Durante la Junta Directiva Nacional de este martes, Isabel Díaz Ayuso dio la campanada frente al auditorio del PP, donde salvo Teodoro el Terrible, todavía se dieron cita excasadistas y traidores junto al resto de dirigentes del partido, incluidos senadores, diputados, cargos orgánicos, autonómicos o provinciales, además del todavía presidente del Partido Popular, un Pablo Casado herido de muerte con la peor de las puñaladas: la deslealtad. Hay políticos/as veteranas que dicen que en política es normal esa deslealtad, pero yo me niego a aceptarlo: la lealtad debe ser un valor inherente a la política, ejemplarizante y sanador. Un partido que se presenta como desleal con los suyos, ¿de qué no será capaz con los y las ciudadanas?
El discurso de la presidenta de la Comunidad de Madrid recibió un aplauso tibio, ni siquiera de todos los asistentes, que incluso la criticaron en privado, sin que a ella le importara lo más mínimo en su afán de montar un relato trágico de victimismo en mayúsculas, comparándose con un referente añejo del PP como Rita Barberá, que falleció después de que su partido le diera la espalda. Como a Casado, no como a Ayuso, pero rodeada de corrupción y derrotas electorales en la Comunitat Valenciana, uno de los grandes focos de la inmoralidad del PP.
Que echen a todos los que no hicieron otra cosa que confirmar las informaciones periodísticas que ya habían denunciado el negocio del hermano Tomás con dinero público madrileño, mucho antes que Casado y Egea, pidió Ayuso. Que los echen a todos, digo yo, no vaya a ser que sigan ensuciando su mandato con su propia porquería: legalidad versus decencia, la asignatura pendiente en la política española.
Mientras el resto de dirigentes que tomaron la palabra en la Junta del PP, aparte de Casado, se esforzaron por apelar a la unidad y a la necesidad de abrir una nueva etapa cuanto antes, la presidenta madrileña hizo una exhibición de fuerza con sus votos y se los escupió a la cara al auditorio en un gesto de altanería infantil e inexperto. Francisco Camps, por recordar a alguien vinculado muy estrechamente a Barberá, ganaba elecciones a porrón y hoy sigue lidiando con los tribunales y la indiferencia de su partido, pese a que la cuestión de los "cuatro" trajes pagados por la Gürtel quedó en los anales de la legalidad y la indecencia simultáneas, de la antipolítica.
Ayuso sabe que el tema de los negocios de su familia con la Comunidad de Madrid le ha dejado tocada y ya empieza a repartir culpas por lo que pudiera pasar en mayo de 2023, fecha de las elecciones autonómicas y municipales. Ni siquiera sabemos si el asunto se le va a complicar aun más, por ejemplo, con extrañas firmas a mano sin código de verificación en las adjudicaciones a la empresa de la que cobró suculentamente su hermano y que denunció este martes El Diario.es. Por eso, quizás, hay prisa en echar a los malvados que han puesto en duda su "honorabilidad" y la de su familia, pobre familia...
García Egea ha sido bautizado por toda la prensa de derechas como Teodoro el Terrible este fin de semana y Ayuso cree que todavía puede hacerle daño a ella. La ausencia del exnúmero dos en la Junta del PP ha sido calificada como "inquietante" por varios de los presentes. Las fuentes del partido, quizás algunas con mala conciencia, se pusieron de acuerdo el sábado para llamarle de todo menos bonito en los periódicos del domingo y concentrar en él la responsabilidad de una hecatombe en el partido que es imposible que ejecute una sola persona por muy malvada e inteligente que sea. El PP de sólidos cimientos de los que tanto alardean sus popes no puede venirse abajo del modo en que lo ha hecho porque su secretario general sea un Lucifer de Jumilla.
La presidenta de Madrid ha lanzado el primer aviso a quien será el sucesor de Casado por aclamación, Alberto Núñez Feijóo, al pedir que expulsen del PP a los responsables orgánicos de investigar su nepotismo, es decir, como mínimo, a Casado y a Egea. Parece difícil que Feijóo ejecute semejante venganza con quienes, al final, estuvieron a punto de hundir al Gobierno de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz torpedeando la reforma laboral. Y cuánto habrían cambiado las cosas.
La vorágine de la política en estos tiempos hace difícil tomar decisiones a corto plazo; el barón gallego prefiere las luces medias y largas, así como las emociones contenidas, buenas o malas. El discurso de Ayuso tuvo que chirriarle en el alma, pero la apoyará sin matices mientras la madrileña mantenga su poder electoral, que es, en definitiva, lo único que importa en el PP. El presidente de la Xunta es muy consciente que desde la prensa afín a Ayuso -y al dinero de la Comunidad de Madrid- empieza ya a abrirse la crítica a su presunto "nacionalismo" gallego (parece un chiste, pero lo dicen) y ese deseo de "descentralizar" el partido a imagen y semejanza de la propia España, que no es la España de Madrid. Feijóo puede pasar de bondadoso a malvado en dos ejemplares de prensa y dos telediarios madrileños, ése va a ser su talón de Aquiles en la capital.
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