Resulta, dice el CIS, que Yolanda Díaz es la líder mejor valorada del campo político. No acaba ahí la cosa: supera a Pablo Casado en el orden de preferencia en cuanto a quién debería ocupar la Presidencia del Gobierno, sólo por debajo de Pedro Sánchez (y no a tanta distancia). Con la entrada de noviembre empiezan a oírse algunas voces: algunos hablan de fondos europeos, compromiso con Europa y reforma laboral ya pactada. Otros, directamente, como renacidos de la ultratumba, consideran que es un peligro (¡más de lo que lo era Pablo Iglesias!) para España y para Sánchez, una amenaza pública; "la Pasionaria del siglo XXI", dicen las páginas del corazón de periódicos de derechas, capaces de describirla como una "predicadora hipnótica y coquetona".
Espinosa de los Monteros declaró, con tono de machista apoyado sobre barra de bar, que considera a Díaz "una lideresa muy dulce, muy agradable, de un tono muy atractivo". Según convenga la vicepresidenta y ministra de Trabajo es o no es el diablo vestido de Prada. Hace unas semanas no convenía, pero hace unos días, con los vientos de noviembre, se activaron los argumentarios. Hoy se insiste mucho en su peligrosidad... aunque no la aparente, ni tampoco la mayoría del electorado que podría votar por ella se la crea.
¿Cómo suceden estas cosas? Un periódico publica una supuesta noticia sobre cómo "ministros consideran que Yolanda Díaz es más peligrosa que Pablo Iglesias para el Gobierno". Una vez se entra dentro de la noticia, la pluralidad de esos ministros desaparece, siendo sustituidos por "fuentes cercanas a Nadia Calviño", capaces de hablar por todos los compañeros de Gobierno. El rifirrafe ya es conocido. Las tensiones entre Economía y Trabajo, como ha comentado Joan Coscubiela, son más o menos normales. Utilizar los medios de la derecha para airearlas implica escoger tonalidades diferentes. Hagan el siguiente ejercicio: cuando escuchen la palabra "peligrosa", sustitúyanla por "operacional". Cuando oigan a alguien decir que Yolanda Díaz tiene "mucho peligro electoral", no se crean que habla de lo que sería bueno para el país o para la gente, sino de lo que sería bueno exclusivamente para ellos en tanto que partido.
¿Quién teme a Yolanda Díaz? ¿Y para quién supone un peligro? No la temen en la Unión Europea, donde su proyecto de reforma laboral, como publica en este periódico María G. Zornoza, es perfectamente asumible. Tampoco puede temerla esa misma ciudadanía que la considera la política mejor valorada en un momento en el que la clase política se ha convertido en una preocupación. Digamos que hay otras resistencias. Algunas tienen que ver con cálculos electorales, desde luego, pero en sus imaginaciones ni siquiera se vislumbra aún volver a hablar de sorpassos.
Que la plataforma de Díaz obtuviera un muy buen resultado implicaría una atadura a la flexibilidad del PSOE y al poder del ala socioliberal del Gobierno. El PSOE no quiere inmolarse, claro, y comprende que no volverá la larga marcha de gobiernos unipartidistas, pero tampoco desea que el proyecto de Díaz fluya demasiado, por miedo parcial a que alguna de sus almas no tolere que, por una vez, y encima estando en el Gobierno, venza la otra. Tampoco quiere que sus conquistas parezcan suyas.
En ese gesto se exhibe una debilidad, fruto de haberse dado cuenta muy tarde de las piezas que estaban en juego y del valor de sus fuerzas. Adriana Lastra, cuando declara que se derogará la reforma laboral y que será el PSOE quien lo consiga, exhibe su punto débil: la derogación de la reforma laboral del Partido Popular es perfectamente identificable con Yolanda Díaz. Y la ministra de Trabajo tiene una excelente relación con los sindicatos que abanderan esa derogación. Las declaraciones triunfantes de Lastra son, en el fondo, una victoria para Díaz. También un intento desesperado de un PSOE poco acostumbrado, en los últimos tiempos, a cometer tales errores. El ejercicio del poder lleva, de vez en cuando, a subestimar a los rivales.
Los aspavientos son un signo de miedo. Quizá convendría desgranar taxonómicamente los motivos que provocan esos temores: por ahora, entre los identificables, está, en el caso de algunos, la perspectiva electoral. Que la suma obligue a gobernar para la mayoría social. O que al Gobierno no le tiemble el pulso más de la cuenta ante la CEOE y sus portavoces internos. Que la izquierda revalide en 2023, sabiendo que no podrá hacerlo sin un éxito, al menos relativo, de Díaz. Y aquí encontramos una curiosa entente entre quienes temen, aunque lo hagan por motivos distintos.
También tienen sus miedos quienes se aferran a esencias identitarias de sus partidos y marcas electorales, o quienes piensan más en las cuotas de poder a negociar que en la perspectiva de un futuro. O quienes ejercen desde púlpitos su tutela y proyectan palabras no dichas con tal de no caer en la irrelevancia. Pero de esos hablaremos más adelante, en otra ocasión. Lo importante, hoy, es el miedo, al menos en el caso de Adriana Lastra (o sea, de al menos una parte del PSOE), y es fundamental el miedo que aún no se expresa, es el primer signo de las victorias. Algo ha vibrado estas semanas en la política española. Hay muchas condiciones para que el proyecto de Díaz se despliegue, pero ya son evidentes algunas fundamentales. Necesita que llegue a buen puerto su reforma laboral. Esta, aunque no lo parezca, quizá sea de las más fáciles, porque a casi todos les conviene. Habrá teatro, pero en teatro quedará. Una segunda, también importante, es que los hechos permitan a la gente permanecer incrédula ante la demonización. Que se cuiden los temerosos de no exagerar sus temores hasta convertirlos en fantasías y delirios claramente identificables.
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