Pongamos que las elecciones presidenciales francesas reforzaron el relato que la izquierda y los medios de comunicación han multiplicado desde entonces: por más que Le Pen no haya ganado, la extrema derecha avanza, sin pausa, pero sin prisa, y su número de votos parece crecer inexorablemente. La lógica (perdedora) es la de enfrentarse al fascismo para intentar extirparlo de la sociedad. El movimiento (repito: perdedor) es una defensa constante, un intento de conservar algo, una derrota asumida que coloca a la izquierda en la posición de prepararse para una alternancia brutal. El relato instaurado era una historia fatalista, una narrativa del terror. Y parecía no haber salida, por más que hubiera quien se desesperara (me incluyo) por decir que aquello era un callejón sin salida.
Las cosas son completamente distintas unas cuantas semanas después. Hay unos cuantos factores que hacen que así sea. No todo son méritos de la izquierda francesa, pero sí bastantes. Y todo podría cambiar según cuál sea el resultado de las elecciones legislativas que tendrán lugar en Francia en el mes de junio. Lo primero: la alianza entre las dos fuerzas de extrema derecha parece imposible, y se presentarán a las elecciones por separado. Lo segundo: tampoco parece que los liberales macronistas vayan a presentarse junto a la derecha tradicional de Los Republicanos. Y lo tercero, y más importante: la unión imposible de la izquierda, desde el Partido Socialista Francés al Nuevo Partido Anticapitalista, con Mélenchon como líder, parece hoy una posibilidad real, casi firmada.
No es baladí que hoy, a principios de mayo, sea imaginable que Mélenchon se convierta en el futuro primer ministro de Macron. Y las encuestas demuestran que es posible que así sea. Por el funcionamiento a dos vueltas de las elecciones legislativas, una candidatura unida de la izquierda francesa se enfrentaría a numerosas elecciones triangulares (con tres candidatos en segunda vuelta) o incluso cuadrangulares con candidatos de la derecha, y sus posibilidades de multiplicar los escaños y obtener una mayoría aumentarían exponencialmente en detrimento de las candidaturas más pequeñas.
Macron no goza hoy del beneficio que tenía en 2017, cuando su programa prometía cambio y reformas, cuando recién había arrastrado consigo a buena parte de los partidos tradicionales; incluso su propio movimiento parece permanentemente a punto de romperse en mil pedazos. Y ver al candidato de la Francia Insumisa llegar al puesto de primer ministro y poder nombrar un gobierno significaría una transformación radical de lo imaginable para la izquierda europea, particularmente para la española.
Lo haría con un programa que habla de desobedecer a las restricciones fiscales y presupuestarias de la Unión Europea con tal de aplicar políticas de izquierdas, de una subida del salario mínimo, de una nacionalización de sectores estratégicos. Y lo haría con un Partido Socialista secundando todas esas medidas. La Nueva Unión Popular plantea una unión de la izquierda inaudita ya no desde el programa común de Mitterand, sino desde el Frente Popular de 1936... en el cual hasta el mismo secretario general del Partido Socialista, Olivier Faure, encuentra hoy un referente.
No es sólo importante lo transformador que sería ver a Jean-Luc Mélenchon en el Palacio de Matignon. Lo es también imaginar esa posibilidad como el comienzo de un cambio de ciclo (porque los cambios de ciclo, como toda ficción, también se inventan): el momento para la izquierda europea de pasar de la resistencia a la ofensiva, de dejar de construirse en oposición a la extrema derecha, de dejarse de polémicas estériles y plantear un programa propio e incluso un proyecto de país.
La dinámica electoral puede cambiar radicalmente a partir de lo que pase en junio. Es sólo una posibilidad. Pero es necesario un aviso a navegantes. La unidad no es un fetiche ni algo que mejore los resultados electorales bajo todas las circunstancias. Saltaba la noticia hace poco de que Podemos, en la Comunidad de Madrid, buscaba un "frente amplio" para las próximas elecciones. Pero no es lo mismo un frente amplio en una circunscripción única que un frente amplio que analice inteligentemente sus posibilidades en cada provincia o comunidad autónoma. Y la unidad por la unidad, como se vio en 2016, en ocasiones resta más de lo que suma.
La izquierda española ha de fijarse más en el impulso y la ilusión que se vive hoy en Francia que en la extrapolación de sus métodos a contextos con más bien poco en común. Una unión de toda la izquierda detrás de Mélenchon capaz de ganar en Francia cambiaría absolutamente la dinámica electoral para la izquierda española, pero eso no significa que la unión de la izquierda sirva para ganar en cualquier circunstancia o que los frentes amplios puedan convertirse en fetiches con los cuales mercadear.
Las negociaciones aún no han terminado, pero puede que en el mejor de los casos la ilusión venga en junio del otro lado de los Pirineos. Y un último dato: la segunda vuelta de las legislativas francesas será el mismo día que las elecciones andaluzas. Si los ánimos de nuestros resultados son de tristeza y desolación, quizá convenga mirar lejos para pensar que, incluso en un país con trece millones de votos a la extrema derecha, la victoria de la izquierda sigue estando al alcance de la mano. Tiempo al tiempo y esperanza a la esperanza.
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