Me gustaría encontrar al último superviviente de la izquierda: la última persona en pie que crea hoy que el Gobierno va bien encaminado para ganar las próximas elecciones generales. Queda más de un año, pero preguntar a cualquier persona progresista es la forma más rápida de darse cuenta de que los ánimos tienen más que ver con ir preparando desde ya la derrota que con pensar en cómo darle la vuelta a la situación. No hay relato alguno para la victoria. Nadie sabe qué proyecto le ofrece la izquierda a este país. Después de avivar la llama de Vox en 2019, el PSOE ha perdido incluso la bandera de la movilización contra la ultraderecha, que en las andaluzas aprovechó con desvergüenza el Partido Popular. Desde la sala de máquinas de Moncloa, la imagen retransmitida: estamos perdidos, sin conocimiento de qué bandazos irán mejor para recuperar un poco de ilusión, sin comunicar los logros alcanzados, sin ganar y sin saber por qué se pierde.
Cada mensaje que se filtra es más preocupante que el anterior: Adriana Lastra, en una rueda de prensa, afirmando que si el Partido Popular ha ganado ha sido por su aprovechamiento de los fondos recibidos por parte del Gobierno central, como si el nuevo rol de la izquierda fuera financiar las victorias de la derecha. La idea de que no hemos sabido explicarnos, porque el pueblo es tonto y no comprende todas las cosas que se han hecho por él: no entienden el escudo social, la excepción ibérica, la reforma laboral, ninguna de las medallas. ¿Qué entiende el pueblo?
El pueblo difícilmente entiende que, mientras Pedro Sánchez afirma de su gobierno que es «incómodo», que provoca «resistencias» en los poderes económicos, que sabe muy bien «para quién gobierna», se asuma con naturalidad el discurso de la extrema derecha sobre migración: se diga de una tragedia en nuestras fronteras externalizadas que esta ha sido «bien resulta», cuando «bien resulta» significa cadáveres y gendarmes saltando una valla para apalear, devolver en caliente e incluso matar a quienes huyen desesperados de la guerra. No entiende que se venda la reducción del IVA propuesta por el Partido Popular, en un contexto inflacionario, como una victoria izquierdista. Y no comprende por qué tendría que votar con mínima ilusión a un PSOE que se dedica a hacer lo que el PP le manda.
El giro discursivo a la izquierda de Sánchez es poco creíble cuando circulan vídeos comparando sus declaraciones a propósito de la tragedia de la valla de Melilla con declaraciones anteriores de Santiago Abascal y sus discursos riman; el PSOE afronta todo lo demás con triunfalismo y soberbia, pero lo peor que puede transmitir un Gobierno de izquierdas es crueldad, y las palabras de Sánchez de agradecimiento a la "cooperación marroquí" resultaban extraordinariamente crueles para cualquiera que hubiera visto las imágenes de los muertos. Y la incapacidad para reconocer los catastróficos errores cometidos no es un signo de fortaleza, sino de debilidad. A su vez, el "ilusionante proyecto" vendido por el espacio a su izquierda en las elecciones andaluzas consistió en la idea de apoyar a este mismo PSOE. Si el PSOE gobierna hoy para perder, su izquierda sólo aspira hoy a seguir gobernando con el PSOE, y pierde así doblemente en la ilusión que despierta.
Leía hoy que, a este paso, el Partido Popular no va a tener ni que presentarse a las próximas elecciones para ganarlas. Se gobierna con parsimonia (¿ya nos hemos olvidado de que una vez hasta se prometió derogar la Ley Mordaza?), con desgana y desdén (devolviendo el espejo la imagen de cuando Sánchez afirmaba, en 2018, a propósito de una veintena de migrantes muertos en la costa de Melilla, que era necesaria una política justa en las fronteras, y se preguntaba cuántos más habían de morir: suponemos hoy que más de treinta vidas no bastan), buscando la dirección de lo que dicen los trackings y las encuestas. Lo peor es que luego, al perder, dirán que todo fue culpa de las circunstancias, de una guerra en Ucrania, de una pandemia mundial, de un volcán estallando, de una catástrofe tras otra. La historia les pondrá en bandeja no asumir nunca las ilusiones que han destrozado ellos solos.
¿En qué momento se nos jodió el Gobierno? ¿Y qué habría que hacer en el año que queda pare revertir la tendencia? Con tal de ganar políticamente, es necesario hacer política. Y hacer política implica darle mayor peso a la acción posible. No tiene ya sentido, ni siquiera electoralista, conservar en el Gobierno a ministros de derechas. Tampoco buscar el agrado de un IBEX 35 que lleva tiempo siendo consciente de cuál es su candidato a las próximas elecciones.
Es necesario un despliegue rápido de mayor intervención del Estado antes de que sea tarde, igual que habría sido necesaria una intervención en el mercado inmobiliario que tuviera algún efecto, ¡alguno!, para las personas que viven en ciudades grandes y que sufren las principales consecuencias de la crisis del alquiler. Es urgente una reforma fiscal. Y es urgente que aquellos para los que Sánchez dice gobernar sientan que están siendo al menos un poquito gobernados, que encuentran en el Consejo de Ministros otra cosa que no sean decepciones, que existe una concordancia entre la acción y el discurso y no entre la ficción y la grandilocuencia.
Hace años, cuando resucitó con Sánchez el PSOE, lo hizo con las energías prestadas de las movilizaciones del 15M y el auge de Podemos: la esperanza futura cargada en su Gobierno no era la de un tímido socioliberalismo, y ni siquiera las tendencias mundiales que venían con la pandemia tenían nada de socioliberal. Con la hoja de ruta actual, el Gobierno podría correr la suerte, por establecer un paralelismo, de Biden y los Demócratas en Estados Unidos: haber prometido una agenda tremendamente ambiciosa para luego titubear a la hora de desplegarla e ir directos a la catástrofe. Con una única diferencia: en España quizá sí que habría mayorías posibles para ser ambiciosos. Si la izquierda no lo es, la culpa de perder elecciones sólo será suya; si no sabe hablar a una base social ya predispuesta a la derrota, estará gobernando para perder.
Comentarios
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