciones individuales. En la actualidad, la socialdemocracia debe construir nexos entre la clase trabajadora, el precariado y la menguante clase media.
En este marco se ha movido el propio Scholz, centrando la campaña de su partido en torno a la idea de «respeto». Precisamente, un respeto en clave social para todos aquellos sectores ninguneados y perdedores de la actual coyuntura económica y productiva que demostraron ser esenciales durante la pandemia. Un mensaje valiente en medio de propuestas reaccionarias o nostálgicas que busca la respuesta a dar en el presente y no en el pasado a través de un reconocimiento que debe traducirse en oportunidades con el objetivo de eliminar las brechas sociales existentes. Así lo demostraba su programa electoral, en el que defendía una pensión mínima estable, salario mínimo de 12 euros la hora y alquileres asequibles.
No es que los socialdemócratas estén recuperando el esplendor electoral de antaño, pero lo que sí han logrado es volver a liderar Ejecutivos en unos sistemas de partidos que se han transformado en las últimas décadas. Este cambio ha estado protagonizado por la inclusión de nuevas ofertas electorales y marcos discursivos. No solo los socialdemócratas se han visto obligados a competir con formaciones de izquierda radical o formaciones verdes, también los conservadores están dirimiendo su propia contienda frente a la derecha radical.
Es lo que ha ocurrido también en España, donde el PP compite con Vox y el PSOE terminó conformando con Unidas Podemos el primer Gobierno de coalición desde la restauración de la democracia. Ya no se trata de lograr amplios respaldos, sino de liderar amplias mayorías parlamentarias que permitan aplicar programas progresistas y ampliar el Estado del Bienestar.
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