Dominio público

Putin no lo hizo solo: complicidades

Ruth Ferrero-Turrión

Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM

Putin no lo hizo solo: complicidades
El presidente ruso, Vladimir Putin, da la bienvenida a la secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, durante la Cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Vladivostok, Rusia, el 8 de septiembre de 2012.MIKHAIL METZEL / AFP

Hace 13 días que comenzó la invasión rusa de Ucrania. Desde entonces son muchas las preguntas y muy pocas respuestas nos convencen. Una de estas preguntas es la que se refiere a la figura de Putin. Proliferan estos días los documentales en todas las televisiones sobre el origen, evolución política, amistades, negocios e incluso perfiles psicológicos del líder ruso. Pareciera como si el conocimiento en profundidad de su biografía o los rasgos de su carácter a través de su grafía se pudiera comprender las razones por las que ha llegado a atravesar las líneas rojas de la guerra en un movimiento sin retorno.

El próximo día 6 de abril se cumplirán treinta años desde el comienzo de la guerra en Bosnia-Herzegovina. Unos meses antes, el conflicto se había desatado en Eslovenia y Croacia. Entonces como ahora se intentó dibujar el perfil de Milosevic, también se realizaron documentales biográficos y se analizó su personalidad en profundidad. El objetivo fue el mismo, intentar desentrañar lo que pasa por la cabeza de un líder transformado en tirano.

En ninguno de estos casos, ni tampoco en los de Hitler o Stalin, será posible encontrar razones suficientes que ayuden a explicar el porqué de la guerra puesto que las atrocidades no hubieran podido ser cometidas sin el concurso de muchos más actores.

De cara a nuestras conciencias quizás sea más sencillo intentar focalizar en la mente sociópata del líder la causa de todos los males. Obviamente, parece claro que el único responsable de que hoy haya una guerra en Ucrania es la decisión política adoptada por Putin. Sin embargo, no está tan claro que en su ascenso y consolidación en el poder en el Kremlin no haya sido necesaria la asociación con otros actores nacionales e internacionales. Como en todo conflicto, las causas son multifactoriales.

Recordemos la llegada al poder de Vladimir Putin como el candidato designado por Boris Yeltsin para su sucesión al cargo de la Jefatura del Estado de la Federación Rusa. En aquel momento Rusia es una República presidencialista con una constitución (1993), redactada de la mano de Yeltsin, donde se reforzaba el poder del presidente con un control absoluto de la política interior y de la política exterior. Sobre el papel comenzaba el proceso de democratización de Rusia, pero en realidad lo que se comenzaba a construir era un régimen personalista y con múltiples rasgos autoritarios. Y todo ello con la connivencia de los regímenes occidentales europeos y norteamericano que daban la bienvenida al club a una nueva democracia. Una nueva democracia que no lo era tanto.

Es en ese contexto de amistad mutua cuando se negociarán los procesos de adhesión a la OTAN de Hungría, Polonia y la Rep. Checa. Estos países querían integrarse en las estructuras atlánticas por un doble motivo. Primero por el temor a Rusia ya que todavía resonaba en la memoria histórica de sus poblaciones el Budapest 1956, la Praga 68 y los acontecimientos de marzo en la Polonia de 1968. Pero también porque la adhesión a la OTAN se convertía en un paso previo para la incorporación a la Unión Europa. Merece la pena recordar, una vez más, que la recomendación desde las autoridades atlánticas fue que estos países pidiesen la bendición rusa para tal incorporación, y así se hizo. De este modo, quedaba legitimada la ampliación de esta organización militar. Unos años más tarde, en 2004, ya con Putin en el poder, también se sumarían Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia.

Fue este periodo la época dorada de las relaciones entre Rusia y occidente. Putin, como Yeltsin era recibido y apoyado por los líderes occidentales. Fue esta la época de los atentados del 11S (2001), de la guerra contra el terror de Bush, de la invasión de Afganistán (2001) e Iraq (2003), y también de la segunda guerra de Chechenia (1999-2009).  La época de los halcones, de las guerras ilegales, de las vulneraciones de derechos humanos y del silencio cómplice de todos los gobiernos. Nadie dijo nada ante las atrocidades cometidas en Grozni por el ejército ruso. No hubo grandes protestas ante el asesinato de Anna Politkóvskaya en 2006. Putin era un aliado esencial para lucha contra el terrorismo internacional y poco importaba que poco a poco su régimen se fuera convirtiendo en una autocracia.

Además, en el ámbito interno, las redes clientelares se iban afianzando y los famosos oligarcas de los que hoy todo el mundo habla amasaban sus grandes fortunas y se instalaban en países europeos con Reino Unido o España en la Costa del Sol.  En el año 2003 un multimillonario Román Abramovich compraba el Chelsea, lo rescataba de la ruina, pagaba sus deudas y fichaba a estrellas de fútbol. Invirtió para ello 165 millones de euros y más de 2000 millones en jugadores. Los londinenses estaban encantados. Ya no tenían sólo Chinatown, sino que ahora incluso Londres pasaba a denominarse Londongrad por la cantidad de multimillonarios rusos que allí viven, especialmente en el barrio de Belgravia que, por supuesto, tiene su propia Plaza Roja (Eaton Square).

La simbiosis entre millonarios rusos y millonarios occidentales era perfecta. Ambas partes obtenían pingües beneficios, enriquecían y festejaban juntos. No había un problema ideológico. Como denunció hace unos días Picketty, no existe rivalidad ideológica en esta guerra, todos los actores involucrados son hipercapitalistas y todos quieren seguir obteniendo beneficios. No se trata de una lucha entre democracias y no democracias, se trata de una lucha por la riqueza y la acumulación.

Se trata esta de una guerra imperial, pero esta guerra imperialista nunca hubiera sido posible sin el enriquecimiento de la clase política y económica rusa y esto nunca hubiera sucedido si Clinton no le hubiera reído las borracheras a Yeltsin, o si no nos hubiéramos hecho los ciegos ante lo que sucedía en Chechenia.

Putin ha lanzado una guerra de invasión, él es el único responsable del uso de la violencia en las tierras ucranianas y de causar muerte y destrucción. Nunca pensamos que Putin llegara tan lejos, condenamos, sancionamos, dicen en Washington y Bruselas. Todo recuerda a esa escena de Casablanca donde un comisario de policía se escandaliza porque en el café que está cerrando, Rick`s Café American,  se juega, mientras él recoge sus beneficios.

Mientras, a estas horas, se sigue matando a gente en Ucrania.

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