Dominio público

Alta tensión en Ucrania

Ruth Ferrero-Turrión

Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM.

Un militar ucraniano viaja sobre un vehículo blindado mientras su unidad viaja en el área de Jersón en medio de la invasión rusa. EFE/EPA/GEORGE IVANCHENKO
Un militar ucraniano viaja sobre un vehículo blindado mientras su unidad viaja en el área de Jersón en medio de la invasión rusa. EFE/EPA/GEORGE IVANCHENKO

Nos adentramos en el invierno y con la llegada del frío también empiezan a llegar mensajes que varían parcialmente parte de la narrativa dominante en occidente hasta la fecha.

Durante las semanas previas a las elecciones de medio término norteamericanas se comenzaron a observar mensajes velados por parte de Washington en relación con la necesidad de que Ucrania dejara alguna puerta abierta a la negociación con Moscú. Así, se filtró una conversación entre Biden y Zelensky del mes de junio en el que el presidente ucraniano reclamaba al norteamericano más recursos para la guerra, también aparecieron artículos en periódicos como The Washington Post o The New York Times donde se dejaba entrever la necesidad de que Ucrania comenzara a moderar alguna parte de su mensaje para permitir alguna ventana al diálogo ante la inminente llegada del invierno y las consecuencias que éste podría traer aparejadas. También se especuló entonces sobre la posibilidad de que los demócratas perdieran esas elecciones y la reducción de la ayuda militar a la causa ucraniana por parte de los republicanos.

Mientras, sobre el terreno, la situación es crítica para las fuerzas rusas, si bien se espera un estancamiento durante los próximos días. La pérdida de Kherson por parte del ejército ruso, única capital de provincia que había conseguido controlar desde febrero, ha insuflado de nuevos ánimos al ejército ucraniano, pero conviene ser cauto. No ha habido una derrota en combate por parte de las fuerzas rusas, ha habido una retirada estratégica de los rusos que les permite un repliegue de tropas, que estarán mejor abastecidas y además ponen una barrera natural, el río Dnieper, muy complicada de salvar en general, pero aún más durante el periodo invernal. Los ataques a la infraestructura ucraniana están cortando los suministros de energía y agua en todo el país, lo que el Kremlin espera socavará el avance militar ucraniano y creará millones de refugiados más en Europa, ejerciendo presión sobre los aliados de Ucrania.

Por tanto, es más que evidente que el suministro de armas, de inteligencia y de suministros sí parece que ha sido esencial para frenar la invasión rusa. La contraofensiva ucraniana y el abandono de Kherson sitúan a Kiev en una posición mejor que la que tenían en el mes de agosto y de hecho las últimas declaraciones de Zelensky han apuntado en esa dirección, la de dar un gran golpe a sus enemigos antes del cierre invernal que se da por descontado.

Y en esta coyuntura, en plena reunión del G20, Rusia lanzó uno de los mayores ataques contra infraestructuras críticas ucranianas. Un ataque que ha tensado hasta extremos insospechados la situación sobre el terreno. El impacto de dos misiles en Polonia que ha provocado la muerte de dos campesinos hizo que sonaran todas las alarmas. Y todo a pesar de que la mera sospecha de que pudiera ser un ataque premeditado por parte de Rusia contra un miembro de la OTAN fuera una hipótesis remota. Desde el minuto uno todos aquellos que trabajan en cuestiones de seguridad e inteligencia daban, más bien al contrario, por descontado que se trataba de un hecho accidental y, por tanto, no intencionado por parte de Rusia o incluso que fuera un error de las propias defensas anti-aéreas ucranianas, como finalmente ha resultado ser.

Por tanto, a pesar de que la incertidumbre en un contexto de guerra siempre es muy elevada, parece que desde algunas posiciones políticas se hubiera querido exacerbar todavía más de lo necesario. Casi de manera inmediata, se comenzó a especular sobre la posibilidad de la invocación del artículo 4 o incluso el 5 de la OTAN. Y, de hecho, Polonia, inició todo el trámite necesario para invocar el artículo 4, para luego tener que desdecirse casi a continuación.

Pensemos que la puesta en marcha de este artículo hubiera servido para desplegar multitud de defensas multiaéreas en Polonia, pero también en los Bálticos, o incluso se podría haber llegado a proponer el cierre del espacio aéreo, lo que, sin duda, hubiera escalado el conflicto a una nueva dimensión.

Este episodio es un indicativo, un síntoma, de la situación actual. Por un lado, se observan movimientos que intentan moderar la aproximación a la guerra y que advierten de que el cansancio se puede llegar a apoderar de los aliados. Los precios de la energía, el miedo a una escalada nuclear, la inestabilidad política o la subida de los precios como consecuencia de la inflación son factores que están presentes y que operan de catalizador de las opiniones públicas occidentales. De otro, la situación en el terreno es extremadamente incierta, si bien, el impulso ucraniano está poniendo contra las cuerdas al Kremlin, que además comienza a sentir el aliento de la crítica interna a la campaña militar ante la ausencia de resultados positivos. Y mientras Zelensky intenta, por todos los medios a su alcance, aprovechar la situación para ampliar el nivel de implicación internacional, tal y como se ha podido observar en la crisis de los misiles de Polonia, donde ha sido el único líder que ha insistido en las tesis de un ataque intencionado ruso contra un aliado de la OTAN.

Así las cosas, y a pesar de que también se han comenzado a filtrar las reuniones que están teniendo lugar entre la inteligencia rusa y norteamericana en Turquía, nada hace sospechar que en un corto plazo se puedan poner en marcha conversaciones de paz

A pesar de algunas propuestas que han circulado recientemente no parece muy probable que vayan a tener lugar conversaciones de alto el fuego al más alto nivel, si bien ya desde EEUU se comienza a decir abiertamente que esta guerra sólo podrá terminar en una mesa de negociación y por vías diplomáticas.

Y esto es así por varias razones. En primer lugar, porque por el momento, ninguna de las dos partes enfrentadas sobre el terreno ha puesto encima de la mesa una propuesta real de alto el fuego, más bien, ambos han planteado ultimátum a sus enemigos. Rusia quiere mantener el control sobre los oblast anexionados sin condiciones y, por supuesto, sin rendición de cuentas, Ucrania quiere la recuperación de las fronteras de 1991, reparaciones de guerra, castigo a los criminales de guerra y garantías de seguridad. En segundo lugar, existe una enorme desconfianza en relación con las intenciones rusas, donde se especula con la posibilidad de que Putin utilice cualquier alto el fuego como una oportunidad para reconstruir la maquinaria militar rusa y volver al combate y a la conquista territorial. Estas demandas y desconfianzas dejan sin posibilidad de reconciliación las líneas rojas de Moscú y Kyiv/Kiev.

Así las cosas, parece poco probable que se pueda alcanzar una solución militar duradera y viable durante el futuro cercano. No parece que, en ningún caso vaya a haber un claro vencedor o perdedor. Y, por el momento, ninguna de las partes está lo suficientemente extenuada como para renunciar a tener una mejor posición negociadora. Pero esto ya será, casi con toda certeza, pasado el invierno.

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