Dominio público

El republicanismo catalán al lado de Izquierda Castellana

Joan Tardà i Coma

El republicanismo catalán al lado de Izquierda Castellana
Varias personas con una pancarta en la que se lee: 'Sin libertad no hay democracia, no a la ilegalización de la izquierda castellana', participan en una protesta de Izquierda Castellana, en la Audiencia Nacional, a 14 de diciembre de 2021, en Madrid, (España).- Jesús Hellín / Europa Press

Escribo estas líneas después de haber procedido a firmar -conjuntamente con un buen número de cargos electos, diputados y senadores en ejercicio, así como miembros de la dirección y del gobierno de Catalunya, todos ellos afiliados a Esquerra Republicana- un manifiesto de solidaridad hacia Izquierda Castellana. Un acto de apoyo que, por imprescindible, denota la excepcionalidad en cuanto al respeto a las libertades en la que andamos instalados. Que  a estas alturas un partido político democrático, nacido en el año 2000, se encuentre a las puertas de su ilegalización y que todo ello surgiera bajo el amparo del ministerio del Interior aprovechando la existencia de una irregularidad de cariz administrativo que hubiese podido ser corregida a no ser por los errores de la misma administración, debería encender todas  alarmas.

Si bien ha existido una corrección por parte de la fiscalía y de la abogacía del Estado, lo cierto es que ésta llegó cuando quienes lo provocaron ya habían cubierto el objetivo. Ciertamente, vivimos tiempos de anomalía democrática que, desgraciadamente, van adquiriendo cariz de normalidad al amparo de la negativa de la socialdemocracia española de derogar o reconvertir, mediante el cumplimiento de lo comprometido, la legislación restrictiva de derechos promovida por el PP, proceder a la renovación del sistema judicial, así como de impulsar un proceso suficientemente regeneracionista como para poder homologar el modelo español al de otras sociedades de nuestro entorno.

Damnificados por una absoluta agresión a las libertades  por parte de unos y por la dejación, cuando no rendición, de otros,  la realidad adquiere categoría de amenaza creciente y de regresión  incuestionable a través de  la penetración de las ideologías de matriz totalitaria, la criminalización del librepensamiento, la banalización del principio democrático y la  ocupación de mayores espacios de poder por parte de la ultraderecha.  Al pairo de este retroceso,  el  sistema democrático español, lejos de fortalecerse  para encarar los retos actuales que demandan más y mejor democracia,   continúa transitando hacia la degradación. Decadencia preocupante por cuanto, ya de origen, adoleció de calidad puesto que  fue alzado con los materiales de derribo producto del pacto con el franquismo  en los años de la Transición, a diferencia de la democracia europea construida  con los materiales nobles obtenidos en la victoria sobre el  nazismo. Democracia frágil, pues,  que no ha encontrado corrección y, por ende, condenada al deterioro.  Valgan como ejemplos paradigmáticos la corrupción sistémica que alcanza también la institución monárquica, un reparto de influencias  substitutivo de la verdadera separación de poderes propia de una democracia madura  o la misma incapacidad, más allá de la represión,  para  metabolizar la demanda expresada desde Catalunya con el denominado procés.

Tarde o temprano, pues,   Izquierda Castellana tenía que convertirse en objetivo de la reacción. Vaya por delante que desde el republicanismo catalán sólo existe admiración para con esta formación política. Reconocimiento a unas siglas  no sólo por su ideario y por los innumerables actos  de apoyo y solidaridad hacia Catalunya y hacia el soberanismo catalán, sino también agradecimiento a sus mujeres y hombres, cuya praxis política no daba lugar a ningún atisbo de contradicción respecto al marco ideológico preconizado. Y para muestra la añorada  Doris Benegas, persona destacada de la organización a quien conocí en encuentros del Foro de Sao Paulo en donde tejía relaciones fraternales y de complicidad con los movimientos sociales. De ella  siempre habíamos recibido el mismo mensaje: "nuestro internacionalismo –nos decía- no se ejerce exclusivamente más allá de las fronteras españolas, sino que alcanza también a  los pueblos y las comunidades nacionales dentro del Estado español". Y así fue, desde Valladolid, donde era tan querida en los barrios más populares, siempre nos llegó  un relato y un compromiso político que adquiría una enorme relevancia  en tanto en cuanto surgía de la Castilla comunera y popular víctima de la Castilla acuñada históricamente por los poderes dominantes: conquistadora y españolarizadora.

Y  todo ello el republicanismo catalán lo tiene presente. Es más, lo manifestamos:  Izquierda Castellana estuvo con nosotros en la histórica manifestación madrileña de solidaridad para con las personas presas y exiliadas, de igual manera que meses antes, en el Teatro de Barrio, a cuenta de ellos también, y a pocos días de la celebración del referéndum, los allí presentes, catalanes y castellanos, vivimos un instante de fraternidad que difícilmente podrá olvidarse.    Sin complejos y enarbolando un discurso innovador y desacomplejado que desbrozaba el  camino de la necesidad de iniciar procesos deconstituyentes en el marco plurinacional del Estado español que pusieran   en jaque, en un cul-de-sac, los intentos de blanquear la incapacidad manifiesta del Régimen del 78 para encarar los retos del siglo XXI.

Izquierda Castellana no  es víctima pues de un acoso  anecdótico, sino que es objeto de un proceso de criminalización por proclamar que otra Castilla es posible, por atreverse a liderar movilizaciones de reivindicación republicana, como es el caso  de la convocada  el mes de octubre de 2014  que comportó que su secretario general, Luís Ocampo, fuese llevado ante los tribunales.  Razón por la cual sufrieron acosos policiales y de grupos fascistas. Se pretende con la ilegalización matar la simiente  de un republicanismo castellano que se rebeló  ante el erial impuesto por la victoria ideológica de la derecha neofranquista madrileña y ante la pasividad de una izquierda,  que  empezó por renunciar (permítaseme el ejemplo y sólo a manera de metáfora) a impedir el cambio de nombre de un centro educativo madrileño  que hasta hace poco llevaba el nombre del presidente Azaña para acabar no sintiéndose interpelada ante el atropello a las libertades que comporta la ilegalización de un partido democrático.

Que la buena gente de todas partes hoy nos sintamos al lado de los compañeros y compañeras de Izquierda Castellana y compartamos la denuncia de su situación significa que, a pesar de todos los sufrimientos y desasosiegos, no nos han vencido.

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