A veces pensamos que Europa es el oasis de la progresía y de la modernidad. Pero si nos fijamos en la composición del Parlamento Europeo veremos que la suma de diputados de la izquierda, de los verdes, de los demócratas, y de los demócratas-liberales no llega ni mucho menos a la mitad. Esto significa, pues, que más de la mitad de esta cámara la conforman los conservadores europeos y la extrema derecha europea. Este dato nos ayuda a situarnos, a entender y a desgranar la complejidad del contexto actual.
En este mismo sentido, hemos presenciado victorias electorales dolorosamente claras de la extrema derecha o de una derecha muy extrema en países europeos como Italia, Hungría o Polonia. También, victorias muy ajustadas de candidatos progresistas en algunos países latinoamericanos, donde los ganadores se enfrentaban a un marcado perfil de extrema derecha, como son los casos de Brasil y Chile.
Ante este contexto global actual, además, observamos un patrón muy concreto de conducta por parte del poder establecido, que cree que sus privilegios están en riesgo a causa del resultado de la democracia y del resultado de las urnas; y que en vez de aceptarlo, decide atrincherarse.
Este mismo atrincheramiento lo hemos ido observando a lo largo de la historia adoptando diversas formas. Lo vimos en los años 20 y 30 del siglo XX, con la llegada del fascismo, cuando una parte de las viejas estructuras de poder salió a la calle con uniformados para tomar las calles y acabar con la democracia. También, en los mismos años 20 y 30, cuando algunos órganos de los estados se convirtieron en paraestatales, y la policía en parapolicial y el ejército en paramilitar. Lo vimos durante los años 70 y 80 del siglo XX, cuando la respuesta de los viejos regímenes y de los viejos poderes fue el uso de fuerzas paramilitares y parapoliciales y de los golpes de Estado. De ahí se deriva, en España, el terrorismo de extrema derecha -antes de existir el GAL y con los GAL-, sus atentados en los Països Catalans, y una serie de detenciones arbitrarias, torturas y encarcelamientos injustos.
Este mismo fenómeno lo vivieron en Latinoamérica, a una escala mucho mayor, en forma de dictaduras militares: en Chile, con 3.000 muertos; en Argentina, con 30.000 muertos; o en Colombia, con 300.000 muertes.
Y, hoy, una nueva ola de atrincheramientos se materializa en la actuación de algunos sectores del establishment, que mantiene el control del Poder Judicial y se aferra a ellos para frenar la pulsión democrática por el cambio. En el caso español, se atrincheran manteniéndose en los cargos caducados, y prefieren no renovar los órganos de los que forman parte, aunque la ley prevea que su composición debe responder a las mayorías parlamentarias. ¿Qué diríamos si un alcalde, después de haber perdido unas elecciones, decide no abandonar su cargo y saltarse los resultados de las elecciones? Este ejemplo ilustraría lo que ha sucedido estos últimos días en el Tribunal Constitucional y en el Consejo General del Poder Judicial.
Sin embargo, este mismo patrón se reproduce en otros países. Recordemos, si no, cómo Dilma Rouseff fue apartada de la presidencia de Brasil, o cómo se impidió la participación del candidato Lula da Silva en los comicios. También hay otros casos similares, como el de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, o Gustavo Petro en Colombia. Y cuando esto no es suficiente, los mismos sectores no tienen escrúpulos para recurrir a tácticas abiertamente insurreccionales, como pudimos ver en el asalto a parte de la extrema derecha, en el Capitolio de EE.UU.
En nuestro caso concreto, una lectura posible de los hechos de estos días está relacionada con un momento histórico determinado, cuando España deja de ser un Estado imperial. Es entonces cuando la intelectualidad de la época manifiesta que el Estado se enfrenta a "los cuatro problemas": la reforma agraria, la Iglesia, el ejército y Catalunya. Sin embargo, hoy la cuestión agraria ya no representa un problema para el Estado, porque ha hecho rentable la propiedad de la tierra sin necesitar a los trabajadores. La Iglesia ha dejado de ser un importante actor. Y, finalmente, el papel que en su momento correspondía al ejército, ahora lo hacen los jueces. Por tanto, hoy, el único "problema" para ellos es la cuestión catalana, y posiblemente por eso centran en ella el grueso de su actuación.
Lejos de ser fruto del azar, todo ello responde a una actuación programada, preparada y concertada a nivel internacional. El viejo poder actúa con determinación contra una única amenaza real que percibe: la respuesta de los demócratas. En este contexto, debemos explicar al mundo que la sociedad catalana es víctima de las tentaciones antidemocráticas que se reproducen, con diferentes intensidades, a escala global. La defensa plena de la democracia y los derechos de las personas no es sólo lo que piden los consensos más amplios existentes en la sociedad catalana: es, también, la mejor carta de presentación a la hora de explicarnos en todo el mundo.
Comentarios
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