Hasta hace no demasiado tiempo, cuando tomaba un taxi en el que sonaban la Cope o EsRadio pedía que cambiaran de emisora. Ya no lo hago. Cojo aire y escucho como una jabata. Así entiendo después ciertas conversaciones en los puestos del mercado y mantengo contacto con una realidad que un día creí marginal.
En julio, los boletines informativos de la Cope hablaban de recesión como realidad inapelable cuando la economía había crecido un 2% en el segundo trimestre del año.
La emisora de la Conferencia Episcopal, que en su ideario recoge como objetivo "Orientar a la opinión pública con criterio cristiano" (¿?), tergiversaba las previsiones de los principales organismos económicos nacionales e internacionales y convertía en recesión lo que se anunciaba como desaceleración del crecimiento. Tal vez en esto consiste el "criterio cristiano".
En 2022 la economía española habrá crecido finalmente en torno al 5%, algo menos que en 2021 (+5,5%, el mayor impulso de los últimos 21 años). Para 2023, la OCDE augura un aumento del PIB del 1,3%; la Comisión Europea cifra ese incremento en el 1%; el FMI, en el 2%...
Esto, en plena crisis energética derivada de la guerra en Ucrania , la mayor desde los años setenta, que ha elevado la inflación a niveles no vistos en décadas y que está reduciendo el crecimiento económico en todo el mundo. Y tres años después de la debacle que supuso la pandemia.
Pese a estos datos, el 47,9% de los encuestados en el barómetro del CIS de noviembre califican la situación económica en España como "mala" y el 22,4% como "muy mala", frente al 18,8% que la consideran "buena".
Es decir, que frente a la contundencia de las cifras, gana la percepción de que todo va mal. Igual que en los puestos del mercado. Cómo va a sorprender en un país en el que las derechas, con una cohorte de medios de comunicación a su servicio, parecen desear que la economía se hunda cuando ellos no gobiernan.
Todo tan patriótico como ellos pretenden ser, banderas rojigualdas mediante y enarbolando siempre razones de Estado para desmantelar lo que consideran un "Gobierno ilegítimo". Porque, ya saben, en este país sólo hay unos patriotas, unos constitucionalistas y unos adalides del Estado: ellos.
Eso sí, ni "mu" sobre el acatamiento a pies juntillas por parte del Gobierno de la petición de la OTAN de aumentar el presupuesto en Defensa; solo faltaría (entiendan la ironía). Y utilizaciones partidistas de tragedias como la de junio en Melilla (viva la Guardia Civil, a Marlaska que le corten la cabeza) o del abandono del pueblo saharaui por parte de España para echarse en manos de Marruecos. La patria tiene sus límites, hasta ahí podíamos llegar.
Con estos mimbres —y la zancadilla del Tribunal Constitucional a las Cortes— acaba el tercer año de legislatura del primer Gobierno de coalición de la historia de España y entramos en curso electoral. Toca tachar las fechas de un peculiar calendario de Adviento en el que la última casilla será el desenlace del choque entre las izquierdas.
La presencia de Unidas Podemos en el Ejecutivo ha provocado una presión sobre el PSOE sin la cual no se habrían aprobado iniciativas que colocan a España en la vanguardia internacional en materia social y de derechos. Medidas, por cierto, que han contribuido a paliar los efectos de la crisis de la covid y del repunte de la inflación en las familias más desprotegidas.
También Unidas Podemos ha servido de puente en numerosas ocasiones entre el PSOE y los partidos que apoyaron la última investidura de Pedro Sánchez, sobre todo ERC y Bildu. Hasta el punto de que estas formaciones han sido asimiladas de manera natural como "socios" o "aliados" del Gobierno y ya han redibujado el tablero de fuerzas a la izquierda del PSOE: no podrá haber Gobierno progresista que no cuente con ellas. Algo impensable hace no tanto tiempo.
En paralelo, Yolanda Díaz, una de las artífices de los éxitos del Gobierno de coalición y la promotora del impulso del mercado laboral, apuntala su plataforma política, Sumar, un proyecto que no va a concurrir a las elecciones municipales y autonómicas de mayo (parece que sí a las generales), pero que ha avivado la ilusión entre votantes progresistas aunque muchos no acaben de entender qué es.
Y, sin embargo, como líder de la confluencia Unidas Podemos, ha "desatendido" el espacio desde su nombramiento al frente del mismo en 2021, o al menos así lo relatan miembros con peso de los partidos integrantes, que también admiten que en los últimos meses se han retomado las reuniones y los encuentros.
Mientras, la secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, ha vivido este año un complejo proceso de adaptación tras la renuncia de Pablo Iglesias, quien pese a no tener una vinculación orgánica con el partido ha seguido marcando la agenda política.
Si ya toda esta situación provoca desconcierto entre el electorado de izquierdas, el escenario que dibujan políticos progresistas conocedores de las tensiones en el seno de la confluencia no es menos inquietante. Interpretan que para las municipales y autonómicas Podemos busca "salvarse a sí mismo", aunque al mismo tiempo insisten en que hay margen para cerrar alianzas y en que todo está abierto. Lo cierto es que el precedente andaluz no da alas a muchas esperanzas.
Ahora bien, la entrada en escena como eventual candidata a unas generales de Yolanda Díaz —una política solvente, capaz de desencallar las negociaciones más complejas y muy bien valorada por las ciudadanas y ciudadanos (es la líder con la nota más alta en el último CIS)— aventura una transformación de esa izquierda, con hechuras distintas a las conocidas hasta ahora.
Un espacio más ancho que Unidas Podemos, capaz de aglutinar a aquellos que se fueron disgregando de la formación original y que tenga generosidad para reconocer sin ambages el capital político de Podemos y su contribución, a través del Gobierno de coalición, a una España más plural, solidaria y avanzada. No en vano, Díaz ha sido parte también de esos avances.
Pero esa generosidad no puede ser unidireccional. Y debe ir acompañada de valentía para dar pasos al frente y tender manos antes de que la desafección política cunda entre el votante progresista justo cuando debería estar saboreando las mieles de un Gobierno que ha logrado sacar, en no pocos casos, lo mejor de las peores situaciones posibles.
Al fin y al cabo solo hay un camino para la izquierda a la izquierda del PSOE. Y este pasa necesariamente por la unidad.
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